La guerra de 2012

La guerra de 2012 es una pieza de ficción serializada que se publica dos veces a la semana, los lunes y jueves. Se empieza leyendo las entradas más antiguas, es decir, por las entradas que están más abajo.

Entre el 24 de noviembre de 2009 y el 19 de febrero de 2010 se publicó la Primera Parte de la novela.

A partir del 4 de marzo de 2010 se publicó la Tercera Parte y la novela acabó el 20 de mayo de 2010 .

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Ahora que acabó la novela, cuál es tu personaje favorito?

jueves, 29 de abril de 2010

XVII. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra


No olía a corte marcial. Apestaba. Un AS 532 destruido y más de la mitad de sus fuerzas como bajas, de los cuales un número excesivo eran muertos. La situación no era nada halagüeña. A su favor tenía el haber destruido la más grande concentración de insurgentes que se reuniera en el transcurso de la guerra, así como haber capturado a su cabecilla, el camarada Pedro. Pero quienes ahí estuvieron recuerdan la expresión que llevaba Grimaldi cuando organizó un pelotón con algunos de los soldados hábiles y partió hacia el norte. Estaba fuera de sí. Hay quienes especulan que estaba convencido de que sería dado de baja, lo cual lo impulsó a realizar una última misión.
Nadie en su sano juicio diría que el accionar de Grimaldi estaba justificado, y bajo cualquier otra circunstancia es probable que sus propios subalternos se habrían rehusado a seguir órdenes tan insensatas. Pero el espectáculo de la carnicería que los insurgentes les habían infligido turbó a todos, de manera que cuando dispuso que irían a quemar el pueblo de esos salvajes como represalia por sus actos ilegales, hasta algún apoyo recibió. Dejaron a un grupo para que se encargara de los muertos y heridos, y partieron con dirección a Uchullucllu, informando a base que solo estaban persiguiendo a los dispersos.
Observaba a los prisioneros con una ligera sonrisa dibujada en la cara. Sabía que la FAP no sería mucho problema. Debido a la contraofensiva peruana, las pocas unidades que les quedaban estaban muy ocupadas protegiendo a sus fuerzas de tierra de los F-16. Un solo helicóptero volando a baja altura sería difícil de detectar y poco fructuoso atacar. ¿Lanzagranadas o misiles antiaéreos en Uchu-no sé dónde? Imposible. Probablemente no tenían ni agua potable. Seguramente no sabían escribir “agua potable”. Pagarían por su insolencia, y lo mejor de todo sería que los cabecillas estarían ahí para presenciarlo.
El viaje duró algo más de una hora, durante la cual la introspección de todos los presentes, más el ruido del motor, previno que se dieran muchas conversaciones. Meditaba sobre lo que tendría que hacer al regresar a casa. Sería el segundo Grimaldi dado de baja del Ejército de manera poco honrosa. Pero lo haría cumpliendo con su patria, más allá de lo que dijeran los socialistas y civiles maricones. Sin embargo, sus pensamientos se tornaron más hacia quien vendría a ser, se daba cuenta, su madre adoptiva. Estaba convencido de que no había mujer más dulce y amorosa en la tierra. Recordó las reuniones de sábado por la tarde que ella hacía en la casa, y le pareció una idea recrearla en su mente.
Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Amen.
Capitán, ya debemos estar por llegar. Muy bien. Vamos a mostrarles lo que es el infierno a estos malditos. Tienen sus órdenes, ¡cúmplanlas!
*****
Fue arrastrado violentamente hacia el sótano del Starbucks, el humo haciéndole toser y lagrimear todo el camino. El chileno de la computadora cogió un extintor y bajó con él al baño de hombres. Ambos chilenos se colocaron máscaras de gas, y el de las armas se ubicó en una posición defensiva al pie de las escaleras. 80%. Mantenía el descenso bajo un fuego constante, mientras que el otro se hacía cargo de entregarle armas con las cacerinas llenas y de cambiárselas a las vacías. Arrojaban granadas hacia arriba para evitar que los peruanos pudieran concentrarse.
85%. Era el momento. A lo largo de su vida, Maycol había aguantado todo tipo de abusos. En el colegio, el ser malo para el fútbol y demasiado aplicado en los estudios le habían hecho acreedor a ser hostigado constantemente, además de la ocasional golpiza. En G-Y, nadie lo veía como igual, mucho menos Chiara. Y nunca había protestado por ello. Empezó a darse cuenta de que ni siquiera había ofrecido resistencia digna de ese nombre desde que lo secuestraran. Todo eso acababa ahora. Se juró a sí mismo que la pusilanimidad jamás volvería a ser su divisa.
Esperó pacientemente el momento ideal. Cuando a su captor se le complicó recargar un arma, se lanzó sobre él, con el fin de quitarle la computadora. ¡Qué chucha haces! Forcejearon, mientras el chileno de las armas seguía barriendo las escaleras. ¡Puta madre, Ríos, mátalo de una vez, que ese hijo de puta nos va a cagar! Los disparos reverberaban fuertemente en el baño y Maycol llegó a poner una mano sobre la máquina, pero su mano dejó de responder. Volteó y vio a su captor apuntándole con una pistola recién disparada. Al ver su brazo sangrante, fue sobrecogido por el dolor y se alejó, arrastrándose.
Carajo, Ríos, ¿cómo va el envío? Le entregó un arma recargada y tomó la gastada. 90%, teniente. Ya, mata a ese hijo de puta. No quiero más riesgos. Ante la inminencia de su muerte se le salieron las lágrimas. El chileno le apuntó por varios segundos, y le disparó al piso. No se preocupe teniente, este cholo no nos va a molestar más. Maycol no sabía si debía sentirse agradecido por seguir con vida, o humillado por no ser siquiera tomado como una amenaza.
El enemigo se había colocado en una posición en que la ventaja numérica peruana no servía de muy poco. Murieron muchos intentando bajar esas escaleras, hasta que hicieron uso de un recurso extremo. Le rompieron la válvula a un balón de gas de otro restaurante, y después de un par de intentos lograron hacerlo rodar cuesta abajo. Los chilenos dejaron de disparar por temor a hacerlo explotar. En esa pausa, alguien finalmente pudo tirarles una bomba molotov.
95%. Maycol lo vio todo. ¡Ríos! ¡El extintor! La última, remota, posibilidad era apagar la llama antes de que todo explotara. El chileno se apresuró en coger el aparato que yacía al costado de Maycol. Ya no más. Concentró todas las fuerzas que le quedaban, trabando y haciendo tropezar al chileno. El extintor cayó y se deslizó hacia los cubículos, fuera del alcance de su captor. ¡Carajo, Ríos, te había dicho que lo mates, ahora nos vamos a–





