La guerra de 2012

La guerra de 2012 es una pieza de ficción serializada que se publica dos veces a la semana, los lunes y jueves. Se empieza leyendo las entradas más antiguas, es decir, por las entradas que están más abajo.

Entre el 24 de noviembre de 2009 y el 19 de febrero de 2010 se publicó la Primera Parte de la novela.

A partir del 4 de marzo de 2010 se publicó la Tercera Parte y la novela acabó el 20 de mayo de 2010 .

Para leer desde el comienzo, haga clic acá.

Ahora que acabó la novela, cuál es tu personaje favorito?

lunes, 29 de marzo de 2010

VIII. Custer's last stand




Mr. Hoepken, you’ve got a phone call from Lima, Peru. Ok, put it through. Bajó el volumen de la TV y saludó. Empalideció a medida que avanzaba la conversación. Puta madre… estos hijos de puta esta vez sí se han pasado. Colgó y se echó en la cama para confirmar la información en su laptop. La furia se apoderó de él. Tiró la computadora por la ventana del Grand Hotel Toronto y gritó a todo pulmón. ¡Cómo se atreven, malditos! Había explotado una bomba en el sótano del edificio de G-Y, causando millones de dólares en daños.
Maycol cerró su laptop inmediatamente, la guardó en su estuche y salió corriendo. Si los chilenos habían pasado por su trabajo, quizá ya sabían dónde vivía, y tenía que alejarse lo más pronto posible. Llamó desesperadamente a Enrique, mas no encontraba respuesta. Mientras volteaba la esquina, aun sin saber exactamente a dónde se dirigiría, notó en su visión periférica a dos hombres dirigirse raudamente hacia él. No pudo reaccionar, e inmediatamente se vio con una capucha en la cabeza y metido a la fuerza en alguna clase de vehículo que aceleró rápidamente.
La coaster avanzaba a toda velocidad por la Panamericana, y los pasajeros mostraban alguna molestia. Su chofer maniobraba temerariamente entre carriles, ignorando los claxonazos de los demás motoristas. ¡Oiga! ¿Qué le pasa?
Alguna distancia después, la capucha le fue removida. Buenas noches. ¿“El Monstruo”, presumo? … ¡Contesta pes, huevón! La cara de su interlocutor le era vagamente familiar. No me sacarán nada, ¡viva el Perú! Tranquilo, chocherita. Tenemos tu laptop, donde espero encontrar todo lo que necesito. Si cooperas, mostro, la pasarás mejor. Si no, da lo mismo. Maycol miró a su alrededor. Era una camioneta grande, dos personas adelante, él sentado en la segunda fila flanqueado por dos más, y un quinto iba en el compartimento trasero. Ríos, ¿ahora para dónde volteo? A la izquierda, por la Panamericana.
La señal de la radio se interrumpió. El locutor anunció que había habido una explosión en San Isidro, y que se sospechaba del accionar de saboteadores chilenos. Intercambiaron miradas de preocupación. Testigos señalan que vieron una 4x4 negra en actitud sospechosa por la zona.
El quinto hombre dio la voz de alerta. Teniente, creo que nos siguen. Una Pathfinder de la Policía Nacional del Perú iba detrás de ellos, y en ese momento prendió sus luces y activaron su parlante. Camioneta negra, cuádrese a la derecha. Carajo. El chofer aceleró, y su copiloto sacó la mitad del cuerpo por la ventana y empezó a disparar. Lejos de amilanarse, la Pathfinder prendió la sirena y aceleró también. Suelten las contramedidas. Maycol no pudo evitar voltear para ver cómo el quinto hombre abrió la puerta trasera y soltó un dispositivo a la pista. Los policías no pudieron esquivarlo, y las púas les trituraron las llantas. Perdieron el control y dieron varias vueltas de campana poniendo fin a la persecución. Sus captores celebraron.
Los disparos asustaron a los pasajeros de la coaster. El cobrador observó los acontecimientos, los cuales transmitió al chofer. Señores pasajeros, agárrense bien. Recuerden que todos están asegurados, ¡que viva el Perú! A la altura del MegaPlaza, el chofer se persignó y viró fuertemente a la derecha, embistiendo a la 4x4 desde la cual habían estado disparando a la policía.
*****
La Quebrada de los Muertos no quedaba a gran distancia de su puesto. Un par de horas bastaban y sobraba para llegar, destruir la concentración insurgente y regresar. Quienes defienden a Grimaldi, sin embargo, señalan que fue el mensaje que recibió desde Chile poco antes de salir el que le perturbó y que tuvo gran efecto sobre su actuar ese día.
En efecto, no podía donarle un riñón a su padre, puesto que no eran compatibles. Además de confirmarse que no era su padre biológico, las pruebas demostraban que tampoco era verdaderamente hijo de su madre. Los rumores resultaban ciertos, y ahora muchas cosas tenían más sentido. El capitán estaba devastado. No sabía si debía odiar al hombre a quien había llamado padre desde que tenía uso de razón, o si debía sentir pena por el viejo, y por no poder ayudarlo. Pero un engaño era un engaño. Sea como fueran las cosas, su lealtad seguía estando con la república de la estrella solitaria, y fiel al cumplimiento del deber se tragó la furia y se embarcó en el helicóptero de mando y se dirigió hacia su objetivo.
No había pasado media hora, y pudieron ver los humos de la concentración enemiga. ¡Capitán, parece que no nos esperan, ni se han camuflado muy bien! Así parece, sargento. Muy bien, dos pelotones a cortar la retirada, otros dos al cerro del noreste, y dos conmigo. ¡Procedan! Los AS 532 siguieron las instrucciones disciplinadamente. Grimaldi volvió a observar el campamento. Definitivamente era el grupo más grande que habían visto. Su eliminación les quebraría el espinazo a los insurgentes. Y si la inteligencia que habían recolectado en las últimas horas era correcta, ahí estaba el jefe, el famoso “Camarada Pedro”.
Había que tener cuidado a la hora de confiar en los demás, sin embargo. Según indicaban los rumores, fue la inteligencia la que le indicó al alto mando el eje de ataque peruano. Eso fue lo que les hizo creer que la maniobra de flanqueo era solo una distracción, con las consecuencias conocidas por todos. La Armada, por su parte, había prometido que los peruanos jamás serían amenaza por mar, y ya había una cabecera de playa amenazando el flanco del dispositivo chileno. La Fuerza Aérea, con todos los F-16 del mundo, seguía siendo incapaz de acabar con los peruanos. Y finalmente, los civiles del gobierno con sus confusas órdenes y contraórdenes habían sido quienes llevaron a esta crisis. Conclusión: solo se podía confiar en sí mismos, en los guerreros de élite de la República.
Desde su helicóptero supervisó el despliegue del grupo de cobertura, en el cerro. Los peruanos habían empezado a entrar en frenética actividad. Como hormiguitas antes de aplastarlas, pensó Grimaldi. La explosión lo tomó por sorpresa. El pelotón que había bajado primero había desaparecido por completo bajo una nube de humo; y el otro helicóptero, antes de poder desembarcar sus tropas se vio atacado por tres granadas autopropulsadas. El piloto pudo esquivar las primeras dos, pero la tercera dio en el rotor trasero, con lo cual empezó una lenta y agónica caída.
Grimaldi recuperó el control rápidamente e intentó comunicarse con los helicópteros que debían cortar la retirada. No había respuesta.
Mierda.




