La guerra de 2012

La guerra de 2012 es una pieza de ficción serializada que se publica dos veces a la semana, los lunes y jueves. Se empieza leyendo las entradas más antiguas, es decir, por las entradas que están más abajo.

Entre el 24 de noviembre de 2009 y el 19 de febrero de 2010 se publicó la Primera Parte de la novela.

A partir del 4 de marzo de 2010 se publicó la Tercera Parte y la novela acabó el 20 de mayo de 2010 .

Para leer desde el comienzo, haga clic acá.

Ahora que acabó la novela, cuál es tu personaje favorito?

jueves, 20 de mayo de 2010

XXIII. 28 de julio


Creí pertinente terminar de escribir este 28 de julio, día de la independencia, día de la patria. Veo con fastidio el Te Deum y me pregunto qué fue lo que hicimos para terminar así. Qué es lo que hacemos para siempre terminar así.
¿Qué importancia pueden tener las acusaciones de hombres pequeños y envidiosos a la hora de evaluar el valor de un gran hombre, un patriota, una leyenda viviente? Ninguna, pero no me dejé convencer. Busqué periódicos pasados en la biblioteca y fotocopié los artículos pertinentes. Ahí estaban todos los pequeños actos de corrupción en los que había participado. La comida malograda en la guerra del Cenepa, los fusiles automáticos que no se podían ensamblar, etc. Uno solo podía especular respecto de las demás transgresiones en las que podría haber incurrido, pero que había tapado con éxito. Fue recién mucho después que pude reunir los fragmentos que me permitieron inferir lo que hizo durante la guerra misma y publicarlo en este medio.
Le mostré los recortes a cuanta persona podía. Las respuestas que recibía cubrían todo el espectro. Había quienes me atacaban, acusándome de ser un mediocre que intentaba rebajar a un gran peruano. El peor enemigo de un peruano es otro peruano, por la puta madre. Me imprecaban que yo ni siquiera había puesto el pecho durante la guerra, como él. Otros, de manera más escéptica, me preguntaban dónde estaban los veredictos, y me decían con resignación que todos son inocentes hasta que haber sido declarados culpables. Enrique me dijo que dejara el tema y evitara meterme en problemas. Que así como él, yo podría recibir una bonificación y solucionar el tema. Presumo que al haberla aceptado él, el survivor’s guilt lo abrumó y terminó ahogándose en la botella. Pero tal como había él sabiamente predicho, los problemas llegaron.
Fue una larga, y sorprendentemente cortés, conversación la que tuve con Santiago Hoepken. Me explicó cómo la empresa tenía una política de colaboración con dicho personaje y los demás miembros de su institución, y que mis actitudes no resultaban apropiadas. Me dijo que yo no estaba “trabajando en equipo”. Especuló que quizá me sentía frustrado en mi actual puesto, y que un ascenso podría cambiar mi forma de ver las cosas. Le agradecí la oferta, pero le indiqué que la empresa no tenía por qué meterse en mis convicciones políticas y –sobre todo– morales. Sacudió la cabeza y me advirtió que estaba cometiendo un error.
El siguiente par de semanas fueron terribles. Me inundaron de más trabajo que el que se podía completar en un plazo razonable, y cuando eventualmente fallé, empezaron a llegar los memorándums. Terminaron por despedirme, no sin antes yo haber averiguado lo suficiente sobre el papel de G-Y durante la guerra. Consideré la posibilidad de entablar una demanda por hostilidad laboral, pero lo descarté. Los abogados de la empresa me esquilmarían.
No había nada que hacer por el trabajo ni por el país. Ya sabía lo que significaba el final del brindis del general León. Aprovecho para anunciarles, amigos y compatriotas míos, mi retiro del glorioso Ejército del Perú. He hecho todo lo que en mi modesto poder estuvo para colaborar en la derrota del invasor y creo haber cumplido con mi misión. Descuiden, que siempre podrán contar conmigo, su fiel y leal amigo. Seguramente habrá una manera en que este humilde ciudadano pueda contribuir a su país en tiempos de paz así como lo hizo en tiempos de guerra. ¡Salud! Más cantado que el himno nacional.
León, el más grande héroe peruano desde Castilla, pudo apelar a varios sectores del electorado peruano. A pesar de ser militar, su color de piel y su retórica pro-empresarial disiparon cualquier duda que hacia él pudieran haber tenido las clases altas y medias, en una manera que el nacionalista comandante Amaru jamás pudo. Para ellos, él era “como uno”. Y donde fracasó la derechista Brigitte Álvarez-Calderón, su aura de milico vencedor y patriota atrajo a las masas. Sus actitudes populistas y vocabulario informal –y ligeramente procaz– le daban ese toque “hombre del pueblo”. Era la fórmula perfecta. Ni hablar del dinero gastado en la campaña electoral. Superó largamente a cualquier otro candidato. Una segunda vuelta fue innecesaria.
Y ahora, cuatro años después de la guerra, nadie recuerda a Pedro Páucar, Francisco Ramírez o Maycol Huaroto. Los tres murieron creyendo no en lo que el Perú era, sino en lo que podría ser: una sociedad más justa, en la que los riesgos y beneficios se reparten entre todos por igual. Pero terminaron olvidados como tantos otros. Durante cuatro años, León había acaparado toda la atención. Me abruma el no haber hecho nada significativo en el transcurso de la guerra, como lo hicieron ellos tres. Probablemente eso fue lo que me impelió a llevar a cabo la investigación que devino en este texto. Al diablo con los milicos que me amenazan. Perro que ladra no muerde.
Hoy, viendo la juramentación del flamante Presidente de la República, Ernesto León, me pregunto si el Perú que ellos tres desearon será alcanzable, y lo dudo. Esta es una sociedad que los olvida y más bien premia a quien vivió aprovechándose de sus defectos. Su camarilla ya debe estar repartiéndose el país. En estas circunstancias, solo me queda recordar algo que Maycol decía antes de la guerra, antes de cambiar de parecer, y reactualizarlo al presente: Gane o pierda, el Perú es siempre la misma…