lunes, 26 de abril de 2010

XVI. El discreto encanto del desencanto



Atrás quedaba todo. El frente de batalla, la contraofensiva de Sama, los Otorongos, el desembarco. Todo. Observaba a los heridos y mutilados que viajaban con él en el viejo Antonov y se preguntaba si lo que le causaba las náuseas eran los fuertes olores que rondaban en la cabina, los recuerdos de la guerra o el vuelo mismo. En cualquier caso, sabía que una fase de su vida estaba llegando a su fin. El desencanto con todo lo relacionado a las últimas semanas lo consumía.
Había tenido acceso a la propaganda de ambos lados, y veía con igual desdén los reclamos de victoria que esgrimían. El avance peruano en el segundo día de la contraofensiva había tenido resultados mixtos. El comandante Llauce recibió instrucciones de realizar una maniobra excesivamente osada con fuerzas manifiestamente insuficientes. En lugar de avanzar desde la cabecera de puente con dirección a la costa, para auxiliar a los completamente aislados infantes de marina –que resistían a duras penas un determinado contraataque chileno– hubo de internarse con dirección este para cortar la vía de retirada de las fuerzas chilenas que seguían peleando en Sama. A pesar de sus atributos como líder de combate y finalmente estar al mando de tanques de verdad, Llauce comprendía que se le estaba pidiendo morder mucho más de lo que podía masticar. Nadie puede saber con certeza si llegó a oír las exhortaciones de undécima hora que le hiciera el general León para que siguiera el ejemplo de Bolognesi y que luchara hasta disparar el último proyectil.
En lo que posteriormente se denominó el combate de la carretera Panamericana, su pequeña e improvisada kampfgruppe –compuesta del 181º batallón de tanques más algunos elementos auxiliares– tuvo que hacerle frente a toda la 2ª brigada acorazada “Cazadores” y otras unidades que se estaban retirando desde Sama con dirección a Tacna. A pesar de algunas maniobras tácticas notables por parte de Llauce, la fuerza peruana terminó siendo arrollada, y su comandante, muerto. El camino había quedado libre para que las demás fuerzas chilenas empezaran el complicado proceso de una retirada escalonada desde sus posiciones en Sama. Quienes estuvieron en el Fuerte Arica aquel día comentan que era difícil leerle la expresión al general León. No sabían si este último acontecimiento le mortificaba, al no poderse destruir al ejército enemigo, o si le complacía la muerte en combate del teniente-coronel. Quizá era una mezcla de ambas cosas.
En cualquier caso, al final del día era el ejército chileno el que se retiraba hacia el sur, y el ejército peruano cantó victoria. Al bajar cuidadosamente de la aeronave, oyó a una banda militar saludar a los heridos, dándoles la bienvenida a la patria y felicitándoles por el resultado obtenido. Quizá era cuestión de algunos minutos para que se le pasara el mareo. Tan solo debía tomar un taxi y pronto estaría de vuelta con Cecilia y todo se resolvería.
Para su buena fortuna, entre tanta descarga de heridos, no faltaban médicos. Perdió el equilibrio y se dio contra el piso, perdiendo el conocimiento. Despertó en una ambulancia del ejército que lo llevaba en dirección al Hospital Militar Central.
*****
No habían contemplado la posibilidad de un ataque suicida y cuando este ocurrió, perturbó sus planes considerablemente. El humo y las llamas hicieron insostenible la posición en el Chili’s, lo cual les obligó a replegarse hacia el Starbucks, concediendo así un amplio arco de fuego. Los peruanos de alguna manera habían obtenido acceso a los techos de las tiendas que estaban separadas de su reducto por apenas un vacío de unos tres metros, y empezaban a lanzar bombas molotov a los francotiradores.
¡Bajen, carajo, bajen! El redespliegue era posible por medio del balcón del Starbucks ubicado en el segundo piso, desde el cual Novoa intentaba cubrir a sus hombres. El primero llegó a ponerse a salvo, pero el segundo fue impactado por una bomba molotov que lo envolvió en llamas. Novoa mató al peruano que lo lanzó, pero tuvo que ser testigo impotente de la caída de su soldado al piso de abajo, donde después de algunos momentos de retorcerse de dolor, expiró. El francotirador superviviente cogió un rifle de asalto, miró a Novoa, y tomó una posición defensiva en el perímetro.
Por la puta madre, Ríos, ¿cuánto falta? Voy 43%, teniente, aguante un poco más. Hay veces en que uno sigue haciendo las cosas por inercia, aun sabiendo cuáles serían las consecuencias. Ríos sabía que mandar el archivo a Chile era viable, y que una vez allá podrían descifrarlo y contrarrestarlo. Pero su propia suerte estaba echada desde el momento en que empezaron los disparos. Estaba convencido de que una vez que se derramara sangre, sus propias posibilidades de sobrevivir eran prácticamente inexistentes. Sabía que los peruanos quemaban vivos hasta a sus propios alcaldes, y lo que le esperaba como chileno podía ser incluso peor.
¡Atentos, que acá vienen de nuevo! El segundo asalto de los peruanos fue más intenso y, sobre todo, mejor organizado que el primero. Desde las gruesas filas de civiles, policías, serenos y hasta guachimanes disparaban contra la estructura que les servía de fuerte, como para obligarlos a mantenerse bajo cubierta. La pérdida del Chili’s le facilitó a los peruanos acercar sus posiciones de partida más, mucho más que antes. Novoa y el último soldado no se inmutaron y vomitaron un intenso fuego sobre la horda peruana, abriendo boquetes en sus filas que, sin embargo, no tardaban en volver a ser rellenadas.
¡Cuidado, carajo! El soldado, viendo que estaban a punto de penetrar dentro del local, había avanzado hasta la esquina y descargado una cacerina entera a corta distancia sobre el enemigo a través del ventanal principal hacia el este, rechazándolos. En su desesperación no había percibido que otro grupo de peruanos se abalanzó por el ventanal sur, y súbitamente diez manos lo tomaron y lo arrastraron hacia afuera. Soltó el rifle de asalto y se defendió como pudo con su pistola y cuchillo mientras Novoa intentó un contraataque. Entre ambos mataron a varios más, pero no fue suficiente. Los peruanos lo molieron a golpes primero, y una vez que fue llevado más atrás de la línea un sereno de Independencia lo remató con un tiro en la frente.
La posición se hizo indefendible. Él solo no podía sostener el perímetro entero. ¿Cuánto vamos, Ríos? ¡73% teniente, aguanten un poco más! Le entregó una pistola. Nos vamos al sótano.