jueves, 25 de marzo de 2010

VII. Otorongo no come otorongo… pero leopardo quizá sí


Para buena fortuna de Patricio Ríos y sus acompañantes, el departamento de informática se encontraba en los sótanos del edificio, aislado del resto. Mientras “diagnosticaba” los problemas de suministro eléctrico, anuló los sistemas de vigilancia. Le dio la señal al teniente Novoa. Era momento de proceder. Por lo que habían visto, quedaba solamente la persona que les había hecho pasar. Novoa miró cautelosamente al interior de su cubículo. Estaba distraído escuchando la Sinfonía Fúnebre y Triunfal de Héctor Berlioz y viendo imágenes eróticas “alternativas”. Le señaló a Ríos que pasara nomás a la sala de servidores.
Ríos se conectó rápidamente y empezó a ejecutar los algoritmos de búsqueda. Confirmó que este fue el lugar de origen del ataque. Se podría destruir estos servidores con unos explosivos plásticos, y con ello se aliviaría un poco la presión en Chile, pero el ataque ya se había masificado a tal punto que persistiría. Lo que necesitaba era encontrar el software maestro para poderlo estudiar y eventualmente contrarrestar.
¿Ya terminaste? No, Novoa, todavía. Puta madre, Ríos, no podemos quedarnos acá siendo tus nanas indefinidamente. Teniente, o ha cifrado el programa muy bien y todavía no lo encuentro, o lo controla desde un lugar remoto. Deme tiempo. No hay tiempo. Yo me encargo de conseguirte la información. Novoa sacó su pistola y dio señales a sus hombres. Dos dieron una barrida al piso, mientras el tercero cerraba la entrada con llave. El teniente se acercó donde Franco, y en una veloz maniobra le cubrió la boca con una cinta y lo tumbó y ató. Ahora, ¿vai a gritar? La sorpresa dio paso al pánico y al terror. Mientras lagrimeaba, sacudió la cabeza en señal de negativa. Novoa le arranchó la cinta.
¿Dónde está el software de ataque? ¿Cuál software de ataque? Una cachetada. ¿Cómo que cuál software de ataque? ¡No te me hagái el weón, hijo de puta! ¿No sabí cuántas guaguas murieron por haberse ido la luz, infeliz? Te juro por mi mamita que no sé de qué me estás hablando… por favor déjame ir, te lo suplico. Otro golpe, más llanto.
Ríos observó por un momento la situación. Pensó decir algo, pero regresó a los servidores. Mientras menos lo distrajera Novoa, mejor podría trabajar. Al rato logró descifrar el código de un driver usado en el ataque. Sonrió. No hay programador que no tuviera aunque sea un poco de ego. ¡Novoa! Pregúntale si es “El Monstruo”. ¿El Monstruo? ¡No, no soy el Monstruo! Ese es Maycol Huaroto, él trabaja acá, yo lo conozco. ¡Les digo dónde vive, pero por favor no me maten!
Franco cumplió con lo prometido. Ríos estudiaba el croquis que les había dibujado mientras Novoa le ordenaba a uno de sus hombres que colocara los explosivos, suficiente para volar el piso entero. Ya, vámonos, Novoa. Franco se percató de lo que estaba por ocurrir. Suéltenme por favor, juro que no diré nada, suéltenme. Ríos se mantuvo a la expectativa. Nos vamos. Este hijo de puta acaba de regalar a su amigo. Lo soltamos y lo primero que hará será avisarle a la policía. Que reviente.
Patricio sabía que el teniente tenía razón, pero mientras subía las escaleras no pudo evitar que los aullidos del peruano le causaran escalofríos. ¡Mamáaaaaaaaa! ¡Mamáaaaaaaaaaaa!
*****
Corría la tarde cuando Francisco revisaba los inventarios. Algo no cuadraba. Había desertado la tripulación de un Otorongo, pero su vehículo no estaba en el parque. El batallón “Vengadores de Tacna” ya había partido para hacer la maniobra de distracción por el flanco derecho. Llauce había logrado que le asignaran un poco de infantería de apoyo, como para darle algún margen de verosimilitud al ataque. ¿Por qué tan cabizbajo, Pancho? No, nada, general. Dolores de cabeza. Seguro que el estrés. ¿Cómo va la maniobra? No muy bien, parece como si supieran cuál es nuestro verdadero eje de ataque. No están mandando mucho a esa zona.
Llauce recibió los reportes de los vehículos que estaban en misión de reconocimiento. En efecto, tal como sabían en el cuartel general, tan solo una compañía de Leopard 1 reforzado por fuerzas ligeras helotransportadas habían sido desplegadas en la zona. Evaluó la situación y concluyó que la maniobra había fracasado. No habían logrado distraer fuerzas del frente principal, donde el grueso de los chilenos seguía sin ceder un centímetro. Si no se producía la ruptura pronto, todo sería en vano.
Procedió a tomar la anticuada radio instalada en su Otorongo y dio las instrucciones. No avancen. No hay caso. Retorno a base. Repito, no avancen. Dio las órdenes correspondientes al chofer y salió por la escotilla para supervisar la maniobra. Para sorpresa suya, su batallón estaba avanzando resueltamente hacia las posiciones chilenas.
Milton oyó las órdenes del comandante. …avancen. No hay… retorno a base. Repito… avancen. ¡Vamos camaradas! ¡Por ellos! Habían discutido intensamente antes de hacerse del Otorongo 4-17. Bien podría habérseles aplicado la cita de John Fowles: “Los hombres aman la guerra porque les hace lucir serios. Porque es la única cosa que impide que las mujeres se burlen de ellos.” Si hay algo que impresiona a las mujeres más que una foto, son historias de guerra verídicas. En un arrebato de locura juvenil, los niños-genio se lanzaron a la aventura.
La orden emitida por el Otorongo de mando había sido confusa, y la mayor parte de tripulaciones habría esperado una clarificación. Pero una vez que empezó a avanzar el 4-17, creó un efecto “de contagio” que llevó a que la formación entera empezara un ataque. La infantería siguió la iniciativa y se aprestó a combatir.
Antes de que el teniente-coronel Llauce pudiera dar la contraorden, los chilenos ya habían empezado a lanzar misiles anti-tanque Spike. El Otorongo que estaba a su costado explotó. Varios más empezaron a arder. ¡Puta madre! ¿Qué carajo hacen? Le ordenó a su piloto que avanzara con el resto del batallón y tomó la radio. ¡Atención! ¡Disparen sus misiles! Los operadores de Malyutkas salieron por las escotillas y apuntaron. En la medida de sus capacidades, lograron soltar una volea numerosa, más un Spike lanzado por la infantería peruana. Varios dieron en el blanco, deshabilitando dos de los doce Leopard 1 que tenían al frente.
Creyendo que los cuarenta o más Otorongos que tenían al frente eran genuinos MBT-2011, la numéricamente inferior fuerza chilena empezó a ceder terreno. Llauce le ordenó a la infantería que establecieran una cabecera de puente rápidamente. Contra todo pronóstico, los primeros vehículos de combate en cruzar el Sama fueron los Otorongos, al costo de diez vehículos. Incluyendo el 4-17.