FINE






















































lunes, 17 de mayo de 2010

XXII. Requiem por los sueños rotos



La guerra de 2012 entre Chile y Perú acabó con la esperanza de un futuro armónico entre ambos países. De cierta forma fue peor que la guerra de 1879, ya que en aquella, si bien jamás se pusieron de acuerdo sobre quién tuvo la responsabilidad de su inicio, por lo menos quedaba claro quién había ganado. En este caso, cada bando también tenía su lectura respecto de quién era culpable del inicio de la guerra. Para los chilenos, el momento crítico fue cuando la BAP Montero abrió fuego contra la Riveros en el incidente del 31 de marzo; para los peruanos, lo fue el hundimiento del BAP Almirante Grau por la FACH el 5 de abril sin previa declaratoria de guerra. Pero en esta guerra, cada bando tuvo su propia lectura sobre quién ganó. Dejemos que los chauvinistas de cada lado se expresen. He revisado algunos de los foros que leía Maycol durante la guerra, y he podido extraer estas perlas.
Sin ánimos de ofender, “los de allá” son todos unos llorones, cagones e imbéciles. Si hubiéramos querido llegábamos hasta Lima y volvíamos a izar la bandera chilena en la porquería de ciudad que llaman capital, pero ¿qué interés tenemos en su país de mierda? Entramos, destruimos al EP, la FAP y la MGP y todo lo demás que se nos antojó, y una vez lograda nuestra misión, nos retiramos, como Israel con Hezbolá y en Gaza (con la diferencia de que esos árabes aunque sea saben pelear). Y quien se queje de que mi comentario es ofensivo no hace sino demostrar lo sodomitas, sensibleros y débiles que son “los de allá”. Los hemos culeado de nuevo, y no hay nada que puedan decir que cambie ese hecho.
“Marranus”, en fuerzayrazon.com