jueves, 22 de abril de 2010

XV. Mala chilena, traidora


Salió de su estupor al oír golpes en la puerta del cuarto. Señorita Rojas, soy el teniente Aranda, ábrame por favor. Instintivamente, fue abrió la puerta, recién dándose cuenta de que quizá había cometido un grave error cuando el oficial ya se encontraba dentro de la habitación. Me acabo de enterar que ha renunciado a reportar desde la Armada, y venía a preguntarle si todo está bien. Ah, sí todo bien, muchas gracias. Solo que me hai sorprendido un poco. Discretamente metió los documentos en el sobre y en su bolso. Discúlpame, que acá todo está muy desordenado. Venga,lte invito un vinito abajo, para que se le pasen los nervios. Sé que atestiguar el combate puede ser muy perturbador para una civil. Gracias, Mario. No tiene que llevar su bulto, déjelo acá. No, insisto, una señorita siempre tiene que tener ciertas cosas consigo.
Bernarda miraba nerviosamente a los alrededores mientras que el teniente Mario Aranda le contaba sus propias experiencias lidiando con la muerte, como en el maremoto de 2010, y cómo hizo para superarlo. Después de ver pasar a cuatro policías militares de la FACH, ella se levantó y pidió permiso para ir a los servicios higiénicos. Cuidadosamente salió del hotel y se metió en un taxi al cual pidió que la llevara a la plaza, a falta de un mejor destino.
Confundida, evaluó sus opciones. En caso de que la muerte de su informante no hubiera sido accidental, sino parte de una operación de encubrimiento, no podría confiar en los miembros de las FFAA, convencida de que ella podría también terminar “accidentalmente” en el fondo del mar. No podría ir con facilidad hasta Santiago tampoco, ya que desde que un grupo de peruanos locos intentó hundir el Huáscar en Talcahuano, el gobierno había autorizado que los militares inspeccionaran a los pasajeros de los buses en las estaciones o aleatoriamente a lo largo de sus rutas. Y ni hablar de ir por aire. Decidió confiar en sus conocidos dentro de la prensa, el Cuarto Poder. Instruyó al taxista a que se dirigiera al despacho del periódico “El Astro” de Iquique.
¡Bernarda, a los años! ¡Carlos, qué gusto! ¿Qué te trae por acá, no estabas con la Armada? Justo he renunciado. Su interlocutor se sentó tras su escritorio y le invitó a que se sentara. Mira Carlos, necesito un favor. Tengo que regresar a Santiago y me preguntaba si estarán mandando algún auto de prensa para allá ahora. Déjame ver acá un momento. Abrió uno de sus cajones y se puso a manipular sus contenidos, cuando timbró el celular que tenía en la mano. Cerró el cajón. Discúlpame, tengo que tomar esta llamada. Salió de la oficina.
La paranoia le ganó. Esperó a que Carlos estuviera fuera de vista, y abrió el cajón. Dentro estaba una pistola, descargada; y ningún documento relacionado al movimiento de autos. Afortunadamente, Aranda le había enseñado a cargar un arma y dispararla. Ok Bernarda, todo coordinado, solo tení que esperar acá unos cuarenta minutos y todo arreglado. ¡Hijo de puta! ¿A quién llamaste? ¿A la FACH, no? Bernarda, baja la pistola, por favor, acá todos somos amigos... ¡Sal de mi camino, maldito, o te mato!
Se abrió camino hasta la calle. Desde la ventana, oía los gritos de Carlos. ¡Eres una mala chilena, traidora!
*****
La mayor sofisticación táctica les había costado caro. El extendido uso de fuego de supresión y equipos de tiro en lugar del ataque estilo montonero había significado un gasto de munición muy superior al que había proyectado. Se maldijo a sí mismo por no haber exigido una cantidad mayor al Ejército, aunque era cierto que fueron extremadamente reacios a darle siquiera la cantidad que recibió. El ataque del helicóptero colmó el vaso. Tuvo que atestiguar con impotencia cómo sus huestes empezaron a desbandarse.
Mas siempre hay esperanza a futuro. ¡Malqui! ¿Qué fuerzas quedan para pelear? No mucho, papá. La columna de Uchullucllu nomás. Pónmelos en línea acá, van a cubrir al resto. Sí, don Pedro. Sabía que la derrota se había pronunciado, pero iba a salvar a cuanto rondero pudiera. Siempre podrían reorganizarse después. Tomó la SIG-Sauer SSG 3000, el rifle de francotirador que había capturado en alguna emboscada anterior, y tomó posición en la línea. Apuntó, y mató a un comando chileno. Antes de poder soltar otro disparo fue sacudido por alguien. ¿Qué carajo estás haciendo acá, Páucar? ¡Dispara Filomeno, que se están acercando! Puta madre, Páucar, te tenemos que sacar de acá, no te podemos perder. ¡Vamos! ¡No, carajo! Hemos perdido por mi culpa. ¿Acaso soy ministro para hacerme el loco? ¡Asumo la responsabilidad! ¡Estás loco, puta madre!
Filomeno Poma no pensaba perderse en el desastre. Rápidamente cargó con las espoletas y celulares que necesitaría para proseguir las operaciones después, siempre bajo la mirada de desaprobación de sus compañeros. Senderista, siempre cobarde. Se sumó a la estampida.
La línea de Uchullucllu hizo lo posible por contener el avance chileno, pero bajos de munición y cortos de hombres, no lograron más que retrasarlos. Pero cada minuto de demora significaba que más ciudadanos lograban abandonar el campo de batalla para luchar otro día. Pudo ver cómo cayeron prisioneros y fueron rematados. Distinguió al comandante ejecutar al cabo Malqui y acercarse donde Páucar y propinarle una golpiza.
Hacía tiempo se había dado cuenta de que Sendero había perdido el rumbo y aprovechó la ley de arrepentimiento para desligarse. Pero la recepción en Uchullucllu después del conflicto armado interno había sido muy fría. Debía expiar sus culpas por medio del trabajo, pero aun veinte años después, personas como Pedro Páucar se rehusaban a saludarlo. Los errores de la juventud seguían pesando sobre sus hombros. Un marginal entre marginales. No le fue fácil, pero dio la señal.
Filomeno y cinco hombres más salieron de sus escondrijos y corrieron a toda prisa hacia donde estaba Pedro Páucar. ¡Por Uchullucllu! Empezó un feroz tiroteo. Las esquirlas de una granada lanzada por él hirieron al comandante enemigo, quien –aun estando contuso– no dejó de vociferar órdenes. Fueron cayendo los ronderos, no sin antes infligir bajas en los sorprendidos chilenos. Filomeno llegó a coger a Pedro y lo arrastró algunos metros antes de que una granada que explotó en las proximidades le hiciera perder el conocimiento.
Cuando despertó, estaba volando dentro de un helicóptero, rodeado por otros prisioneros y vigilados de cerca por soldados chilenos. Vio al sol ponerse por la ventana izquierda y dedujo rápidamente que en lugar de estarse dirigiendo a Chile, iban en camino hacia el norte.