lunes, 22 de marzo de 2010

VI. Alea jacta est


Páucar bajó los binoculares y se los pasó a Filomeno. Malqui se había hecho cargo de borrar sus huellas y de brindarles un camuflaje perfecto. Filomeno siguió observando a las figuras que allá abajo exploraban los restos de la explosión. Un poco más a la izquierda, un poco más a la izquierda… ahí está… muy bien… recógelo… Le pasó los binoculares de vuelta a don Pedro. Páucar, ya está. Han picado el anzuelo. Páucar sonrió. Habían tenido que sacrificar un lechoncito para el engaño, pero según había leído Filomeno en su maquinita, era lo que de manera más similar a la humana reaccionaba en las explosiones. Para que pareciera más auténtico, lo habían vestido con la ropa del mismo Páucar. Se mantuvieron inmóviles, esperando a que los chilenos se alejaran antes de salir de su escondite. Vamos hacer última revisión.
En efecto, en la Quebrada de los Muertos se estaba dando una gran concentración de fuerzas irregulares, todo siguiendo el dispositivo planteado por su comandante extraoficial. El lugar había sido escogido para que apelara a los lautarinos. Si cada ajedrecista suele usar siempre la misma apertura, el comandante chileno parecía hacerlo también. Y esta vez estarían listos.
En las cumbres de los dos cerros dominantes, Filomeno había ocultado cantidades enormes de explosivos, en perímetros sucesivos, que serían activadas desde la posición central del dispositivo de defensa. Cualquier fuerza helotransportada que intentara posicionarse en alguna de ellas sucumbiría irremediablemente. Había hecho otro tanto quebrada arriba, en la “vía de retirada”. Filomeno estaba convencido de que podría enterrar bajo un alud a cualquier fuerza chilena que intentara tomar dicha posición. En una cueva en la posición central, se esconderían fuerzas de reserva que atacarían a los chilenos que sobrevivieran la carnicería. Para atraer a los chilenos a la emboscada, se habían preparado varias fogatas, para encenderlas de un momento a otro.
Pedro Páucar estaba satisfecho. Junto con Malqui, pasó revista a las fuerzas a su disposición. En las semanas que había durado la guerra, ya habían llegado ronderos de todos los rincones del país. Había rondas veteranas del Huallaga, del Mantaro, de Ayacucho e incluso de lugares tan remotos como Cajamarca esperaban su oportunidad para sumar otra victoria en su haber. De vencer en esta batalla, podrían jactarse de haber derrotado a los dos peores enemigos del Perú: Sendero Luminoso y Chile. Páucar mostró su sorpresa al encontrarse incluso con Asháninkas y Aguarunas, habitantes de la selva, reportándose para el combate. Por las circunstancias por todos conocidas, jamás se podrá saber con exactitud cuánta gente peleó bajo el mando de Páucar en la batalla de la Quebrada de los Muertos. Los estimados van desde los quinientos hasta los mil. Sea como fuere, constituía la más grande concentración de ronderos que llegó a haber en todo el transcurso de la guerra.
Pedro observó a todos formados como militares. Como ciudadanos-soldados. Somos libres, seámoslo siempre, seámoslo siempre… Una ronda había traído su banda, y se unió a la mitad del coro, añadiéndole arpa y charango al improvisado arreglo. Para cuando llegaron al verso, la quebrada ya retumbaba, y las pocas aves que ahí quedaban se alejaron. Y antes niegue sus luces el sol, que faltemos al voto solemne que la patria al eterno elevó.
Desde la gran roca en donde estaba parado, empezó a gritar. Se sacó la chompa y la empezó a sacudir, revelando el polo Nike que llevaba debajo. ¡Que vengan los chilenos! ¡Acá los matamos!
*****
La Almirante Latorre avanzó a toda máquina para unirse al resto de la flota. Los peruanos habían desplegado dos fuerzas de cobertura para proteger a sus buques de desembarco. Las fuerzas de superficie se ofrecían una escolta relativamente cercana, mientras que las submarinas se habían ubicado en vanguardia, incluso en aguas chilenas. El teniente Aranda le explicó a Bernarda que los peruanos se habían colocado en una situación táctica vulnerable, y que había relativamente buenas perspectivas de éxito. El problema, sin embargo, era el de si habría suficiente tiempo para impedir la operación peruana. Con que tan solo un par de unidades de desembarco lograran su cometido, el dispositivo chileno se vería en graves apuros. ¿Por qué? Eso no le puedo decir, señorita.
Esto le presentaba una disyuntiva al mando. Un barrido anti-submarino concienzudo era frustrantemente lento, y corrían el riesgo de no atacar eficazmente a la flota de superficie peruana. Mientras más lejanos se encontraban los blancos, más efectivas se hacían las defensas anti-misiles peruanas. Avanzar a toda máquina, en cambio, los exponía a que los agazapados submarinos les infligieran más de una sorpresa.
A lo largo de las siguientes tres horas, la Almirante Latorre lanzó varios misiles Harpoon más en dirección de los peruanos. Bernarda Rojas divisó una columna de humo a lo lejos. Aranda le explicó que era la Almirante Williams, una fragata de tipo 22. Los peruanos habían lanzado voleas nutridas de Otomat, y un par habían logrado penetrar las defensas anti-misiles chilenas e impactado en la fragata. Malherida, se estaba retirando con dirección a Iquique. Eventualmente pasaron cerca de ella, y Bernarda pudo atestiguar los efectos de los misiles peruanos. Dos gruesas columnas de humo emanaban del buque, y los equipos de control de daños se esforzaban por controlar los fuegos que aun seguían apareciendo a la vista. ¿Nos puede pasar lo mismo? Por ahora no es probable, señorita, todavía contamos con todos nuestros misiles antiaéreos. Pero por eso tenemos que apurarnos, pues los demás van a necesitar toda la protección que se les pueda brindar…
Una explosión sacudió a la Almirante Williams, y el calor fue sentido por ellos también. Después de un instante de desconcierto, el teniente Aranda volvió a mirar a la sufrida fragata. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Qué pasó? Bajo cubierta, ¡ahora! Tal como se supo después, el origen del ataque había sido el BAP Angamos, que había estado silenciosamente a la espera de un blanco apetitoso. Le tomó dos minutos a la Williams desaparecer bajo las olas, mientras que los tripulantes de la Latorre se aprestaban a defenderse de su acechador.
Este incidente fue solo uno de varios otros que fueron atrasando a los chilenos. Para el final del combate, a pesar de haber infligido graves pérdidas a la Marina de Guerra del Perú (mayores a las que el gobierno reconoció inicialmente), a pesar de que centenares de infantes de marina peruanos murieron ahogados al hundirse sus transportes, los peruanos habían luchado con una tenacidad poco antes vista. El desembarco logró hacerse y las posiciones chilenas fueron jaqueadas.