Los chilenos sangran por la herida. No se pueden acostumbrar a la idea de que finalmente les hemos sacado la mierda. Todos sus argumentos de que en realidad ellos ganaron no son más que pajazos mentales que sueltan entre ellos en un vano intento por ocultar el hecho de que tuvieron que huir con el rabo entre las patas, si es que no querían regresar a su país de porquería en bolsas. Qué “conveniente” que declaren victoria y se “retiren” justo cuando lanzamos la contraofensiva en la que les dimos como hijos. Mucho tanquecito alemán, mucho avioncito gringo, mucho barquito inglés, pero a la hora de la hora fue el soldado peruano el que mostró quién es más macho. Que los chilindios lloren como las mujeres que son.
“Elviscristo”, en defensaperu.com
¿Qué decían los analistas internacionales? La guerra entre Venezuela y Colombia eclipsó a esta, y las campañas de bombardeo de EEUU contra los regímenes islámicos en Iraq y Afganistán acaparaban la prensa del ámbito mundial. Solo uno que otro oficial estadounidense elevó algunos informes respecto de las lecciones que de esta guerra podrían aplicarse para su país, de los cuales Armored warfare between non-nuclear conventional forces in arid territory: the Chilean attack on Tacna and the ensuing Peruvian counterattack y The threat of determined militia resistance in rugged terrain: the case of the Quebrada de los Muertos, quizá constituyan los mejores ejemplos. La aplicación de estos documentos ostensiblemente iba orientada a la entonces inminente intervención militar en Irán. Aparte de eso, la lectura predominante era que esta guerra había sido un empate absurdo en que lo único que habían logrado ambos países había sido perder arsenales que habían llevado lustros acumular y hacer tal daño a sus economías que tardarían una década en reponer.
Son varios los libros que se pueden leer con los detalles jugosos que tanto encandilan a los “generales de sillón”. En el Perú, el Centro de Estudios Histórico-Militares publicaron la Historia oficial de la guerra de 2012, mientras que en Chile el Centro de Estudios Bicentenario ha sacado una muy atractiva Historia Ilustrada de la guerra de 2012. Lamentablemente, al contrastar ambas versiones pareciera que uno está leyendo sobre guerras casi completamente diferentes.
¿Qué pasó con algunas de las personas que han aparecido en estas páginas? Enrique se recuperó de sus heridas, pero se entregó al trago y perdió el trabajo. La madre de Maycol regresó a Huamanga donde sigue viviendo en su pequeña y dilapidada casa en los barrios marginales de la ciudad. Más dilapidada aun está la comunidad campesina de Uchullucllu que sigue sin recuperarse de la sangría que les significó la guerra: los intentos del fenecido don Pedro Páucar por mejorar sus condiciones de vida fracasaron. La hija de Francisco Ramírez murió seis meses después del fin de la guerra. Una colecta entre sus familiares permitió que ella y su padre fueran enterrados juntos en el Campo Fe de Huachipa. Los nombres de los “niños-genio” que colaboraron en la creación del Otorongo se encuentran en el gran mural en San Marcos donde se recuerda a los estudiantes de dicha casa de estudios que murieron en el transcurso de la guerra. En la citada Historia Oficial –prologada por el general León­– el teniente-coronel Llauce fue inmortalizado como un oficial valiente, pero moderadamente incapaz, mientras que la teniente-coronel Jesús Trelles no figura en la historia oficial que sacó el Ejército (la he buscado).
Al otro lado de la frontera, el gobierno chileno abjuró de la operación llevada a cabo por Ríos y Novoa, aduciendo que Chile no aprueba el espionaje ni el sabotaje, por lo cual ellos debieron haber actuado por cuenta propia. La infortunada consecuencia para sus deudos es que no pueden cobrar las pensiones correspondientes. Grimaldi, por su parte, se volvió una figura muy controvertida. Para algunos sectores en Chile representaba lo peor del militarismo descarriado, mientras que para otros constituía un nuevo Carrera Pinto. Bernarda Rojas en efecto logró ganar el Pulitzer con el reportaje que llevó al encarcelamiento del general Wood. Amenazada de muerte, no pudo regresar a Chile y se mudó a Costa Rica, donde murió recientemente en un accidente automovilístico. Julián Amezaga intentó defender a los sobrevivientes del helicóptero de Grimaldi, pero murió en medio de la venganza de los pobladores de Uchullucllu.
La boda entre Santiago y Chiara fue un evento social de alto vuelo. La comida estuvo preparada por Toshiro Konishi y Gastón Acurio, la música estuvo a cargo de la Orquesta de Joselito, y reunió a lo más selecto de la sociedad limeña. Fue ampliamente cubierto en las páginas sociales de El Comercio, Cosas e incluso Caretas. Antes de que la feliz pareja partiera para su luna de miel por Europa, el brindis que hizo su querido tío, Ernesto León, recibió especial atención y aplauso. Pero lo que dijo el general León aquel día, y lo que en consecuencia de ello ocurrió, ameritan ser tratados como tema aparte.