lunes, 19 de abril de 2010

XIV. El pisco es peruano




Sería injusto decir que la batalla de Mega Plaza afectó solamente a los habitantes de los distritos aledaños al famoso centro comercial. La Policía Nacional del Perú hubo de hacer una de las más grandes movilizaciones de su historia: la explosión en San Isidro y los acontecimientos en Mega Plaza hicieron que entrara en el estado más alto de emergencia posible, y todo policía fue llamado a servicio de manera inmediata. Se temía que agentes chilenos infiltrados habían dado inicio a una vasta ola de atentados de sabotaje y terror en la capital.
Todos podemos recordar cómo estuvo Lima aquella fatídica noche. Había policías en cada intersección importante, los autos eran parados de manear aleatoria, buscándose agentes chilenos. Larcomar, Molicentro, Jockey Plaza, Plaza San Miguel y otros importantes centros comerciales fueron evacuados intempestivamente. Se establecieron perímetros de seguridad en torno a todos los edificios gubernamentales de importancia, así como en puntos estratégicos como la Atarjea y centros de electricidad y comunicaciones. Las mejores unidades de la PNP se aprestaron a impedir cualquier otro ataque chileno, y en apariencia, tuvieron un éxito superlativo.
Los Serenazgos también tuvieron las manos llenas. Noticias de la batalla cundieron por la ciudad, movilizando gruesas columnas de personas que querían pelear con los chilenos, aunque fuera a mano pelada. Estas bandas despertaron el temor de los sectores acomodados de la ciudad, viendo en ellos grupos de vándalos, prácticamente barras bravas, que aprovecharían el caos para cometer sus fechorías. Los serenos municipales de los distritos “decentes” se esforzaron por mantener a los “intrusos” en las avenidas troncales, impidiendo que penetraran en los barrios donde los demás limeños se escondían detrás de sus altos muros y cercos eléctricos, más temerosos de sus conciudadanos que de los chilenos. Los serenazgos de San Isidro, Miraflores, San Borja y Surco prácticamente pusieron sitiaron a Surquillo.
Pero todos efectivo que se movilizó, ya sea para proteger zonas más importantes de agresiones extranjeras adicionales o para preservar el orden social, eran un efectivo menos para Mega Plaza. En el juicio que se le abrió al coronel PNP Edilberto Tafur, quien estuvo a cargo del sector, este se defendió aduciendo que todos sus pedidos de refuerzos y de fuerzas especiales fueron rechazados, ordenándosele que se hiciera cargo con lo poco que tenía bajo su mando. Le era imposible impedir que la masa de gente entrara a Mega Plaza. En una decisión que sigue siendo sumamente controversial hasta el día de hoy, Tafur optó por dejar de oponerse a la masa, y los organizó en unidades improvisadas bajo el mando de policías o serenos. A falta de armamento, requisaron toda la sección de bebidas alcohólicas del Tottus y repartieron bombas molotov. Naturalmente, las botellas preferidas fueron las de pisco peruano.
Chiara vio la cara de Maycol en la televisión. ¡Mamá! ¡Ese chico trabaja conmigo! ¿Ah, sí, mi hija? ¡Los chilenos lo han secuestrado! Su madre notó algo de preocupación en su tono. Hija, no estarás pensando salir, ¿no? Las calles están llenas de gente de lo más bajo… además, debe haber algún tipo de error… La respetable señora miró la foto que salía en la pantalla. …porque ¿qué podrían querer los chilenos con el guachimán de la oficina?
*****
Grimaldi percibió la vacilación de los ronderos. Si no los barrían era por algo. La intensidad del fuego se estaba reduciendo. En el combate, es vital aprovechar el momento para poder obtener una victoria cuando la derrota parece inevitable. Le ordenó a la mitad de los hombres que quedaban que soltaran fuego de supresión, mientras que él y la otra mitad se lanzaban al ataque. El devastador efecto que produce la falta de munición en la moral de unidades de combate es el mismo, sean estas de la cultura que fueran. Ello, combinado con el inesperado contraataque chileno, tuvo un terrible resultado en el orden de las fuerzas insurgentes.
La situación no dejaba de ser crítica, sin embargo. Desde sus posiciones, pudo observar cómo los insurgentes se reorganizaban y tomaban posiciones para un nuevo asalto. ¡Muchachos! ¡Prepárense para repeler otro ataque de estos bárbaros! ¡Apóyense mutuamente y venceremos, como siempre! Oyó los pitazos que usaba el enemigo para coordinar sus ataques, e instantes después, un gran rugido. Hacia ellos empezó a abalanzarse una gruesa masa de quizá centenares de insurgentes, algunos disparando, pero la mayoría blandiendo machetes, lanzas u hondas. ¡Fuego a discreción!
Las bajas entre los peruanos fueron terribles. Hoyos enteros se abrían en sus filas, pero eran rellenados con otros hombres, mostrando igual furor. Los metros que los separaban del combate cuerpo a cuerpo se iban reduciendo rápidamente. 100, 50, 30… Grimaldi vio a algunos de sus hombres persignarse. Apareció súbitamente, sin embargo, el helicóptero al cual había dado órdenes de retornar a su posición. Desde donde buenamente podían, los lautarinos de la aeronave vomitaron fuego sobre los ronderos con tal efectividad que el ataque finalmente perdió impulso. Acto seguido, tomaron tierra detrás de las posiciones de Grimaldi y se sumaron a sus fuerzas.
Era el momento. Lanzó a todas sus fuerzas al ataque, con lo cual terminó de desbaratar a los insurgentes. Los soldados bajo el mando directo de Grimaldi no perdonaron la vida ni a los heridos ni rendidos. Si se comportan como salvajes, que se atengan a las consecuencias. Al inspeccionar el avance del pelotón recién llegado se dio con la sorpresa de que habían tomado prisioneros a un número importante de ronderos. ¿Qué carajo es esto? ¡Había dicho que hoy no había prisioneros! Vociferaba mientras iba ejecutando a los que tenía más cerca. El oficial a cargo corrió hacia él. ¡Capitán! ¡No podemos hacer esto! Además, tenemos capturado al cabecilla de los terroristas, el famoso camarada Pedro. Grimaldi volteó hacia el otro grupo y pudo reconocer al anciano.
La primera patada fue la que más satisfacción le produjo. ¡Hijo de puta! Otra patada, esta vez a la cara. ¡Asesino! A los riñones. ¡Indio salvaje! Los demás oficiales lo tuvieron que contener. Un tanto más calmado, retomó el mando. Rápido, estimado de bajas. Capitán, entre muertos y heridos, probablemente más de cien efectivos. Un verdadero desastre. ¿Embarcamos a los prisioneros y los llevamos al cuartel? No. Estos salvajes nos la pagarán. Teniente, averígüeme dónde queda el famoso Uchu-algo de donde viene el camarada Pedro este. Si tanto les gusta el terrorismo, les daremos una dosis de su propia medicina.





