Páucar bajó los binoculares y se los pasó a Filomeno. Malqui se había hecho cargo de borrar sus huellas y de brindarles un camuflaje perfecto. Filomeno siguió observando a las figuras que allá abajo exploraban los restos de la explosión. Un poco más a la izquierda, un poco más a la izquierda… ahí está… muy bien… recógelo… Le pasó los binoculares de vuelta a don Pedro. Páucar, ya está. Han picado el anzuelo. Páucar sonrió. Habían tenido que sacrificar un lechoncito para el engaño, pero según había leído Filomeno en su maquinita, era lo que de manera más similar a la humana reaccionaba en las explosiones. Para que pareciera más auténtico, lo habían vestido con la ropa del mismo Páucar. Se mantuvieron inmóviles, esperando a que los chilenos se alejaran antes de salir de su escondite. Vamos hacer última revisión.
En efecto, en la Quebrada de los Muertos se estaba dando una gran concentración de fuerzas irregulares, todo siguiendo el dispositivo planteado por su comandante extraoficial. El lugar había sido escogido para que apelara a los lautarinos. Si cada ajedrecista suele usar siempre la misma apertura, el comandante chileno parecía hacerlo también. Y esta vez estarían listos.
En las cumbres de los dos cerros dominantes, Filomeno había ocultado cantidades enormes de explosivos, en perímetros sucesivos, que serían activadas desde la posición central del dispositivo de defensa. Cualquier fuerza helotransportada que intentara posicionarse en alguna de ellas sucumbiría irremediablemente. Había hecho otro tanto quebrada arriba, en la “vía de retirada”. Filomeno estaba convencido de que podría enterrar bajo un alud a cualquier fuerza chilena que intentara tomar dicha posición. En una cueva en la posición central, se esconderían fuerzas de reserva que atacarían a los chilenos que sobrevivieran la carnicería. Para atraer a los chilenos a la emboscada, se habían preparado varias fogatas, para encenderlas de un momento a otro.
Pedro Páucar estaba satisfecho. Junto con Malqui, pasó revista a las fuerzas a su disposición. En las semanas que había durado la guerra, ya habían llegado ronderos de todos los rincones del país. Había rondas veteranas del Huallaga, del Mantaro, de Ayacucho e incluso de lugares tan remotos como Cajamarca esperaban su oportunidad para sumar otra victoria en su haber. De vencer en esta batalla, podrían jactarse de haber derrotado a los dos peores enemigos del Perú: Sendero Luminoso y Chile. Páucar mostró su sorpresa al encontrarse incluso con Asháninkas y Aguarunas, habitantes de la selva, reportándose para el combate. Por las circunstancias por todos conocidas, jamás se podrá saber con exactitud cuánta gente peleó bajo el mando de Páucar en la batalla de la Quebrada de los Muertos. Los estimados van desde los quinientos hasta los mil. Sea como fuere, constituía la más grande concentración de ronderos que llegó a haber en todo el transcurso de la guerra.
Pedro observó a todos formados como militares. Como ciudadanos-soldados. Somos libres, seámoslo siempre, seámoslo siempre… Una ronda había traído su banda, y se unió a la mitad del coro, añadiéndole arpa y charango al improvisado arreglo. Para cuando llegaron al verso, la quebrada ya retumbaba, y las pocas aves que ahí quedaban se alejaron. Y antes niegue sus luces el sol, que faltemos al voto solemne que la patria al eterno elevó.
Desde la gran roca en donde estaba parado, empezó a gritar. Se sacó la chompa y la empezó a sacudir, revelando el polo Nike que llevaba debajo. ¡Que vengan los chilenos! ¡Acá los matamos!
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La Almirante Latorre avanzó a toda máquina para unirse al resto de la flota. Los peruanos habían desplegado dos fuerzas de cobertura para proteger a sus buques de desembarco. Las fuerzas de superficie se ofrecían una escolta relativamente cercana, mientras que las submarinas se habían ubicado en vanguardia, incluso en aguas chilenas. El teniente Aranda le explicó a Bernarda que los peruanos se habían colocado en una situación táctica vulnerable, y que había relativamente buenas perspectivas de éxito. El problema, sin embargo, era el de si habría suficiente tiempo para impedir la operación peruana. Con que tan solo un par de unidades de desembarco lograran su cometido, el dispositivo chileno se vería en graves apuros. ¿Por qué? Eso no le puedo decir, señorita.
Esto le presentaba una disyuntiva al mando. Un barrido anti-submarino concienzudo era frustrantemente lento, y corrían el riesgo de no atacar eficazmente a la flota de superficie peruana. Mientras más lejanos se encontraban los blancos, más efectivas se hacían las defensas anti-misiles peruanas. Avanzar a toda máquina, en cambio, los exponía a que los agazapados submarinos les infligieran más de una sorpresa.
A lo largo de las siguientes tres horas, la Almirante Latorre lanzó varios misiles Harpoon más en dirección de los peruanos. Bernarda Rojas divisó una columna de humo a lo lejos. Aranda le explicó que era la Almirante Williams, una fragata de tipo 22. Los peruanos habían lanzado voleas nutridas de Otomat, y un par habían logrado penetrar las defensas anti-misiles chilenas e impactado en la fragata. Malherida, se estaba retirando con dirección a Iquique. Eventualmente pasaron cerca de ella, y Bernarda pudo atestiguar los efectos de los misiles peruanos. Dos gruesas columnas de humo emanaban del buque, y los equipos de control de daños se esforzaban por controlar los fuegos que aun seguían apareciendo a la vista. ¿Nos puede pasar lo mismo? Por ahora no es probable, señorita, todavía contamos con todos nuestros misiles antiaéreos. Pero por eso tenemos que apurarnos, pues los demás van a necesitar toda la protección que se les pueda brindar…
Una explosión sacudió a la Almirante Williams, y el calor fue sentido por ellos también. Después de un instante de desconcierto, el teniente Aranda volvió a mirar a la sufrida fragata. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Qué pasó? Bajo cubierta, ¡ahora! Tal como se supo después, el origen del ataque había sido el BAP Angamos, que había estado silenciosamente a la espera de un blanco apetitoso. Le tomó dos minutos a la Williams desaparecer bajo las olas, mientras que los tripulantes de la Latorre se aprestaban a defenderse de su acechador.
Este incidente fue solo uno de varios otros que fueron atrasando a los chilenos. Para el final del combate, a pesar de haber infligido graves pérdidas a la Marina de Guerra del Perú (mayores a las que el gobierno reconoció inicialmente), a pesar de que centenares de infantes de marina peruanos murieron ahogados al hundirse sus transportes, los peruanos habían luchado con una tenacidad poco antes vista. El desembarco logró hacerse y las posiciones chilenas fueron jaqueadas.
nooo la williams estan embarcado como 4 amigos.. van a morir ellos u.u jajajajaja
ResponderEliminarvamos a ver la sgte. entrada
solo espero q mos t6aquen para q sepan de lo somos capaces volaremos todas las inversiones chilenas en peru
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