jueves, 13 de mayo de 2010

XXI. Creatividad peruana



En el campo de Marte, el general León y su sobrino Santiago Hoepken observaban con beneplácito el desfile que se iba desarrollando, que conmemoraba un mes desde la victoria en la guerra. El locutor iba narrando las glorias de cada una de las unidades que iban pasando frente al podio de honor. Y ahora pasan las Fuerzas Especiales, que desde detrás de las líneas enemigas saboteaban al invasor y causaban todo tipo de caos. Los generalotes aplaudieron con entusiasmo. Y ahora los heroicos defensores de la ciudad de Tacna, que nunca cejaron en su denodada defensa del sacro territorio patrio. Más aplausos, así como para los soldados de la 2ª brigada de infantería que asaltaron las posiciones chilenas en Sama y en una muestra de soberbio profesionalismo y amor a la patria los obligaron a huir y los MBT-2011s de la 18ª brigada blindada del Ejército, que le mostraron a los arrogantes Leopard 2 de los chilenos quiénes son los mejores tanquistas de Sudamérica.
Todo estaba cuidadosamente coreografiado. Un tanque, al parecer, se había rezagado del resto y pausó frente al podio de honor. La música cesó y el locutor también simuló estar confundido. Súbitamente, desde abajo del podio emergieron ingenieros del ejército, que en cuestión de segundos removieron las planchas que cubrían vehículo, revelando una 4x4 portando el armazón de Otorongo. Y acá la muestra más sublime de la creatividad peruana ¡los famosos Otorongos! El público asistente enloqueció. Los chilenos creían que con toda su superioridad tecnológica tenían la guerra ganada. Sin embargo, a pesar de toda su arrogancia, los Otorongos sirvieron de señuelos que los engañaron y tuvieron un papel clave en la victoria peruana. Y esta genialidad se la debemos al benemérito defensor de la patria, un verdadero patriota, ¡el general Ernesto León! Ante los aplausos del público y de sus colegas, León primero simuló modestia e hizo señas para que cesen. En cuanto el mismo presidente de la república se levantó de su asiento para aplaudirle, León supo que era el momento. Se levantó del asiento también, saludó al presidente, a los generales y al público en general. ¡León! ¡León! ¡León!
Te adoran, tío. Después de un par de minutos de aplausos, el desfile finalmente había podido proseguir. A diferencia de lo que está pasando en Chile. Sí, pues, Santiago. Los chilenos son bien cojudos. El hijo de puta de Wood y su FACH fueron los que más nos tulearon durante la guerra, y ahora, preso. Esos mapuches son unos ingratos. Un reportaje se había filtrado en la prensa internacional, en el que se revelaba que el general Wood había desobedecido las instrucciones de su gobierno y había mandado bombardear y hundir al BAP Grau, precipitando la guerra. Además, se veía implicado en el homicidio de un oficial que había intentado hacerlo público. Pocas horas después fue detenido y se encontraba bajo investigación. Por medio de su abogado se había defendido ante la opinión pública alegando que no se podía permitir que el Perú actuara de manera prepotente con Chile, y que si los civiles no tenían los cojones para hacerse respetar, un militar debía hacerlo.
Y Wood también es un tarado. ¿A quién se le ocurre mandar matar gente? Todos tienen su precio. Le pagaba al oficial y a la periodista y asunto arreglado. Como a los choferes de las combis. Diez mil soles cada uno, y ya no joden. Solo si no aceptan pago, recién ahí hay que tomar otras medidas, pero siempre de manera que no te puedan conectar. Aprende de sus errores, Santiago.
El besamanos fue bastante prolongado, y León atrajo a tanta gente como el mismo presidente y definitivamente más que Gjurinovich. Tan pronto como pudieron, León y su sobrino se retiraron a su 4x4. Hablemos números. Todo está asegurado, tío. Desde Canadá hice las conexiones necesarias para que todo esté en cuentas que no se puedan detectar. Lo que va a entrar por lo de las comisiones de los contratos de reconstrucción, las tierras allá en Cuzco y otras cosas misceláneas también las puedo colocar. Perfecto. ¿Y lo de los Otorongos? Pucha, tío, ahí no hay de qué preocuparse. Me encargué de desaparecer los papeles y todo rastro electrónico se destruyó cuando nos metieron la bomba a los servidores. Una declaración jurada, y listo. No se puede hacer una auditoría a algo que ya no existe. ¡Hasta el atentado tuvo su lado positivo! Excelente. Sí, tío, plata no te va a faltar para tu proyecto. Se pasaron el resto del trayecto a la iglesia charlando de sus parientes. Para fortuna suya, a diferencia de muchas otras familias peruanas, no tenían ningún muerto que lamentar. Tenían mucho que agradecer, así que en la misa rezaron y comulgaron fervorosamente.
Una de esas tantas otras familias peruanas era la del ingeniero Ramírez. El estrés de la guerra, el excesivo consumo de estimulantes y una condición cardiaca congénita habían acabado con él. A pesar de los esfuerzos de los médicos del Hospital Militar Central, su condición era demasiado avanzada y tenían que lidiar simultáneamente con un exceso de heridos de la guerra. Expiró antes de enterarse del armisticio y sin poder recibir la visita de su hija Cecilia.
La muerte de su padre había incidido negativamente en la salud de Cecilia. Su condición se había deteriorado rápidamente y el trasplante se hizo necesario mucho antes de lo previsto. El seguro de su padre era muy generoso, así que su tía Julia –quien se estaba haciendo cargo de ella ahora– había ido a las oficinas de Austral Seguros aquella tarde, para iniciar los trámites correspondientes. Ahí recibió las noticias. El seguro había muerto con Francisco, lo que correspondía era el pago por el seguro de vida. Miró la cifra. Esto no alcanzará para la operación de mi sobrina. Esas son las condiciones del seguro, señora. Julia recordó que su hermano le había dado un número para llamar para cualquier cosa del seguro de Cecilia. Llamó.
Después de la misa, mientras Santiago conversaba con un ministro y el presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, sonó su celular. No reconoció el número y colgó. Estaba en medio de algo demasiado importante.
No habría operación para Cecilia Ramírez, hija de Francisco Ramírez, el inventor del Otorongo.