jueves, 15 de abril de 2010

XIII. ¡Banzai kamikaze!


Escuchen. Al primer peruano que se quiera hacer el héroe me lo matan. Hay que mantenerlos apancorados, porque si se ponen gallos y nos atacan como ola humana no habrá cómo pararlos. Novoa terminó de darle las instrucciones a los francotiradores y colocó a un hombre en el Chili’s, a cubrir la aproximación norte, mientras que él se hacía cargo del Starbucks mismo, es decir el flanco sur. Sabía que estaba en una posición precaria. Las casetas del Coney Park, al este, podían servir de cubierta al enemigo. Al oeste, el Pardo’s Chicken estaba incómodamente cerca también. La situación era como un juego de póker, en que tenía que hacer creer a los peruanos que disponía de una mejor mano que la que realmente tenía.
Ríos se frustraba con la lentitud con que avanzaba el proceso. Buscó la configuración de la computadora de su prisionero y suspiró. No pues, compadre. Hay que quererse un poco más. Si trabajas en informática, siempre tienes que tener el mejor equipo que haya. Apagó la computadora y le sustrajo el disco duro, el cual instaló en su propia portátil. Ahora sí. Esto es una computadora de verdad. Le sonrió. Si quieres, después de la guerra te la regalo.
Novoa seguía revisando las noticias a la espera de cualquier dato que le indicara la inminencia de un asalto peruano. Apareció una reportera en una clínica, entrevistando a un hombre herido. Los chilenos han secuestrado a Maycol Huaroto, que es el que hizo el virus informático que atacó Chile. Seguro que están tratando de sacarle información para protegerse del virus. Por favor, dígale a la Policía que lo tienen que impedir, por favor… Supo instantáneamente lo que se venía. ¡Prepárense que se nos viene el tsunami!
Algunos minutos después, empezó el ataque de las huestes peruanas. Los francotiradores del techo se concentraron en eliminar a los policías que las mandaban, y los demás acababan con los civiles que portaban bombas molotov. Ningún peruano se acercó lo suficiente para ser una amenaza. Más daño se hicieron entre ellos, ya que las molotovs reventaban cuando quien la portaba caía muerto, quemando fatalmente a quienes estaban cerca. El ataque se disipó.
¡Bien muchachos! ¡Así se hace! Ríos, ¿cómo va la cosa? Ya encontré el programa, teniente, pero es bien pesado. Ya lo estoy enviando para Buenos Aires, pero va a demorar. Maycol observaba impotente cómo la barra de progreso empezaba a subir. El sonido de un pequeño motor les llamó la atención. Súbitamente, desde atrás del ascensor, apareció un motociclista que enrumbó a toda velocidad hacia el Chili’s. ¡Elimínenlo! Novoa pudo percibir el peligro que representaba. En la mano izquierda portaba una molotov, y amarradas a la moto iban varias galoneras.
¡Baaaaaaaanzái kamikaaaaaaaze! La moto avanzó esquivando los charcos en llamas, mientras todos concentraban su fuego en él. Finalmente cayó herido a dos metros del local, pero la moto siguió su rumbo y se estrelló al interior, empapando todo de gasolina, incluido al hombre apostado ahí. Aturdido, el motociclista sacó un encendedor. Antes de recibir el disparo fatal desde el techo, logró prenderlo y arrojarlo al interior. Las llamas se expandieron rápidamente, acabando con la vida del chileno, y poco después llegaron a la cocina, donde hicieron explotar los balones de gas.
¡Carajo, concéntrense que ahí vienen más!
*****
Aquella mañana del 24 de abril de 2012, el F-16 pilotado por Esteban Quiroz, el “Rudel chileno”, lanzó el AGM-65 Maverick contra su objetivo. El MBT-2011 de mando del batallón que llegaba a reforzar la cabecera de puente explotó inmediatamente al ser impactado por el misil. El comandante Llauce se apresuró en llegar en uno de los pocos Otorongos que le quedaban y constató lo que los demás tanquistas ya habían podido verificar. El comandante de la unidad había muerto.
Hijita, ya pronto regresaré y te vamos a poner sanita. ¿Aló? ¿Aló? Francisco no podía oír a su hija Cecilia en medio del barullo que estalló en la sala de mando del fuerte Arica. Un momento, hija. ¿Qué está pasando, eh? Ingeniero, los chilenos han empezado a retirar fuerzas de Sama. ¡Les hemos ganado! En efecto, pudo ver que los militares de diversas graduaciones se estaban dando la mano y abrazando mutuamente. El general León le encargó a su asistente que se encargara de convocar una conferencia de prensa y, siempre entusiasta, abrió una botella de champán para brindar con todos los presentes.
La batalla de Sama había sido muy dura y pareja. Se enfrentaron en aquel campo de batalla los mejores soldados y equipos de sus respectivos ejércitos, haciendo gala de gran determinación y voluntad de lucha. Fue la batalla terrestre más grande que Latinoamérica hubiera visto en los últimos cincuenta años, por lo menos. Mas, el hecho de que sobre esta ya se han escrito muchos volúmenes por autores mejor informados que yo, me exime de describirla en detalle. Lo importante acá es el efecto que tuvo sobre nuestros personajes.
Francisco se había despedido de su hija y participó con mediano entusiasmo en la algarabía. León partió para dar su ahora famosa conferencia de prensa, en que anunciaría la inminencia de la victoria peruana. Percibió un aumento de movimiento en cuanto el general salió del cuarto. Ya, ¿estamos de acuerdo, no? Claro. Un par de oficiales de alta graduación imprimieron un documento. Llévenle esto de inmediato a Gjurinovich, para que lo firme. ¡Rápido! La situación le causó extrañeza, pero ¿quién entiende a los militares?
En la cabecera de puente, veían la conferencia de prensa mientras esperaban instrucciones. Puesto a cargo de las relaciones públicas del ejército, tanto se lucía que parecía intentar convencer a los oyentes que él era el cerebro detrás de la operación. Sonó el teléfono satelital. Con el comandante Llauce. Habla él. Le habla el general Zapata, del Estado Mayor. El general Gjurinovich acaba de firmar su designación como comandante accidental de todas las fuerzas en nuestro flanco derecho. Prepare a sus unidades para avanzar, recibirá instrucciones pronto. La guerra nunca acaba.
El general León se retiró de la conferencia de prensa sin responder todas las preguntas de la prensa. Siempre hay que dejarlos queriendo más, solía decirle a sus allegados. Se cruzó con Francisco en el patio. Pancho, ¿cuántos Otorongos quedan operativos? 13%, general, los demás destruidos. ¡Magnífico! Sí que me has cumplido. Mira, ya que no quedan prácticamente Otorongos y la guerra está por acabar, ¿por qué no te regresas a Lima? Un Antonov va a salir de Arequipa, yo te consigo cupo. Gracias general, usted siempre tan generoso.







lunes, 12 de abril de 2010

XII. Que me los tuleen



Don Pedro miró a la teniente-coronel Jesús Trelles con estupefacción. Ella no sabía qué más decirle. La directiva había sido clara: mientras a menos comités de autodefensa se les extendiera beneficios, mejor; y por más que ella había intentado incluirlos, había sido en vano. La sustentación documental de las actividades de la ronda de Uchullucllu era escasa. En buena medida se basaba casi exclusivamente en el testimonio de los ronderos mismos y carecía de corroboración de oficiales del Ejército. La paradoja enfurecía a Pedro Páucar. La falta de testigos del Ejército se debía precisamente a que durante muchos meses fueron dejados a pelear a su suerte, y ahora ese mismo abandono servía de justificación para ser ignorados una vez más después de la guerra. Como si Sendero se hubiera derrotado a sí mismo. Como si los huérfanos se hubieran parido a sí mismos.
Dicen que la locura consiste de repetir la misma acción esperando un resultado diferente. Había pasado casi veinte años desde su infructuoso viaje a Lima, y sin embargo, acá estaba de nuevo, peleando en otra guerra. Tenía la esperanza de que no era exactamente la misma acción. Esta vez el enemigo no era interno, sino externo. Además, Filomeno Poma, con sus artilugios electrónicos, se estaba asegurando de que su accionar quedara registrado para la posteridad.
El sargento Páucar volvió a observar la línea de combate. Las fuerzas del distrito de Marco acababan de tomar el flanco derecho de los chilenos. A pesar de su aparente desorden, habían aprendido a utilizar el fuego de cobertura para ganar terreno con más seguridad. El poder de fuego del enemigo, sin embargo, causaba devastadores bajas entre los atacantes. Los ronderos que avanzaban para asaltar las posiciones chilenas a veces no tenían más opción que pisar los cuerpos de sus camaradas caídos. No obstante, una y otra vez tuvieron los chilenos que reformar sus líneas, a medida que sus hombres iban cayendo.
Se había llegado al tipping point. Los chilenos daban muestras de estar exhaustos, mientras que él, con ventaja de números, todavía contaba con considerables reservas de hombres que aun no habían sido comprometidos en combate. Un empuje más, y podría desarticularlos por completo. Y era crucial hacerlo pronto, pues la posibilidad de que otras fuerzas chilenas vinieran al rescate era su espada de Damocles. Que me lo digan a los de Tulumayo que se preparen para acabar con los chilenos. Que me los tuleen.
Entre los ronderos del centro de la República, los de Tulumayo eran una especie de tropa de choque. Avanzaron ordenadamente hasta la posición designada y su portaestandarte desplegó una bandera raída y desteñida al extremo. Me contaron, Páucar, que esa misma bandera la usaron con Cáceres, y también contra Sendero. Sonó el primer pitazo, indicándole a los ronderos de Marco que proveyeran fuego de cobertura. Con el segundo, los de Tulumayo se lanzaron al asalto.
La línea chilena vaciló primero, y cedió después. Los ronderos acabaron con varios de ellos. Los últimos sobrevivientes se reagruparon para una última resistencia. No hubo tregua, y les llovió una tormenta de balas. Poco después, adonde Páucar empezaron a llegar numerosas solicitudes desde las unidades que estaban en contacto con el enemigo. ¡Munición! ¡Tráigannos más munición!
*****
Bernarda Rojas hubo de contener su curiosidad hasta llegar a su habitación de hotel. Entre tanto, se dedicó a oír las últimas noticias. Un compañero de la universidad estaba haciendo un reportaje desde el frente. Si bien un contingente enemigo había desembarcado en el flanco, este se encontraba aislado y pronto sería eliminado. En cuanto a la contraofensiva peruana en tierra, la situación también era alentadora. A pesar de que el enemigo había atacado con sus mejores armas y soldados en Sama, las de Chile habían podido contenerlas del todo. Entre tanto, la ruptura del frente por el flanco izquierdo era solo momentáneo y podría superarse pronto. En medio de todo, decía su colega, los objetivos chilenos ya se habían alcanzado: la Marina de Guerra del Perú había sido derrotada completamente, dejando el territorio marítimo reclamado en manos de Chile, y pasarían lustros antes de que se repusieran las pérdidas de la FAP y EP. Las horas finales de la guerra ya se estarían acercando.
Una vez en privado, prendió el televisor, y se sentó a abrir el sobre y revisar los contenidos. Sus investigaciones ya llevaban varias semanas, y esperaba que estos documentos le ayudaran a aclarar el panorama. La documentación confidencial que había obtenido anteriormente le confirmaba que el 4 de abril de 2012, el gobierno de Chile sabía que era cuestión de esperar dos días para que la ONU emitiera una resolución condenando las acciones peruanas en el incidente naval del 31 de marzo. Una magnífica victoria diplomática había estado a la mano y fue desperdiciada.
Los documentos consistían de algunas órdenes remitidas por el Consejo de Ministros a la FACH. Las revisó una por una y no encontró nada llamativo. Después del 31 de marzo, se instruía que se debía mantener una cautelosa vigilancia sobre los movimientos navales peruanos. Las órdenes del 5 de abril eran idénticas. Idénticas. Bernarda volvió a revisar la fotocopia y sus contenidos, una y otra vez. A menos de que fuera una falsificación, había acá una grave discordancia.
Abrió el doble fondo de su maleta y sacó otro fajo de documentos. Los revisó rápidamente, hasta que encontró el que buscaba. Era la orden del general Wood, comandante de la base aérea de Iquique. Estudió la cronología. En efecto, poco después de que el BAP Grau fuera detectado por el radar de un Persuader, el gobierno dio la orden de que dos F-16 partieran para hacerle sombra. La orden fue retransmitida por Wood. Pero escasos diez minutos antes de su despegue, dio otra orden para que partieran doce más, seis portando equipamiento anti-buque y otros seis listos para dar cobertura aérea. Con la orden de hundir al Grau.
Dejó que el significado de la documentación se asentara en su mente. No había sido el gobierno el que había decidido bombardear al Grau, sino Wood. Y todo se había mantenido encubierto. Lógicamente, la revelación de esta información podría hacer tambalear al gobierno y el apoyo popular al esfuerzo de guerra. Mientras meditaba cuál era su deber como chilena y como periodista, veía la TV como zombie. Un auto se había desbarrancado en la costanera, ahí en Iquique, y había muerto su ocupante, un oficial de la FACH. Vio la foto, y era él, su informante.