jueves, 18 de marzo de 2010

V. Detección



El cuchillo se clavó en medio de la foto. ¿Un poco estereotipado, no capitán? El sargento primero, quien acababa de entrar al puesto, recibió una mirada glacial de parte de Grimaldi, mientras este sacaba el arma de la foto. La famosa foto de don Pedro. Se estaba dando un combate feroz en las inmediaciones de Sama y su unidad estaba siendo mantenida como reserva. Con su capacidad aerotransportada, aquellos elementos de la brigada de operaciones especiales Lautaro a las cuales pertenecía Rodrigo Grimaldi, eran ideales para desplegarse en corto plazo a las zonas amenazadas. Dicen que lo único más enervante que el combate era esperar entrar en acción, y él estaba completamente de acuerdo.
Le habían descrito lo duro que era el combate en lo que quedaba de la ciudad de Tacna. Los equipos de infantería que la iban barriendo, calle por calle, cuadra por cuadra, se enfrentaban a unos defensores ferozmente determinados. Todo debía hacerse de manera meticulosa, el mínimo error era fatal. Dando buen uso a la mercadería disponible en la ciudad, los peruanos habían establecido una red de cámaras con la cual vigilaban los movimientos chilenos, y utilizaban la información para activar remotamente coches-bombas u otros dispositivos explosivos improvisados. Cuando los equipos de desactivación se acercaban a anular aquellas bombas que habían sido detectadas, los francotiradores intentaban eliminarlos. Era una molienda de carne, y todo por culpa del gobierno. Si por él fuera, deberían simplemente bombardear a los peruanos con artillería y esperar a que murieran de hambre.
Las horas pasaban. A lo lejos se oía el retumbar de artillería. Una compañía recibió órdenes de embarcarse en sus Eurocopters y se dirigieron hacia el flanco izquierdo del dispositivo defensivo. Se había detectado un movimiento peruano por la zona. Una ruptura del frente en esa zona tendría consecuencias nefastas. Su compañía, sin embargo, debía seguir esperando.
Esperar le revolvía el cerebro. Las implicancias de lo que le había dicho el médico le rondaban la cabeza. ¿Cómo podía ser eso cierto? Imposible. Su padre y él eran como dos gotas de agua. Idénticos. Menos mal que el acceso al correo electrónico estaba medio caído en Chile, porque de otra manera estaría tentado a escribirle para preguntarle si era verdad. Mejor ni pensar en eso. Pidió una Humvee y se fue de patrulla con el sargento y unos soldados. Cualquier cosa era mejor que estar en el puesto, a la expectativa.
No había pasado ni una hora cuando oyeron una explosión a su derecha, pero demasiado lejos como para hacerles daño. Grimaldi dispuso a sus hombres en una posición defensiva primero, y ante la ausencia de un ataque insurgente, dio orden de investigar la causa. En efecto, un artefacto explosivo improvisado, como el que usaban los terroristas. La cantidad de sangre salpicada en las rocas circundantes y la tela calcinada, sin embargo, sugerían que la bomba se activó prematuramente, matando al bombardero. Imbéciles.
Una búsqueda concienzuda de los alrededores reveló una pista que capturó la atención del capitán. Un mapa, muy rudimentario, retrataba la zona de operaciones. Las marcas en este indicaban que los ronderos estaban organizando su propia contraofensiva. El punto de reunión iba a ser un lugar denominado La Quebrada de los Muertos. Muy bien compañeros, haremos que ese lugar merezca su nombre.
*****
Maycol llegó como siempre a su cuarto y prendió la computadora. Revisó la actividad del ataque y verificó que todo iba viento en popa. La cantidad de usuarios que habían instalado el software había ido aumento geométricamente. Llamó a Enrique para avisarle que todo estaba en orden y que podía retirarse. Extrañamente, no contestaba.
Decidió distraerse viendo las noticias. Maycol pudo ver los últimos instantes de una conferencia de prensa que desde el frente estaba dando un general, de nombre León. ...como hemos visto, a pesar de las dificultades, nuestra ofensiva está acumulando unos éxitos impresionantes. Todo esto se debe al cuidadoso planeamiento del Ejército del Perú y de sus altos mandos. Muchas gracias, que Dios los bendiga y que viva el Perú. Maycol se sintió entusiasmado, ahora sí las cosas iban bien.
Revisó el desarrollo de los otros frentes. En toda apariencia, había habido un combate naval feroz. Los detalles eran aun bastante imprecisos, pero al parecer había sido un encuentro al que ambas flotas enviaron todo lo que tenían a su disposición. Los misiles empezaron a volar desde antes del amanecer. Harpoons, Exocets, Otomats. Los habitantes de las costas aledañas describieron explosiones y cómo las unidades navales lanzaban lo que parecían ser fuegos artificiales. Se sabía que los submarinos también habían participado, pero su papel aun no quedaba muy claro. Las bajas fueron muy fuertes para ambos bandos. Fuera de acción quedaron, por parte del Perú, las fragatas Aguirre y Bolognesi, y las corbetas misileras Velarde y De los Heros. Dañadas, pero operativas, quedaron las fragatas Palacios y Carvajal. Por su parte, los reportes indicaban que entre los chilenos fueron sacadas de combate las fragatas Prat y Williams, y las lanchas misileras (más o menos equivalentes a las corbetas peruanas) Riquelme y Serrano. La identidad de las unidades chilenas dañadas aun no se confirmaba. Se decía incluso en algunos foros que cuando se empezaron a quedar sin misiles, las flotas se acercaron a rango de cañón. El Grau se hizo extrañar.
Era difícil encontrar información en la Internet desde Chile respecto de la batalla. A pesar de sentir la ansiedad producto de la falta de datos, Maycol estaba satisfecho. Con que su blackout cibernético durara 24 horas más, ya había hecho bastante.
Hubo de interrumpir su lectura. Afuera, en la avenida, había un gran barullo de gritos y bocinas de autos. Salió a la puerta de la pensión para ver a qué se debía. Al parecer, las noticias del día habían surtido efecto. Cual hinchas de fútbol, la gente de su barrio estaba celebrando con banderas y arengas. Incluso habían sacado en andas una imagen de San Judas Tadeo. Maycol salió a comprar un par de anticuchos y participar de las festividades. En esos días, cualquier buena noticia debía ser festejada. Hasta los serenos de la municipalidad participaron. Después de un rato, regresó a su cuarto. El monitoreo del ataque seguía siendo prioritario.
De pronto decidió echarle una mirada a su celular. Había un mensaje de Enrique, de hacía como una hora. En medio del barullo, no había oído la notificación. ak hay unos chilenos q t stan buscando.