lunes, 10 de mayo de 2010

XX. La reconstrucción avanza





Salió con cuidado de su habitación en el hotel Monasterio. Siempre había sido proclive al soroche y no quería fatigarse en exceso. El chofer le abrió la puerta del auto y dieron varias vueltas por las calles de la ciudad para recorrer las tres cuadras que los separaban de la notaría. Aquí es, señor Hoepken. Muchas gracias, espéreme por acá. Así es el mundo de los negocios. No hay descanso, y menos en una coyuntura como esta.
Los vendedores lo esperaban afuera de la notaría y en cuanto llegó, ingresaron en grupo. Las secretarias los hicieron pasar a una sala de espera privada. Hasta Santiago se pudo dar cuenta de la incomodidad que mostraban sus contrapartes. El doctor estará con ustedes en un momentito. ¿Desean algo para tomar? Para mí un capuchino moka, por favor. Nada para nosotros, gracias. Los minutos pasaban y no llegaba el notario. No podía seguir enfocando su atención exclusivamente en su café. Quizá él también estaba incómodo ahí. Y bien, ¿cómo anda la reconstrucción acá en Cuzco? Mal señor. Nada llega a nuestro pueblo. Por lo menos estaban lejos del frente, ¿no? No, señor. Los chilenos nos vinieron a buscar. Nos mataron a viejos, mujeres, niños. ¿Al pueblo de ustedes? No me había enterado de eso.
A pesar del no verbalizado escepticismo de Hoepken frente a lo que le contaban los habitantes de Uchullucllu, todo era cierto. Era verdad que campesinos peruanos de todos los rincones del país habían obligado a los chilenos a dirigir fuerzas contra ellos, fuerzas que podrían haberse utilizado para intentar frenar la contraofensiva peruana. Era verdad que a pesar de su inmensa superioridad en armamento y efectivo, murieron dos de cada tres comandos chilenos que aquel día partieron para acabar con los ronderos. Era verdad que en reuniones políticas reservadas en Santiago de Chile, los resultados del combate de la Quebrada de los Muertos tuvieron un peso importante al llegar a la conclusión de que una ocupación prolongada de cualquier territorio peruano era inviable. Pero la tragedia concreta era que al cubrir la retirada del resto de sus fuerzas, cayeron muertos casi todos los adultos varones de Uchullucllu, quebrando su economía irremediablemente. El ministro de defensa había prometido ayuda, pero esta podría demorar indefinidamente en llegar.
Ni siquiera pudieron valerse del apoyo de los medios, ya que el éxito de la contraofensiva convencional eclipsó la cobertura sobre los ronderos. Reportajes sobre las virtudes de los MBT-2011 y MiG-29 eran mucho más atractivos y “modernos” que aquellos sobre las escopetas y armas “hechizas” de los guerrilleros. Las historias del heroico sacrificio de los altos y gallardos oficiales de la Marina de Guerra proyectaban una mejor imagen que las de las rondas campesinas, con sus hombres de porte bajo y facciones indígenas. En esas circunstancias, vender o no las tierras a la empresa ya no era cuestión de defender su patrimonio ancestral, sino de supervivencia.
Hasta los helicópteros nos han quitado, señor. Vino el Ejército y se los llevó. Con la sangre de los nuestros se derribaron y seguro los han botado. ¿Los helicópteros? Yo los he visto, no los han botado. Los están colocando en el Museo de la Victoria. Mi prima está a cargo de la exhibición. Es una artista famosa, quizá hayan oído de ella, Natalie von der Adler. No, señor. Bueno, está ahí junto con un Leopard 2 y un F-16. La inauguración va a estar fabulosa, según tengo entendido, mejor incluso que la del MALI hace un par de años. Pero si los nuestros los derribaron, ¿por qué están en Lima con el Ejército? Recuerde que el Ejército nos representa a todos los peruanos, ahí tienen que estar. Uno se animó a cambiar de tema. Señor, las cosas están muy mal en nuestro pueblo. ¿No nos podrán pagar lo que ofrecían antes de la guerra? Cuánto quisiera, pero no se puede. La guerra nos ha afectado a todos, y la empresa misma ha sido golpeada fuertemente. Los chilenos nos metieron una bomba en nuestras oficinas. No se imaginan lo horrible que fue. Además, el mercado está deprimido. No se imaginan los esfuerzos que hicimos para cumplir con comprarles, solo porque ya se lo habíamos ofrecido. Bueno, gracias, señor.
Finalmente, y para alivio de Hoepken, llegó el notario. Revisaron los documentos de la compra-venta de una parte significativa de las tierras de la comunidad campesina de Uchullucllu. Santiago los revisó rápidamente y firmó. Esperó a que sus contrapartes terminaran de leer y se animaran a firmar. Les entregó el cheque de gerencia y se despidió de ellos, deseándoles la mejor de las suertes. De cierta forma, quizá creyó sinceramente que les estaba ayudando.
Una vez de vuelta en el hotel, Santiago hizo una llamada. ¿Aló, tío? Ya está arreglado el asunto. Luz verde para todo el proyecto. Claro, a 10% menos de lo que habíamos estimado originalmente. Perfecto, ya voy a llamar a mis contactos en la prensa para que se filtre la información. Santiago se echó en la cama, satisfecho. Había hecho el negocio de su vida. Junto con su tío, el general León, habían “convencido” a ciertos políticos clave para que finalmente se construyera la carretera que pasaría por el sur del departamento del Cuzco, contrato que sería adjudicado al Grupo G-Y. Aquel contrato era el que habían estado celebrando en Mega Plaza el día anterior.
Pero antes de eso, querían finalmente finiquitar la compra de los terrenos que terminarían estando aledaños a la carretera, cuyos precios se dispararían una vez que la noticia trascendiera. Las negociaciones ya habían durado un par de semanas y Hoepken, en representación de G-Y, las prolongaba, sabiendo que el pueblo de Uchu-algo estaba en crisis y que tendrían que aceptar lo que se les ofreciera. Una vez que se concretó lo de la carretera, viajó inmediatamente a Cuzco.
Su tío le había enseñado desde chico que el mejor momento para pescar era cuando el río estaba revuelto. Ahora, una boda a todo dar, un departamento en el Golf, una 4x4 del año. Ah, y una casa de playa en Asia. Cuánta razón tenía su tío.