jueves, 8 de abril de 2010

XI. Anochecer de los muertos



Capitán deberíamos concentrarnos en rescatar a los heridos y pedir refuerzos, apoyo aéreo o algo… No, carajo. Tenemos que barrer a estos hijos de puta. No podemos andar mendigando ayuda cuando están tan presionados, el desembarco y el flanqueo y todo. Como hombres.Grimaldi dio la señal y sus hombres bajaron del helicóptero de mando como se había planificado inicialmente, con el único cambio de que el otro fue destinado a auxiliar al helicóptero caído.
No se le escapaba la ironía de estar pagando por los pecados de su padre, aun cuando este no lo era realmente. Se decía que había sido torturador durante la época de Pinochet. Una vez que se restauró la democracia en 1989 las cosas cambiaron. Su padre y otros militares como él, a pesar de evitar en muchos casos ser perseguidos por haber, según él, defendido a la patria de la amenaza del terrorismo comunista, se vieron paulatinamente postergados en sus carreras. Y también él, cuando como joven oficial hizo un par de quejas más o menos públicas sobre la forma en que los gobiernos socialistas trataban a los oficiales patriotas de antaño, también se vio castigado informalmente. Por lo menos así lo consideraba Grimaldi, al estar amarrado a un escritorio en un puesto administrativo en el sur, cuando todos sabían que lo que él quería era estar en una unidad operativa.
El pelotón tomó posiciones de combate. El piloto del helicóptero entabló comunicación. Capitán, podemos ver que están avanzando hacia sus posiciones. ¿Cuántos? Muchos. Cientos. Grimaldi tenía casi treinta hombres bajo su mando inmediato. Vamos a bajar para evacuarlos. Carajo, ¡ya tiene sus órdenes! Vaya a donde cayó el otro helicóptero, para evacuar a los heridos. Se volteó donde el sargento primero. Unos cuantos indios salvajes y se me aconchan, por la puta madre.
La guerra lo había cambiado todo. Además de que los socialistas ya no estaban en el poder, se necesitaban oficiales en el norte, así que la identidad de su padre había dejado de ser un problema tan grande. Pero ahora recordaba lo que algunos oficiales mayores le decían. Según ellos, no solo en Argentina se había dado el fenómeno de los bebés secuestrados, aquellos que los militares les quitaban a los prisioneros políticos ejecutados y que después distribuían entre ellos o sus amigos y parientes. En una proporción mucho menor, también había ocurrido en Chile.
El superior poder de fuego de sus hombres contuvo la primera ola del asalto insurgente. Finalmente recibió noticias de los helicópteros que habían ido a bloquear la retirada del enemigo. Ambos estaban operativos, pero la tropa había sufrido fuertes bajas. Les ordenó que buscaran un lugar donde reorganizarse, trasladando todos los heridos a una nave, y que la otra, con los hábiles, fuera a reforzar su posición. Los insurgentes asaltaron sus filas nuevamente. Un equipo de fuego de su flanco derecho fue arrollado, por más que dirigió todo el fuego que pudo a evitarlo. Tuvo que tragarse la rabia al verlos siendo desmembrados, y solo le quedaba esperar que ya hubieran estado muertos cuando ello ocurrió.
Poco después, el helicóptero de rescate le informó que su pelotón estaba entablando combate con otros insurgentes, quienes parecían haber rematado a los heridos que había encontrado en la aeronave caída. Salvajes de mierda. Ahora ya sé cómo se sintió Carrera Pinto.
*****
Maycol fue arrastrado violentamente al interior del centro comercial. Si bien tiene zonas techadas, este está configurado en torno a una plaza central abierta con una gran pileta. Observó cómo huyeron los comensales del food-court mientras el jefe de sus captores discutía con sus hombres la mejor posición que ocupar. Posteriormente se ha debatido si el lugar seleccionado fue el más adecuado, pero también es cierto que con la limitada información disponible, además del limitante del tiempo, hubo de tomar una decisión veloz.
Entraron al pequeño edificio donde funcionaban el Starbucks y el Chili’s. Ubicado en la plaza central, desde ahí se tenía un campo de tiro abierto a todos los alrededores. Oyó al jefe ordenarles a dos hombres que ocuparan el techo para operar de francotiradores, mientras que él y el otro se harían cargo de cubrir los pisos inferiores. Finalmente, el hombre que lo tenía sujeto lo jaló a la trastienda, donde husmeó hasta encontrar el modem y las antenas de wi-fi.
Lo bueno de estos lugares es que tienen conexión a internet abierta. Abrió la laptop de Maycol y empezó la revisión. Dentro de poco nos van a cortar la luz, así que por más que esté con batería la laptop, la conexión se va a caer, y fuiste. Muy cierto. Abrió la bolsa deportiva que tenía consigo. Para mi buena suerte, vengo preparado. Mira, tengo una batería para conectar el modem. ¿Se les ocurrirá cortar el internet también? No creo.
Los primeros en la escena fueron la Policía y los Serenazgos de los distritos aledaños, que tuvieron que dejar de lado sus disputas territoriales para poder concentrarse en la situación. Un reconocimiento del interior les reveló que, en efecto, se habían atrincherado unos hombres que, según los testigos, eran chilenos. Los medios limeños empezaron a transmitir la noticia, y la ciudad empezó a hervir de movimiento.
El ánimo cambió rápidamente en los alrededores del Mega Plaza. Enterados de la nacionalidad de los atacantes, el pánico empezó a dar paso a la furia y al odio. El antichilenismo alimentado en generaciones de textos y discursos iba a dar resultado en algún momento, y este había llegado. Muchos limeños habían crecido deseando desquitarse de los vecinos del sur, y de pronto, en su propio barrio, se les presentaba la oportunidad. Llegaron a pie, en combi y hasta en mototaxi, y progresivamente se fueron armando “hordas doradas”. La orientación de las fuerzas del orden hubo de dejar de ser principalmente “hacia dentro”, es decir, frente a los chilenos, y pasó a ser “hacia fuera”, para intentar prevenir que la población asaltara el sitio.
Llegó el jefe a donde estaba Maycol y le mostró a su captor una señal de TV desde su celular. Ya había imágenes de la policía a punto de ser desbordada. ¿Hai visto esa película, de un grupo de personas en un centro comercial rodeado de zombies? Sí po. Esos vamos a ser nosotros en unos minutos, así que ¡a apurarse!
A esa misma hora, las municipalidades del cono norte pedían apoyo a los Serenazgos de todo Lima, cifrando especial esperanza en los mejor equipados efectivos de ciertos distritos más al sur y al este. La respuesta fue negativa: su prioridad era defender las zonas de Larco, Jockey Plaza y Chacarilla de ataques similares.