lunes, 15 de marzo de 2010

IV. Subterfugio




Ni tan malo como lo pintaban sus detractores, ni tan bueno como lo representaban sus defensores, esa fue la impresión que causó el MBT-2011 al entrar en contacto con las fuerzas chilenas. En efecto, a la altura de Sama empezó la batalla de tanques más grande de la historia de Sudamérica. Los soldados de infantería que ahí pelearon cuentan cómo todo el campo de batalla zumbaba de misiles que volaban en ambas direcciones, causando todo tipo de destrozos, casi cual película de ciencia ficción.
La lucha se presentaba dura y pareja, y eso preocupaba a los militares en el fuerte Arica. La ruptura del frente tenía que producirse rápidamente, o corrían el riesgo de perder la iniciativa. Los oficiales de inteligencia revisaban constantemente los informes desde el frente para evaluar dónde se estaría produciendo una concentración chilena de fuerzas que ameritara usar el “arma secreta”. Para mediodía, se consideró que las condiciones estaban dadas. Francisco pudo ver la tensión entre los oficiales ante la situación.
Los lanzadores múltiples de cohetes SMERCH, cuya ubicación exacta se había mantenido en el más estricto secreto, recibieron órdenes de atacar. Con un potencial de destrucción formidable, un ataque efectivo de estos podía desarticular la defensa mejor planteada. Su alcance les permitía estar incluso más lejos del frente de lo que estaba el general León en ese momento.
Pocos, pero eternos, minutos después, empezaron a recibir los informes de los observadores en el frente. Los misiles habían alcanzado sus objetivos y las posiciones chilenas parecían estar devastadas. La celebración fue truncada por las siguientes noticias que recibieron: varias unidades de la FACH fueron detectadas dirigiéndose a atacar a los SMERCH.
Francisco hubo de salir del puesto de mando. El dolor de cabeza era demasiado fuerte, y los gritos de los militares tan solo lo empeoraban. Vio que las tripulaciones de los Otorongos del batallón “Vengadores de Tacna” se tomaban fotos con sus vehículos, mientras esperaban que les tocara ser enviados al frente. Divisó a los "niños-genio", Milton, Juan y Henry en las mismas. Oigan, ¿qué carajo creen que están haciendo? Ya pes profe, es para mostrárselo a las flacas después de la guerra. Carajo, déjense de tomarse estas cosas como juego. ¿Saben quiénes más se tomaban fotos así? Los kamikazes, por la puta madre.
Se sentó en la arena, y vio pasar varios F-16 viniendo del sur. Desde el norte, vio un número similar de lo que imaginó que eran MiG-29. Todos los demás también observaron. Desde el piso, parecían estar observando casi un juego. El único ruido que oía era el del resto vivando cada vez que creían que uno de los chilenos era derribado y suspirando cuando aquel que creían que era peruano caía envuelto en llamas. No es tan diferente que ir al estadio, pensó.
Al rato llegó Llauce. Comandante, ¿y en qué quedó? Según nos dicen, no hubo resultados claros. ¿Pero es bueno ver que aunque sea algo está haciendo la FAP, no? Supongo. Pero bueno, el batallón ya recibió sus órdenes. Bien, ¿a qué unidad apoyarán? Llauce miró hacia el sur. No Francisco, a ninguna unidad. Según me cuenta un compañero de promoción, León sugirió que una unidad de Otorongos avance por el flanco derecho, como maniobra de distracción para alejar chilenos del eje principal de avance. Y obviamente, la unidad que sugirió fue la mía.
*****
Chuta, sí que te hai mimetizao con los locales, ¿no? Claro po, todo es parte de la pega. La 4x4 negra se alejó del incómodo incidente, y Patricio Ríos la estacionó por la calle Gonzales Olaechea, perpendicular a Canaval y Moreyra. Ahora sí, callados, que no les vayan a escuchar. Los cinco se bajaron y observaron sus alrededores. El sol se estaba poniendo, y debían insertarse antes de que se hiciera demasiado tarde. Revisaron sus uniformes, satisfechos de que los detalles estuvieran en orden.
El teniente Novoa y su equipo de élite estuvieron un tanto decepcionados por el blanco que Ríos había elegido para ellos. Mientras llegaban a las costas peruanas a bordo del submarino O’Higgins, gemelo del infortunado Carrera, habían especulado que les tocaría sabotear centros de mando o de comunicaciones. Jamás se les habría cruzado por la cabeza que estarían poniéndose cubretodos azules y preparándose para infiltrarse en el edificio de una empresa cualquiera.
Las prioridades habían cambiado desde entonces. El ataque cibernético peruano seguía causando dificultades en Chile. Una cosa era que los militares sufrieran las consecuencias del combate, otra que los civiles, alejados del frente, la pasaran mal. El gobierno, preocupado por el efecto que ello podría tener sobre las encuestas, consideraba de la mayor importancia ponerle fin. Ahí era donde entraba Ríos. Como centenares de miles de peruanos había visto aquel anuncio en los clasificados de “El Comercio”, y procedió a investigarlo. Instaló el software y estudió sus propósitos. Apenas tuvo tiempo para alertar a Santiago de la inminencia del ataque, pero no tenía idea de si le prestaron la debida atención. Sea como fuere, quien fuera que había hecho el ataque era bueno. Muy bueno. Le tomó mucho esfuerzo a Ríos poder delimitar desde dónde era controlado todo, ya que el atacante había tomado la precaución de rebotar sus comandos desde servidores por todo el mundo. Pero ahora, con las cosas claras, caminaban con sus uniformes de Luz del Sur con dirección a las oficinas del Grupo G-Y.
A algunos metros del edificio, Ríos sacó su netbook. ¿Qué haces? Irónicamente, hay algunos sistemas a los cuales rara vez les ponen seguridad en este tipo de lugares. Siguió trabajando. Muy bien, veamos… un programa muy típico… sí… listo. En la agenda de la mesa de partes se añadió una cita previamente inexistente. Vamos. El equipo entró al edificio, donde Ríos le indicó a la recepcionista que venían de la compañía eléctrica, para revisar las anomalías reportadas en el suministro. Ella revisó en su computadora y todo estaba en orden. Mientras esperaban que subiera alguien para guiarlos a las salas de servidores, tomaron asiento y vieron la TV que ahí estaba.
Eran reportes de la guerra. Informaban que el contraataque peruano estaba teniendo éxito y que la invasión chilena pronto llegaría a su fin. Se miraron entre ellos, sabiendo que estaban acá para prevenirlo. Finalmente salió alguien del ascensor, y la recepcionista apuntó hacia Patricio. La persona se acercó hacia ellos. Buenas tardes, vengan por acá. Ríos le pegó una veloz mirada a su fotocheck y memorizó el nombre. Franco Izquierdo.