jueves, 6 de mayo de 2010

XIX. Cuatro semanas después



A pesar de la cruda realidad de que en las guerras todos pierden, en esta –como en muchas otras– ambos bandos cantaron victoria. Después de que en ambos países beligerantes se perdieran miles de millones de dólares y miles de vidas, los peruanos vindicaron que al final de las hostilidades no quedaban fuerzas chilenas en su territorio, y los chilenos, la destrucción infligida a la infraestructura peruana. El armisticio se firmó en el hito de la concordia, y la frontera estaba ahora patrullada por los cascos azules, hasta que se pudiera llegar a un arreglo más permanente.
El Mega Plaza había quedado destrozado después de la batalla. Entre incendios, explosiones e impactos de bala, lucía un aspecto dantesco. No había habido atentados enemigos en ninguna otra parte de Lima aquella noche, y de pronto la decisión de no mandar lo mejor de la PNP a Mega Plaza parecía absurda. Ello no impidió, sin embargo, que se le abriera proceso disciplinario al coronel PNP Tafur por sus decisiones durante la batalla. A pesar de todo, entre policías, serenos y civiles lograron reducir a los chilenos que ahí estaban atrincherados, e impidieron el envío del archivo. El ataque informático siguió causando dificultades en Chile por un par de días más.
Lo que la policía no pudo impedir fue que los cuerpos de los chilenos fueran arrastrados en el centro comercial y los alrededores, como ocurrió con los gringos en Somalia. Para mayor tragedia, el cadáver de Maycol también fue confundido con chileno, y fue castigado de manera tal que en su velorio no hubo alternativa a hacerlo con cajón cerrado.
Recuerdo claramente ese día. Todos los empleados teníamos que ir, así que fui con una amiga para no hacer demasiado hígado. Ya habían restaurado un tanto el centro comercial, aunque habían preservado varios impactos de bala para que sirvieran de recordatorio permanente del papel que hubo de cumplir durante la guerra. Nos ubicamos en las sillas que habían instalado en el food court, desde donde pudimos divisar a la madre, a quien habían traído desde Ayacucho. Aun afligida, no dejaba de mostrar un semblante de resignada dignidad. Seguíamos esperando, pues quien debía dar el primer discurso se estaba tomando su tiempo dando una prolongada entrevista a algún canal de televisión. El general Ernesto León.
León estaba muy solicitado por esos días. Como portavoz del Ejército, había sido la cara visible de la contraofensiva peruana y estaba ahora atrapado en una vorágine de entrevistas, sesiones de fotos y apariciones públicas. Y le encantaba. Atrás quedaban sus escándalos de corrupción. En el Perú, todo se perdona. La tierra de las segundas oportunidades. Ahora era el hombre de la hora. Con media hora de tardanza, y sin pedir disculpas, se dirigió al podio y comenzó un discurso sobre las glorias del sacrificio por la patria y de los grandiosos ejemplos que ahora teníamos los peruanos para complementar a Grau, Bolognesi y Quiñones. Revisé después, y pude verificar que había dado el mismo discurso varias veces antes.
Le siguió el discurso de Santiago Hoepken, recién llegado de su “viaje de trabajo” a Canadá, quien agradeció al general en nombre de la empresa. El ataque informático había sido cooptado hábilmente por la sección de relaciones públicas de la empresa, y ahora sus jefes hablaban de “nuestro” ataque. Maycol, como el individuo que había abierto un frente de guerra casi por sí mismo, estaba siendo progresivamente dejado de lado, para ser reemplazado por la imagen de una empresa patriótica que hasta había sacrificado sus propias instalaciones y empleados durante el conflicto.
El acto central iba a ser la inauguración de una escultura que conmemorara a los combatientes de la batalla de Mega Plaza. Lo había hecho Natalie von der Adler, conocida escultora peruana afincada en Madrid hacía ya varios años. Mis conocimientos de arte son prácticamente inexistentes, pero por las diferentes reacciones que hubo entre los asistentes frente a aquella abstracta pieza, podría decir que la recepción de dicha pieza fue, cuando menos, mixta. Entre las personas en los “sitios de honor”, los aplausos fueron entusiastas. Entre la gran masa de asistentes –parientes, amigos y compañeros de quienes pelearon y murieron ahí, así como los combatientes mismos– la reacción fue bastante más tibia. Quizás por eso es que a lo largo de las siguientes semanas y meses la escultura fue siendo cubierta por pequeños artilugios de muy eclécticos orígenes, que tenían un significado más tangible para los deudos.
Ya sé de dónde recuerdo esa escultura. ¿Cómo? Si se supone que es nueva, ¿no escuchaste todo lo que dijo la chica sobre cómo la hizo inspirada en los acontecimientos de la guerra? “Ostia, soy una peruana que habla con acento español, ¡joder!” ¡Sí, claro! Ella hizo una exposición en Barcelona el año pasado, vi las fotos. Ahí estaba esa pieza, y no tenía nada que ver con guerra o sufrimiento alguno. Seguro que simplemente no la pudo vender, y acá se lo aplauden como si fuera la última Coca-Cola del desierto. Una vez acabada la ceremonia pude ver a varios ejecutivos tomándose fotos con la escultora, fotos que después vi publicadas en el “Circo Beat” de “Somos”. Los veteranos del combate, bien, gracias.
Quise saludar a la madre de Maycol de todas maneras, pero debimos esperar un buen rato, ya que muchas otras personas tuvieron la misma intención. Fui testigo del desborde de emoción que mostró Chiara al saludarla, con lágrimas y sollozos. Como si hubiera sido su amiguísimo del alma. Lo más triste fue notar lo visiblemente conmovida que estuvo la madre al pensar que una chica tan linda, de tan buena familia, había sido amiga de su hijo. Simplemente me retiré, no sin antes oír a Chiara preguntarle a Bianca dónde estaba “su” Santiago, ya que quería irse.
De salida me crucé con Hoepken, León, otros altos ejecutivos de la empresa y algunos funcionarios del Estado que habían abierto una botella de champán para celebrar algo. Mientras se daban de palmadas en las espaldas y felicitaban mutuamente, saludé discretamente a Hoepken y seguí de largo. Que Chiara lo encuentre por su cuenta. En ese momento creí que la razón del jolgorio era que el Grupo G-Y, en reconocimiento a sus “grandes sacrificios durante la guerra” había obtenido varios jugosos contratos para la reconstrucción en Lima. Fue recién después que me enteré exactamente qué era lo que estaban celebrando ese día.