lunes, 5 de abril de 2010

X. Para mis enemigos, la ley



Quisiera poder escribir que la muerte de Jesús Trelles fue espectacular, mas no es posible. Al parecer, cuando fue asaltado su puesto de comunicaciones en las ruinas de Tacna, demoró en desenfundar su arma y se olvidó de quitarle el seguro, de manera que un soldado chileno le disparó impunemente. Chuta… acá pelean hasta las mujeres… Sí po… pero no deberían, ¿no vís que ni supo disparar? Si la teniente-coronel asimilada Jesús Trelles –amiga de Don Pedro Páucar de Uchullucllu y defensora de la Operación Leonidas– hubiera aguantado algunos minutos más, es probable que habría sobrevivido. La cabecera de puente en Sama y la cabecera de playa en Los Palos obligaron a los chilenos a suspender operaciones ofensivas en la ciudad. Todas las fuerzas posibles debían ser enviadas para contener y eliminar esas amenazas.
Le tocó a Arturo Llauce resistir el contraataque chileno en Sama. Era una carrera contra el tiempo en la que ambos bandos debían desprender fuerzas ya comprometidas en combate y moverlas a toda prisa hacia su posición. Por ende, tuvieron que enfrentar una interminable sucesión de confusos, pero intensos, tiroteos en la oscuridad entre las pequeñas unidades que iban llegando a la zona. Para el amanecer, su posición estaba sumamente comprometida. Prácticamente solo quedaba la unidad de infantería, ya que los Otorongos, al cumplir con su función hacerle malgastar munición al enemigo, habían sido diezmados. Le quedaban apenas unos tres.
En un momento crítico, un pequeño grupo de chilenos se había desplazado discretamente al flanco de la posición peruana, llevando un lanzador antitanque Spike y un mortero. Antes de que sus armas estuvieran listas, la tripulación del Otorongo 4-7 de Carlos García los detectó. Carente ya de cualquier armamento, el Otorongo enfiló hacia ellos directamente, con la única intención de atropellarlos. A pesar de que la tripulación no sobrevivió al fuego que recibió desde otra posición enemiga, logró su cometido, anulando la amenaza inminente justo a tiempo.
Fue recién con la salida del sol que un destacamento de MBT-2011 e infantería mecanizada reforzó la cabecera de puente. Desde acá, tenían ahora la opción de intentar caer sobre las posiciones chilenas en Sama, ir directamente hacia Tacna o establecer contacto con los desembarcados en la playa Los Palos. Por lo pronto, habiendo dejado de existir su unidad para todo propósito práctico, el comandante Llauce creyó que la guerra había terminado para él. El F-16 que empezaba su ataque instantes después lo cambiaría todo.
Siempre con la cara larga, Pancho. ¿Ahora qué pasa? Le mostró la lista de bajas. Había resaltado los nombres de Milton Valladares, Juan Condori y Henry Ríos. Los niños-genio habían muerto en el combate de la tarde. Vamos, Pancho, no hay mal que por bien no venga. Eran buenos patriotas, y la nación sabrá agradecer su sacrificio. ¡Puta madre León! ¿Acaso te crees las huevadas que andas diciendo? Claro que no, pues, ni que fuera cojudo. Pero mira, esto te alegrará. Le alcanzó un papel membretado por Austral Seguros. Un sobrino mío trabaja en la empresa que la controla, y se encargó de mover los papeles de tu nuevo seguro. A Francisco se le salieron las lágrimas a los ojos: el trasplante de su hija había sido aprobado. ¿Ves, Pancho? Para mis amigos, todo. Y tal como están las cosas, donantes no faltarán, ¿no?
*****
Novoa no era ningún novato, y detectó a tiempo la intención del bus que tenía al costado. Le dio buen uso a los frenos ABS de la 4x4 para maniobrar mientras frenaba, con lo cual pudo evitar buena parte de la fuerza del choque. El bus, en cambio, no tuvo la misma suerte. Instantes después del primer golpe, empezó a derrapar y su chofer perdió el control sobre él. Adoptó una posición cada vez más perpendicular a la Panamericana, hasta que la inercia hizo que empezara a dar vueltas de campana y se estrellara contra el puente peatonal que estaba al frente del centro comercial. Docenas murieron instantáneamente, tanto peatones como pasajeros.
Aun aturdidos, Novoa y su copiloto se bajaron para inspeccionar la condición de la 4x4. A pesar de que les había salvado la vida a su equipo y al prisionero, el vehículo estaba casi inservible. No había forma de llegar a su destino ahora. Con el tránsito interrumpido y la formación de una gruesa masa de curiosos, asaltar otro vehículo tampoco era una alternativa viable. Un joven empezó a acercarse hacia ellos, culpándolos del choque. Teniente, las cosas se ponen feas. Novoa sacó una subametralladora del auto y disparó una ráfaga al aire. Los curiosos huyeron rápidamente, por lo menos momentáneamente.
¿Ríos, qué necesitái para tu misión? Un lugar tranquilo, mi computadora y algunas horas. Novoa vio una mujer policía corriendo hacia ellos soplando su pito a todo volumen. Eso es imposible. Dame alternativas. Bueno, podría intentar encontrar el software maestro en la computadora de este weón y desde cualquier conexión de Internet lo envió para Chile. La policía ya estaba cerca. ¡Policía! ¡Salgan del carro con las manos arriba! Novoa sacudió la cabeza. Si algo se puede decir de estos cholos es que nunca se dan por vencidos, ¿no? Acribilló a la policía de tránsito y se metió a la 4x4. El auto hizo lo que pudo para entra al estacionamiento de Mega Plaza.
Bajaron del vehículo, siempre sujetando al prisionero. De varios contenedores sacaron blindaje personal, armas, granadas y otros implementos diversos, los cuales se repartieron. ¿Situación? No se preocupe teniente, que munición no nos hará falta. Muy bien. Primero debemos vaciar este lugar y tomar las posiciones más ventajosas. Recuerden que millones de nuestros compatriotas dependen de nosotros. ¡Viva Chile!
La cantidad de muertos en la batalla de Mega Plaza fue, sin duda, impresionante y síntoma de un combate encarnizado en extremo. Los cinco chilenos entraron al centro comercial soltando ráfagas al aire, lo cual provocó el pánico entre los parroquianos que aun no se habían percatado de lo que ocurría. En la estampida murieron no pocos. Particular impacto le provocó a Ríos ver a un par de niños llorando en torno al cuerpo inerte de su madre. Se separó de su grupo momentáneamente. Oigan chibolos, váyanse rápido, que acá empezará la batalla del fin del mundo. Miró al mayor. Ahora tú tienes que cuidar a tu hermanito. Sé valiente. A su regreso, Novoa lo miraba con extrañeza. Ríos, hai pasado mucho tiempo acá, parece que hasta te hai peruanizao.
A los minutos de su entrada al centro comercial, empezaron a concentrarse las primeras unidades de Serenazgo de Los Olivos, Independencia y San Martín. Pronto empezaría la batalla propiamente hablando.




