“La diferencia se nota en las paradas militares. Nuestros soldados son –sin excepción– retacos, feos, con piel color caca; mientras que los chilenos son altos, gallardos y germánicos. Mas no desesperemos. Si Chile nos invade, en realidad nos estaría haciendo un favor: que maten algunos miles de esos pollerudos y que impregnen a sus mujeres, a ver si así mejora en algo la raza.”
Andrés Bellota Duarteche
Diario Telégrafo, Columna "La hormiga", 6 de abril de 2012
Ciudadano Pedro Páucar, DNI 97932323, jefe del Comité de Autodefensa de la comunidad de Uchullucllu, provincia de Canchis, Región Cuzco, reportándose al frente de batalla, señor. El soldado que controlaba el tráfico en la carretera 36 no comprendía lo que estaba pasando ni quién era el anciano que se le presentaba saludando marcialmente. ¡Si tan solo hubiera sabido! Pasar, queremos, para defender a la patria. Este… señor, el tráfico está restringido. Solo pueden entrar militares. Los civiles pueden transitar de salida. Del comité de autodefensa, somos, venimos para pelear. El soldado miró a su compañero, y aquel fue a llamar al sargento.
Señor, retire su camión de la carretera, que estamos priorizando el tráfico militar y está bloqueando el despliegue del ejército. Pero peruanos somos, venimos para ayudar al ejército. En efecto, pasaban camiones con dirección a Tacna, cargados de alimentos llevados del altiplano. A la distancia, los ronderos podían ver que por la Panamericana también llegaban camiones dirigiéndose a la ciudad. Escúcheme señor, tenemos las cosas bajo control. Regresen a sus tierras, cuando los necesitemos los llamaremos. Ahora desbloqueen la vía. ¡Siempre es así! ¡Nunca nos hacen caso, ni para ayudar! Por última vez, saque su camión del camino o los sacaremos nosotros. No están autorizados para venir por acá, toda la región es zona militar. ¡No nos vamos! ¡Viva el Perú! ¡Viva! ¡Viva Uchullucllu! ¡Viva! Puta madre, serrano terco, hazme caso, lárgate. ¡Muchachos! ¡Sáquenlos del camino!
Tras algunos empellones y gritos, Don Pedro y los hombres del Comité de Autodefensa de la comunidad campesina de Uchullucllu, provincia de Canchis, Región Cuzco terminaron moviendo su camión al costado de la carretera, donde se bajaron y vivaquearon. Acá vamos esperar que nos den permiso de entrar a Tacna, pues. El sargento terminó llamando al cuartel para pedir instrucciones sobre qué hacer con el grupo que se les había presentado de manera tan extraña.
Los de Uchullucllu esperaron horas. Hubo un par de relevos en la guardia, e incluso algunos soldados les ofrecieron un poco de agua a los ronderos, quienes lo agradecieron profusamente: hacía demasiado calor para ser abril, y el agua estaba racionada. Mientras tanto los ronderos se entretenían contando los carros que iban saliendo de Tacna con rumbo a Puno o Arequipa. Les parecían ekekos con ruedas: ¡refrigeradoras, cocinas, televisores, todo llevan!
Finalmente, desde el sur llegó un auto militar, del cual bajó un pequeño grupo de oficiales. Muy bien, ¿cuál es el problema acá? ¿Qué hacen los señores ahí acampados? Que circulen. ¿Quién manda acá? Yo señor, ciudadano Pedro Páucar, DNI 97932323, jefe del– ¿Don Pedro? ¿Capitán Trelles? ¡Teniente-coronel Trelles, oiga! Ya, ya, suficiente. ¿Teniente-coronel? ¡Felicitaciones, coronel! Ya decía yo que usted merecía ascender. General, debe ser usted. Usted siempre fue una persona muy atenta. Gracias, Don Pedro, muchas gracias. A los años, no lo veía desde Lima. Pero dígame, ¿qué lo trae por acá? A pelear, venimos, coronel. Muchos tienen experiencia. Los muchachos pueden aprender rápidamente. ¡Muchachos! Ya, Don Pedro, le creo. Su ronda es seguramente la mejor de todo Cuzco. Pero ¿no me diga que quiere pelear en esta guerra también? ¿No podemos, acaso? ¡Peruanos somos! Sí, sí, Don Pedro, no hay peruano más peruano que usted. Pero tómelo con calma. Esta es otra guerra. Los chilenos van a venir con cañones, tanques, misiles, aviones, helicópteros, de todo. Déjennos a nosotros hacernos cargo. ¿Los chilenos no duermen? Los podemos emboscar. ¿Ve ese pájaro, ese de ahí? Trelles aguzó la mirada para divisarlo. Sí, ¿qué tiene? El pájaro cayó tras el disparo. Al chileno también le hago lo mismo, coronel.
La conversación quedó trunca, ya que mientras miraban al ave, vieron también que una columna de tanques T-55 venía desde el norte. Eran elementos de la Tercera Brigada Blindada que iban desde Moquegua en camino a reforzar a la Tercera Brigada de Caballería acuartelada en Tacna. Los ronderos aplaudieron mientras pasaban. ¡Viva el Perú! ¡Muera Chile! Veían los tanques con asombro. Eran verdaderos monstruos. De no ser por lo que pasaría instantes después, varios de ellos se habrían convencido de que, en efecto, no eran necesarios en el frente. Seguramente los chilenos no tendrían nada que pudiera oponérseles a semejantes máquinas de guerra.
¿Ve, don Pedro? Déjennos la pelea a nosotros, tenemos con qué hacerlo. La guerra debería ser entre militares, los civiles deben dedicarse a las labores de la paz. ¡Conchesumadre! ¡Al piso todos! ¡Cúbranse!
Un par de F-16 chilenos en vuelo rasante sorprendieron a la columna, que estaba próxima a entrar a Tacna. En una primera pasada ametrallaron y bombardearon a los tanques impunemente, incendiando uno. En una siguiente pasada lograron dañar a otro, aunque tuvieron que lidiar con el fuego antiaéreo que se les dirigía desde tierra. Don Pedro vio a alguien disparar un misil desde un tubo largo, que falló por poco.
¡Muchachos, adelante! Los ronderos se treparon a su camioncito y enrumbaron hacia los tanques a toda la velocidad que el desvencijado vehículo les permitía en ese terreno, un poco a la zaga del auto de los oficiales. Algunos carros particulares también estaban incendiándose. Cubrieron a los heridos con sus mantas, intentando apagar las llamas que los envolvían. Algunos no sobrevivieron, pero había varios heridos graves, y el camión del Comité de Autodefensa de la comunidad campesina de Uchullucllu, provincia de Canchis, Región Cuzco era el único vehículo que podía y estaba dispuesto actuar de ambulancia. Los camiones de suministros iban llenos, y los vehículos civiles solo querían alejarse del campo de batalla lo más pronto posible. Parece, ciudadano Páucar, que necesitaremos su ayuda después de todo. Los quemados fueron puestos en el camión, que se unió a lo que quedaba del convoy. A los ronderos que tuvieron que dejar sitio para ellos les fue permitido viajar trepados en los T-55. El convoy de tanques, escoltado por el camión, entró a la ciudad de Tacna esa tarde del 6 de abril al ponerse el sol. La guerra recién empezaba para los ronderos.
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Esta muy buena la historia... :)
ResponderEliminarsigue, sigue .... vas muy bien.
ResponderEliminarParece que las tropas peruanas no existen que gracioso
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