jueves, 11 de marzo de 2010

III. A la carga



Bernarda Rojas no sabía qué tan en serio tomar las últimas cosas que le habían ocurrido. Decidió enfocarse en el trabajo. En cualquier caso, estando “embedded” con la Armada de Chile, se sentía bastante segura de que nada le ocurriría, por lo menos en ese respecto. Esa madrugada, sin embargo, algo diferente estaba ocurriendo. La base naval de Iquique empezó a hervir de actividad súbitamente. Su liaison, el teniente Aranda, pasó por su habitación para informarle que todo el personal asignado a la Almirante Latorre, ella incluida, tenían órdenes para reportarse para una partida inmediata. Los peruanos estaban presentando batalla, finalmente.
Rojas esperaba ansiosa recibir información. Como periodista civil, no le estaba permitido estar presente en los reportes de situación. Como siempre, tendría que esperar que Aranda le brindara la información que la Armada consideraba pertinente que trascendiera. Era frustrante, y de alguna manera sentía que se le estaba coactando su libertad periodística, pero era la única manera de reportar lo que acontecía en el frente naval. Cualquiera podía –a su propio riesgo– internarse en el desierto peruano a tomar fotos, pero el océano Pacífico era otra cosa. Siguió esperando. Nunca había oído los motores de la Latorre andar con tanta fuerza.
Finalmente llegó el teniente Aranda a su cabina, visiblemente consternado. Cuénteme teniente, ¿qué pasa? Es toda la marina peruana, señorita. Ocho fragatas, seis corbetas y una cantidad indeterminada de buques adicionales. ¿Toda la marina? Chuuta… ¿Podremos con ellos? Habremos de confiar en nuestro entrenamiento. Los peruanos también son bravos. Estamos yendo a toda máquina para participar en el combate. ¿Y la FACH por qué no los hunde, como al crucero? La FACH está sobreextendida. Los peruanos están lanzando un contraataque contra Tacna, y parece que la FAP quiere regresar a los cielos. Además, esa concentración de buques peruanos también tiene buena defensa antiaérea. Pasó otro oficial, quien le habló al oído. Hemos adquirido un blanco, venga, suba a cubierta.
Subieron rápidamente. El resto de la Armada ya está entrando en acción contra los peruanos. Vamos a lanzar un misil Harpoon. Ella miró por sus binoculares. No veo ningún buque peruano. No, el misil tiene capacidad de adquirir blancos más allá del horizonte. Con un gran destello de luz y humo, el Harpoon fue lanzado desde la cubierta de la Latorre, y enrumbó hacia el norte, volando al ras del mar.
En efecto, en apoyo de la contraofensiva peruana, la Marina de Guerra del Perú lanzó una operación arriesgadísima: desembarcar fuerzas tras líneas enemigas. Se jugó el todo por el todo, comprometiendo todas sus fuerzas de superficie. Además, los seis submarinos de ataque ya estaban en la zona al acecho de buques enemigos. Repletos de infantería de marina, los seis buques de desembarco anfibio avanzaban también. Para las tempranas horas del 23 de abril de 2012, los radares de a bordo y aéreos de ambas fuerzas navales ya se estaban detectando mutuamente. Poco después empezaría un intercambio de misiles feroz. Bernarda Rojas se persignó y encomendó a la virgencita. Rezó con convicción.
*****
No es como antes, Páucar. De cualquier lado pueden venir. ¿Cómo los vamos a detener? Don Pedro volvía a escrutar el lugar donde se había llevado a cabo el combate. Tres rondas, enteritas aniquiladas en un solo día. Filomeno le mostró los casquillos que sus hombres habían recolectado. Arriba, detrás y de frente. Cualquier grupo mediano nos lo ven desde aviones, y después mandan sus helicópteros y nos los matan.
Don Pedro volteó a mirar a Julio, cuyo hermano había muerto en el combate. Ay, papá… el Alfredo tenía mujer, guaguas. ¿Ahora cómo voy hacer? Ni para mi mujer y mis hijos me alcanza. ¡Cómo me voy a llevar el cuerpo! No quiero que se lo coman los gallinazos. Páucar dejó que desahogara un poco más. Julio, el Alfredo se nos murió peleando como hombre, no me lo llores como mujer. Tienes que seguir peleando, y vamos vencer a los chilenos. Cuando acabe la guerra, iré de nuevo a Lima. Y esta vez no se pueden hacer los locos. No va ser como cuando Sendero, lo prometo. Esta vez sí nos van dar pensiones como merecemos, por combatientes. No vamos a tener que vender las tierras.
Retomó la conversación anterior. Soluciones, Filomeno, soluciones. A ver, podemos hacer grupos más pequeños, para que no los detecten. Más camuflaje. Será más difícil mantener control sobre tantas unidades chiquitas, y no podremos emboscar patrullas chilenas grandes, pero creo que no hay otra opción. Si no, nos barren, Páucar. ¿Y así, cómo vamos a ganar? Bueno, podemos seguir poniendo algunas bombas aquí y allá, y usar francotiradores… pero no hay tanto que se pueda hacer.
Era muy difícil para Pedro Páucar. Filomeno le había relatado que las fuerzas peruanas estaban lanzándose al contraataque, por tierra, mar y aire. Eso era bueno. Había para él, sin embargo, un grave problema. En vano no habían muerto centenares de ronderos en el último par de semanas. Pero si la guerra terminaba con ellos reduciendo sus actividades contra el invasor se corría el riesgo de que en efecto todo hubiera sido en vano. En la post-guerra terminarían olvidados, como siempre. Por otra parte, había que distraer todas las fuerzas chilenas que se pueda. Se requeriría un sacrificio aun mayor, espectacular. Mejor aun, una victoria. ¿Siempre es igual, Filomeno? Así parece. Yo haría lo mismo si tuviera lo que ellos tienen. Sí, sí. Bien, ¿y cómo andamos de explosivos? Harto explosivo, de eso no hay problema. Cables, también. Se me ocurre una idea diferente, Filomeno. Trae a Malqui también, vamos a discutirlo.
Ambos oyeron con atención el plan de Páucar. Don Pedro, es muy arriesgado. Malqui, no seas mal-agüero. Suena espectacular. Se puede hacer, Páucar. Correrá mucha sangre. Idealmente más sangre chilena que peruana. Procedemos entonces. Malqui, que me encuentren el lugar ideal para el plan. Poma, coordina con las demás rondas. Que me seleccionen los mejores tiradores también. Malqui, ¿ya aprendiste a usar la cosa esa? Sí, don Pedro. Bien, lo vamos a necesitar.