jueves, 1 de abril de 2010

IX. Por la honra y el deber



Después del combate, Bernarda Rojas fue enviada de vuelta a Iquique a bordo de la lancha misilera Angamos. Aparentemente, la posibilidad de que circularan fotos de los quemados en las enfermerías o de los cuerpos flotantes de sus marinos no le resultaba nada atractiva a la Armada. Pocas cosas hay que bajen más la moral de la población civil que reportajes de ese tipo, por lo cual toda la información del frente, tanto escrita como gráfica, tenía que decir “Victoria”.
La bronca de haber tenido que entregar numerosas tarjetas SD de su cámara digital, llenas de imágenes de alta definición del hundimiento de la Williams, se iba acumulando en su interior. Estaban como para un Pulitzer, pero la Armada no respetaba el derecho de la ciudadanía a estar informada. Una vez en Iquique, redactó y envió su carta de renuncia a su condición de reportera embedded, que hubo que entregar en impreso, ya que el correo seguía colgado. Pero al final de cuentas, tenía la información que había obtenido con anterioridad, y esta potencialmente constituía una noticia bomba.
Cumplió con escribir una nota sobre el combate naval. La Marina de Guerra del Perú había sufrido bajas muy fuertes a manos de la Armada de Chile. De los seis buques de desembarco comprometidos en el ataque, uno fue destruido antes de llegar a las playas, mientras que de las cinco restantes, tan solo una, fuertemente averiada, logró regresar a Ilo. Se sospechaba que habían caído presas fáciles de los submarinos de la Armada. Además, se calculaba que por lo menos la mitad de las fragatas y casi todas las corbetas peruanas habían quedado fuera de combate.
Esto no se había dado sin bajas para la Armada tampoco. Además de la ya mencionada Williams, la Prat había sucumbido bajo las olas también. Tres lanchas misileras se perdieron también. Pero quizá más preocupante era que –después de todo– el desembarco peruano había ocurrido. Hasta el día de hoy siguen habiendo acrimoniosos debates en los foros de internet sobre el tema de quién ganó el batalla naval del 23 de abril. Los peruanos señalan que el objetivo principal de la misión se cumplió: el desembarco; los chilenos, que las bajas infligidas a los peruanos anuló a su Marina de Guerra como fuerza efectiva de combate.
Cumplió con enviar su reportaje al periódico y retomó su investigación anterior. Llamó repetidamente a su informante hasta que logró establecer contacto. Con reticencia, este acordó una reunión en un discreto restaurante de comida china, fuera del centro. ¿Ya tiene los documentos que dijo que podría conseguir? Sí. Pero está la cuestión del anonimato. No se preocupe. Esto lo haré publicar fuera del país, nadie lo podrá trazar a nosotros. Está bien. ¿Está segura de que nadie sospecha de usted? Segurísima, po. Muy bien. Le alcanzó un sobre. Acá está una copia del informe que hizo la FACH sobre el general Wood. Recuerde que la existencia de este documento ha sido borrada. Perfecto. Más las otras cosas que he obtenido, habrá bastante revuelo. Ahora, sobre su paga… No, nada de eso. Esta ha sido una guerra completamente innecesaria, y ahora miles de familias están pagando las consecuencias. Solo quiero que los responsables reciban lo que merecen.
*****
Pedro Páucar observó la situación con satisfacción. Felicitó al equipo de Malqui por el derribo del helicóptero chileno y despachó un destacamento de Asháninkas hacia donde se estrelló. No me dejen ninguno vivo. Llamó por radio para recibir información sobre la otra posición, el choke-point a retaguardia por donde sospechaban que otro grupo de chilenos intentaría rodearlos. Las noticias eran alentadoras también. La victoria estaba próxima.
En efecto, un primer pelotón chileno había tomado tierra detrás de la posición de los ronderos y se había aprestado para bloquearles la retirada. Mientras que un segundo pelotón bajaba del otro helicóptero, el primero llegó a las posiciones preparadas por Filomeno. El sonido de la explosión retumbó en la quebrada, y las laderas se les vinieron encima. Es difícil saber cuántos murieron en el derrumbe y cuántos en el combate subsiguiente, pero en cualquier caso el efecto fue considerable.
Al ver las consecuencias de la emboscada insurgente, los chilenos del segundo helicóptero apresuraron el paso y corrieron al rescate de sus compañeros caídos. Desde sus posiciones ocultas, los ronderos de Cajamarca y Junín abrieron un intenso fuego sobre ellos, obligándolos a tomar cubierta. Una vez que se sobrepusieron a la sorpresa, los chilenos se reorganizaron y comenzaron un cuidadoso avance táctico hacia el lugar del derrumbe. Los peruanos infligieron fuertes bajas a las fuerzas del sur, pero el fuego de supresión que recibían era extremadamente efectivo también. Con extrema perseverancia, llegaron los chilenos al derrumbe, desde donde pudieron sacar a varios hombres malheridos.
El contraataque peruano, sin embargo, no se hizo esperar. Desordenados, pero con un élan envidiable, avanzaron por los flancos de los chilenos, intentando cortarles la retirada a los helicópteros. El combate se tornó feroz, tanto como los peores encuentros con Sendero Luminoso. Hubo combate cuerpo a cuerpo: corvos, cuchillos y machetes complementaron las armas de fuego en un combate cruel y sin cuartel. Al final, el empuje de los ronderos obligó al enemigo a poner fin prematuramente a su operación de rescate. Se batieron en retirada a las aeronaves, tomando a los heridos que pudieron. Mientras evacuaban la posición, los ronderos se despidieron con varios impactos en el fuselaje de los helicópteros. La maniobra chilena había sido frustrada.
¡Acá vienen! Pedro rastrilló su Mauser y observó el desarrollo del combate por el sector central de su dispositivo. Al parecer, a los chilenos les gustaba el golpe. Un pelotón más había desembarcado quebrada abajo, y se iba acercando a sus posiciones. Tenía muy claro que a pesar de tener superioridad numérica en cuanto a hombres, los chilenos los superaban en armamento. Pidió que le actualizaran sobre el status del destacamento enviado al helicóptero caído. No había noticias aún, lo cual le preocupó. Pero debía enfocarse en el combate que tenía al frente. Filomeno dio algunas indicaciones finales, y Páucar observó cómo sus hombres tomaban sus posiciones.
Un combate más. Solo un combate más. Una victoria acá y jamás ninguno de sus hombres tendría que avergonzarse de sus orígenes. ¡Ciudadanos del Perú! ¡A cumplir con su deber!