lunes, 3 de mayo de 2010

XVIII. Munayniyki ruwasqa kachun, imaynan hanaq pachapi, hinatallataq kay pachapipas



Julián Amezaga jadeaba, exhausto. Estaba al límite de su resistencia física, pero ante los gritos se levantó a seguir. Corrió y pateó la pelota, anotando un gol. Levantó los brazos en señal de triunfo y los niños de su equipo celebraron con él. La selección chilena había hecho un papel decente en el mundial de Sudáfrica, y los niños lo llamaban “Suazo”, por el delantero. Por todo lo que había escuchado de los peruanos, había esperado algo mucho peor al ser tomado prisionero por los ronderos. Claro, los primeros días habían sido algo tensos, pero una vez que aprendió lo básico del trabajo que le asignaban, las cosas habían mejorado. El sol se está poniendo, es hora de irse donde sus mamás. Un ratito más, Suazo, pues. Pero algo llamó la atención de Julián. Se acercaba un helicóptero.
Ya me ubico, Páucar, nos están llevando a Uchullucllu. Estos hijos de puta nos van a destruir el pueblo. Páucar se sumió en una terrible depresión. No solo había sido derrotado por el invasor, y tenido que contemplar a sus camaradas siendo ejecutados –sin siquiera tener el consuelo de compartir su suerte– sino que sus acciones habían atraído la guerra a su pueblo. No habría redención para él. Contempló lanzarse desde el helicóptero para morir de la caída, como Cahuide o Alfonso Ugarte, pero el grueso número de soldados interpuestos no se lo permitirían. Ánimo, Páucar, siempre hay una forma. Filomeno había encontrado una superficie contra la cual raspar sus ataduras, y lo había estado haciendo desde que había recuperado la conciencia. Cuando llegue el momento, estate atento.
El helicóptero se ubicó encima de la plaza del pueblo. El oficial enemigo dio la orden, y empezaron a llover balas y granadas hacia los pueblerinos. Páucar no pudo esperar ante la carnicería que le obligaban a presenciar, y junto a los cuantos prisioneros que lo acompañaban, inició una trifulca en la nave. Estando atados, solo podían empujar y patear a los soldados enemigos. Uno, tomado por sorpresa, cayó al piso de la nave y fue pisado varias veces. Filomeno no se puso en vanguardia, y no les reveló haberse desatado. Un par de tiros a un rondero le puso fin al motín y se restableció el orden.
Filomeno, carajo, tú estabas libre, ¿por qué no le quitaste el arma a un chileno? Discretamente, le mostró la granada que le sustrajo al soldado y le guiñó el ojo. El helicóptero había descendido casi al nivel del suelo y los soldados habían empezado a bajar al pueblo. Páucar entendió lo que se proponía hacer Filomeno y se preparó. Yayayku hanaq pachapi kaq, sutiyki yupaychasqa kachun, qhapaqsuyuyki hamuchun, munayniyki ruwasqa kachun, imaynan hanaq pachapi, hinatallataq kay pachapipas.
Estando el helicóptero casi vacío, Filomeno se levantó para tirar la granada. El comandante chileno se percató de su intención y se volteó para dispararle, pero Pedro Páucar le bloqueó la línea de fuego, recibiendo el impacto de las balas. La granada rebotó dentro de la cabina de los pilotos y rodó debajo de sus asientos. Durante un par de segundos eternos, estos la buscaron con desesperación. Lo último que vio Páucar fueron los últimos rayos del sol antes de ponerse en las montañas al oeste de Uchullucllu.