lunes, 8 de marzo de 2010

II. Terroristas



Dieron las cinco de la tarde del 23 de abril y Maycol se levantó de su escritorio. Había estado monitoreando la actividad del ataque contra Chile, y las cosas iban bien. La medida que tomaron para aumentar el reclutamiento había dado excelentes resultados. Básicamente, el ataque consistía en que tantas computadoras intentaban acceder de manera simultánea a los servidores chilenos seleccionados, que terminaban colapsando. Maycol también había realizado algunos ataques más “quirúrgicos”. Después de la guerra, los chilenos contaron que el efecto fue de lo más perturbador. Las redes de telefonía celular colapsaron y el acceso a internet fue intermitente. Chile regresó a la década de 1980. Algunos creyeron que había habido otro terremoto. La bolsa de comercio de Santiago tuvo que cerrar, y la ya sufriente economía chilena sufrió un duro golpe. El mismo suministro de electricidad sufrió cortes.
Maycol había dado buen uso al poder de procesamiento de los servidores del grupo G-Y. Los algoritmos por él dispuestos detectaban los “mirrors” que iban improvisando los chilenos y comandaban a la gigantesca horda de computadoras zombie a que atacaran los nuevos servidores. Asimismo, entre Maycol y Enrique se mantenían atentos frente a otras contramedidas que aparecían, y utilizaban todo su talento para contrarrestarlas. Llegada esta hora, Enrique se quedaría en la oficina supervisando el ataque hasta que Maycol llegara a su domicilio y pudiera relevarlo desde ahí. Franco... pues también se quedaba hasta tarde en la oficina, pero por otras razones. Viviendo son su madre, había cierto tipo de páginas web que no podía ver en casa.
Maycol se encontró en el ascensor con Chiara. ¿Qué tal? Ah, bien, bien. ¿Qué complicada la situación, no? Sí pues. ¿Qué irá a pasar ahora? Quién sabe. Tienes razón, Maycol, quién sabe. Bueno, ya estamos al habla. Ahí nos vemos. Salió antes que Chiara y se dirigió a la salida. No era tan común para él, salir de la oficina cuando el sol todavía no se había puesto. Cruzó Canaval y Moreyra a su propio paso, incluso haciendo que los autos bajaran de velocidad. Hoy era invencible.
Oyó el claxonazo detrás de él, y se volteó para insultar al chofer. Más bien vio que el ataque sonoro no estaba dirigido a él, sino a Chiara, quien corría despavorida ante la 4x4 negra que casi la atropelló. ¡Oe huevón, fíjate donde manejas! Oye cholito, no jodas. Ya, ya, zafa, antes de que te saque la mierda. Ah, ¿muy machito eres? Si tan macho eres, ¿por qué no estás peleando con los chilenos, ah? Fuera huevón, a la guerra no va gente como yo, ¿manyas? Los otros cuatro pasajeros miraban impasiblemente el intercambio. Maycol le dio otro golpe al auto y se retiró para ver a Chiara. ¿Estás bien? Sí, gracias. Chévere. Ahora zafo, nos vemos mañana. La 4x4 siguió tranquilamente a su destino.
Poco sabía Maycol que en realidad había echado a andar una serie de acontecimientos que culminarían en su muerte en la dantesca batalla de Mega Plaza. Aun hoy, cuando algún local del centro comercial se renueva, se siguen encontrando casquillos ahí.

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Grimaldi decidió no pensar mucho en eso y concentrar su ira en los insurgentes. Eso es lo que habría hecho su padre. Le ordenó a su unidad que volviera a revisar su equipamiento y se asegurara de que todo estaba funcionando correctamente. La muerte de tantos soldados chilenos en sus ataques no quedaría impune.
En medio de todo, estaba satisfecho. Ya era hora que se tomaran en serio la amenaza de los insurgentes. Compañeros, nuestros hermanos han estado sufriendo ataques cobardes de estos indígenas, que no se atreven a pelear como hombres. Ahora nos toca escarmentar a estas gallinas. Los obligaremos a dar la cara, para que sepan quién manda. ¡Viva Chile! ¡Viva Chile! Aquel 22 de abril abordaron sus Eurocopter AS 532 y partieron en dirección norte, hacia las serranías.
Estaba consternado por las últimas noticias. Del frente, sabía que los peruanos estaban concentrando fuerzas en Locumba. ¿Podrían quebrar la resistencia de las fuerzas de cobertura? No, creía él. El profesionalismo chileno y su superioridad tecnológica estaban fuera de toda duda. Un nuevo laurel se agregaría para acompañar los de Arica, Lima y tantos otros. Lo que sí le preocupaba era la operación que se estaba iniciando en Tacna misma. ¿Un ataque sobre la ciudad misma? Bien había dicho su padre: todos los civiles se creen generales, y no sirven ni para gobernar. Pero ahora a los políticos de La Moneda se les había metido la idea de que dar por finalizada la guerra ahora, en plena contraofensiva peruana, y retirarse sin haber destruido los restos de las fuerzas en Tacna podría ser percibido como una derrota. Seguro estaban pensando en las elecciones de 2014. Civiles.
No pasó mucho tiempo hasta que llegaron al punto designado. En efecto, se veían restos de un campamento insurgente. No podían estar muy lejos. Grimaldi dio órdenes para que los helicópteros emprendieran la búsqueda en diferentes direcciones. No iba a permitir que escapen. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando el tercer helicóptero les transmitió que estaba bajo ataque de armas cortas. Perfecto.
No era el talento táctico de Grimaldi el que era cuestionado. Llegó con el otro helicóptero a la locación y evaluó la situación. En efecto, unos veinte insurgentes. Atrapados como ratas. Dispuso que un pelotón se desplegara de manera que les cortara la única vía de retirada, otro se ubicaría a las alturas dominando el campo de batalla, mientras que el tercero, que comandaría él personalmente, “fijaría” las fuerzas enemigas. En el escarpado territorio andino peruano, el despliegue de las tropas en tierra era cosa complicada. Grimaldi vio complacido cómo el entrenamiento de sus lautarinos en el descenso en rápel rendía hermosos frutos. En sus ojos, casi una obra de arte.
Los insurgentes fueron despachados rápidamente. Tal como sabía Grimaldi, obligados a una pelea abierta, no tenían ni los medios ni entrenamiento para enfrentarse a las fuerzas especiales de Chile. Pero pelearon con desconcertante desesperación, incluso llegándole a herirle a un par de lautarinos. Solo dos fueron prendidos vivos. Sacó su CZ-75 y la apuntó a la sien de uno de los prisioneros. Le habló al otro. ¿Quién es el mandamás? De veinte en veinte, no acabarían nunca: sabía que la forma más efectiva de acabar con terroristas era decapitar su liderazgo. Se llama Páucar, papá, Pedro Páucar. De Cuzco, es. Muchas gracias, amigo. Ejecutó al primero, y le apuntó al que había hablado. Por cierto, no soy tu padre, cholito de mierda. Disparó. ¿Qué miran, carajo? ¡Son terroristas, por la puta madre!




jueves, 4 de marzo de 2010

PARTE III: I. "Estamos ganando"




Sus documentos, señor. Patricio Ríos sacó de la cajuela el título de propiedad, el SOAT, su licencia de conducir y el certificado de la revisión técnica. El policía les dio una mirada y caminó por la arena hacia la parte delantera de la 4x4 para revisar que la placa concordara con los documentos. Regresó a la puerta del piloto, y apuntó su linterna al interior, iluminando el rostro de Patricio y su acompañante. ¿Qué están haciendo por acá a estas horas? Pucha jefe, estamos acá tranquilos, no estamos haciendo roche ni nada. Usted sabe, no sea malo pe. El policía regresó con los documentos a su Pathfinder, donde lo esperaba su compañero. El mar estaba extrañamente calmado para ser las tres de la madrugada, así que escucharon el intercambio. ¿Y qué fue? ¿Te ganaste con algo? No, para nada. Un par de rosquetes. Plancha quemada, pe. Patricio miró a su acompañante, quien con la mirada le transmitía la preocupación de haber sido atrapados “con las manos en la masa”. Ríos le devolvió la mirada indicándole que no se preocupara, mientras sacaba un billete azul.
Miren señores, vamos a necesitar que regresen a la comisaría con nosotros. Pero jefe, ¿Por qué? Si estamos acá tranquilos conversando, no estamos haciendo escándalo ni nada. Señor, ¿no ha escuchado? Me voy a llevar sus documentos y nos va a seguir a la comisaría de San Genaro, acá en la avenida Principal. No pues jefe, mire que no le hacemos daño a nadie, ¿no habrá otra manera de arreglar?
El policía ya no pudo contestar, pues un cuchillo de guerra le cercenó la garganta en un veloz movimiento. Patricio vio, espantado, al hombre en traje de buzo rematar al policía, y volteó para ver al que había quedado con la Pathfinder. Otro hombre lo tenía sostenido por la cara mientras giraba el cuchillo que le había introducido entre las costillas. Un tercer buzo con una pistola de mano se mantenía en alerta. El primer buzo se levantó, se inclinó por la ventana y le apuntó con un arma. ¿Patricio Ríos, presumo? ¿Teniente Novoa? El buzo sonrió y guardó su pistola. Correcto. Pues bienvenido al Perú, teniente.
Se apresuraron en meter los cuerpos a la Pathfinder de la Policía Nacional del Perú y el zodiac en el que habían arribado a la 4x4. Partieron de la playa, en caravana, con rumbo a la Panamericana. ¿Teniente Novoa, se da cuenta de que eso fue innecesario? ¿Cómo que innecesario? Si ese Paco ya lo estaba deteniendo. Chuta, acá todo se arregla, teniente. Le iba a dar cien soles y asunto arreglado, no tendríamos este problema. Se iban más que contentos y nosotros también. Terminaron de colocar los cuerpos de los policías en el patrullero, los rociaron de cerveza y de un empujón lo hundieron a los Pantanos de Villa. No se preocupe Ríos. Todo lo demás saldrá sin sobresalto alguno. Vamos, pónganos al día.
*****
Ataque inminente, ataque inminente. Amanecía el 23 de abril en los alrededores del valle de Locumba, y el destruido puente era muestra de la “pegada fuerte” de la FACH. La noche anterior cruzaron el río los MBT-2011, haciendo uso de sus capacidades anfibias. Tampoco era que los ríos peruanos de la cuenca del Pacífico representaran, con sus tímidos caudales, un obstáculo formidable. Los ingenieros del Ejército habilitaron puentes de pontón para el cruce de los Otorongos. Antes del amanecer las unidades de MBT-2011 y Otorongos se habían entremezclado para que funcionara la estratagema. Los tanquistas habían tenido que abandonar sus quejas respecto de este “apoyo” que hería su orgullo profesional. Órdenes desde arriba. Sumando todos los tipos, T-55, AMX-13 y MBT-2011 –incluyendo Otorongos– el Perú estaba desplegando la formidable suma de más de quinientos “tanques”. No todos los señuelos, sin embargo, serían desplegados desde el inicio, para que su existencia no resultara evidente. Las unidades de reserva se camuflaron en lo que quedaban de las instalaciones del fuerte Arica y en el mismo valle. Tocaba ahora cruzar los treinta kilómetros de desierto que los separaban de las posiciones avanzadas chilenas, ubicadas en el valle de Sama.
Después de la guerra hubo muchas críticas en Chile a la ubicación de dichas avanzadas. Hay una corriente de opinión que arguye que se debió aprovechar los primeros momentos del conflicto para avanzar hasta Locumba, para darle un mayor espacio de seguridad a las fuerzas involucradas en la ciudad de Tacna. Con ello, se amagaba a Ilo, obligando a la Marina de Guerra del Perú a replegarse a Pisco o Callao, anulándola como factor en la guerra. Las directivas políticas, sin embargo, fueron erráticas. Concebida en un primer momento como una necesidad preventiva ante la agresión peruana en el mar y la acumulación de fuerzas en Tacna, la guerra rápidamente perdió forma. Algunos analistas afirman que el liderazgo político nunca llegó a sintonizar del todo con sus mandos militares. Chile debió haber tomado una de dos opciones. Debió haber realizado una invasión claramente limitada, declarando victoria después de haber destruido las fuerzas peruanas en las cercanías a la frontera y de ahí retirarse de vuelta a Chile. La otra alternativa era desencadenar una verdadera guerra total, invadiendo en profundidad y destruyendo toda capacidad de reacción peruana. En lugar de eso, llevó a cabo un extraño híbrido, con pocas de las ventajas de cualquiera de las alternativas, y todas las desventajas de ambas.
En el fuerte Arica, Ramírez esperaba ansiosamente los resultados del ataque, sentado detrás del general León. Cuatro F-16 atacando con misiles Maverick. Quiero saber los daños. Atacaron desde fuera del alcance de los MANPADS, no sufrieron bajas. Al parecer fueron alcanzados unos siete vehículos de los nuestros. Puta madre… Ramírez estudiaba cuidadosamente el nerviosismo de León, quien tuvo dificultades para prender su cigarrillo. No terminaba de descifrar si lo que le preocupaba era el éxito o fracaso de la contraofensiva, o que sus Otorongos hubieran cumplido su misión. Los minutos se hicieron eternos.
Reporte de bajas. Cinco Otorongos, un MBT-2011, un T-55. Los presentes en el cuarto manifestaron una contenida celebración, excepto León. ¡Bien, carajo! ¡Los hijos de puta no los distinguieron! ¡Pancho! ¡La hicimos! Felicitaciones, general. Por favor, que nos indiquen cuáles Otorongos fueron, que habrá que notificar a sus familias. Ojalá que compartan su alegría. Puta madre, Pancho, ¿qué te pasa? ¡Estamos ganando!