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Bernarda Rojas no sabía ya qué hacer. Buscada por la Policía Militar y aislada en una ciudad extraña, no se le ocurría alternativa de salida. Quizá sería mejor entregar las pruebas y pedir clemencia. Entre tanto, se refugió en el Falabella, en la esperanza de que con tanta gente alrededor y cámaras de seguridad omnipresentes, por lo menos no podría ser detenida violentamente y “desaparecida” después.
¿Siempre acostumbrái dejar plantado a los hombres? Detrás de ella estaba el teniente Aranda, de la Armada. ¡Mario! ¿Cómo me encontraste? ¿Recuerdas que dijiste que cuando te estresas te dan ganas de ir de compras? Me imaginé que algo así te había pasado, después del operativo que armaron los de la FACH en el hotel. ¿En qué lío te hai metido? Notó que ella miraba ansiosamente a los alrededores. Tranquilízate. ¿No creí que si fuera a acusarte lo habría hecho en el hotel? Cierto. Se fueron a un rincón relativamente menos transitado de la tienda. ¿Conocí al general Wood, de la FACH? Claro po, el que amenazó con renunciar cuando se debatía derogar la ley reservada del cobre. Ese loco decía que la FACH sola podía acabar con Perú, y que no le podían quitar el dinero de las adquisicioines. Es un engrupido. Sí, él. Acá tengo evidencia de que fue él quien mandó bombardear al crucero peruano, sin autorización del gobierno. ¡Chuta! Pero si eso es cierto, ¿por qué no lo hizo conocido el gobierno? Obvio. Una vez lanzada la piedra, el gobierno ya no podía retractarse, quedaríamos re-mal, peor aun que habiéndola tirado. ¿Y por qué querría él bombardear el Grau sin permiso? Está loco, seguro creyó que tal demostración de superioridad los obligaría a pedir disculpas por lo de la Riveros y a sentarse a negociar. Como que ganaría el conflicto él solo, con bajas mínimas para nosotros. El imbécil más bien trastornó un nido de avispas.
Se fueron a un café cercano para que Mario Aranda pudiera revisar los documentos. Bernarda sabía que estaba corriendo un grave riesgo. Pero no se le ocurría alternativa mejor. Estaba acorralada. Esto es muy grave, señorita Rojas. Debemos llevarlo ante mis superiores. No, imposible. No sé hasta dónde va el encubrimiento. Ya te dije que mataron al contacto que me facilitó los últimos documentos. Lo mejor que nos podría pasar es que los documentos desaparezcan. Lo peor… me los tengo que llevar fuera del país, pero no tengo forma de hacerlo.
Empezó a llorar. Su madre le había dicho que estudiar periodismo era muy lindo, un gran ejercicio para la mente. Un adorno. A los hombres les gustan las mujeres cultivadas para que críen a sus hijos. Pero a medida que pasaban los años y no se casaba, empezaron los cuestionamientos. ¿Por qué no te buscas un marido de buena familia? ¿Acaso moriremos sin tener nietos? Lógicamente, vetaron a Julián. Por molestarlos, les aclaraba que para darles nieto no necesitaba marido, ni siquiera novio. Pero quizá si les hubiera hecho caso no estaría en el problema que enfrentaba. Un departamento en Las Condes, full equipo. Esa debía ser su vida.
Mira, Bernarda. Tengo un auto con documentos de la Armada, no me revisarán. Y me conozco la región de memoria. Te voy a llevar a Bolivia.