La guerra de 2012

La guerra de 2012 es una pieza de ficción serializada que se publica dos veces a la semana, los lunes y jueves. Se empieza leyendo las entradas más antiguas, es decir, por las entradas que están más abajo.

Entre el 24 de noviembre de 2009 y el 19 de febrero de 2010 se publicó la Primera Parte de la novela.

A partir del 4 de marzo de 2010 se publicó la Tercera Parte y la novela acabó el 20 de mayo de 2010 .

Para leer desde el comienzo, haga clic acá.

Ahora que acabó la novela, cuál es tu personaje favorito?

jueves, 20 de mayo de 2010

XXIII. 28 de julio


Creí pertinente terminar de escribir este 28 de julio, día de la independencia, día de la patria. Veo con fastidio el Te Deum y me pregunto qué fue lo que hicimos para terminar así. Qué es lo que hacemos para siempre terminar así.
¿Qué importancia pueden tener las acusaciones de hombres pequeños y envidiosos a la hora de evaluar el valor de un gran hombre, un patriota, una leyenda viviente? Ninguna, pero no me dejé convencer. Busqué periódicos pasados en la biblioteca y fotocopié los artículos pertinentes. Ahí estaban todos los pequeños actos de corrupción en los que había participado. La comida malograda en la guerra del Cenepa, los fusiles automáticos que no se podían ensamblar, etc. Uno solo podía especular respecto de las demás transgresiones en las que podría haber incurrido, pero que había tapado con éxito. Fue recién mucho después que pude reunir los fragmentos que me permitieron inferir lo que hizo durante la guerra misma y publicarlo en este medio.
Le mostré los recortes a cuanta persona podía. Las respuestas que recibía cubrían todo el espectro. Había quienes me atacaban, acusándome de ser un mediocre que intentaba rebajar a un gran peruano. El peor enemigo de un peruano es otro peruano, por la puta madre. Me imprecaban que yo ni siquiera había puesto el pecho durante la guerra, como él. Otros, de manera más escéptica, me preguntaban dónde estaban los veredictos, y me decían con resignación que todos son inocentes hasta que haber sido declarados culpables. Enrique me dijo que dejara el tema y evitara meterme en problemas. Que así como él, yo podría recibir una bonificación y solucionar el tema. Presumo que al haberla aceptado él, el survivor’s guilt lo abrumó y terminó ahogándose en la botella. Pero tal como había él sabiamente predicho, los problemas llegaron.
Fue una larga, y sorprendentemente cortés, conversación la que tuve con Santiago Hoepken. Me explicó cómo la empresa tenía una política de colaboración con dicho personaje y los demás miembros de su institución, y que mis actitudes no resultaban apropiadas. Me dijo que yo no estaba “trabajando en equipo”. Especuló que quizá me sentía frustrado en mi actual puesto, y que un ascenso podría cambiar mi forma de ver las cosas. Le agradecí la oferta, pero le indiqué que la empresa no tenía por qué meterse en mis convicciones políticas y –sobre todo– morales. Sacudió la cabeza y me advirtió que estaba cometiendo un error.
El siguiente par de semanas fueron terribles. Me inundaron de más trabajo que el que se podía completar en un plazo razonable, y cuando eventualmente fallé, empezaron a llegar los memorándums. Terminaron por despedirme, no sin antes yo haber averiguado lo suficiente sobre el papel de G-Y durante la guerra. Consideré la posibilidad de entablar una demanda por hostilidad laboral, pero lo descarté. Los abogados de la empresa me esquilmarían.
No había nada que hacer por el trabajo ni por el país. Ya sabía lo que significaba el final del brindis del general León. Aprovecho para anunciarles, amigos y compatriotas míos, mi retiro del glorioso Ejército del Perú. He hecho todo lo que en mi modesto poder estuvo para colaborar en la derrota del invasor y creo haber cumplido con mi misión. Descuiden, que siempre podrán contar conmigo, su fiel y leal amigo. Seguramente habrá una manera en que este humilde ciudadano pueda contribuir a su país en tiempos de paz así como lo hizo en tiempos de guerra. ¡Salud! Más cantado que el himno nacional.
León, el más grande héroe peruano desde Castilla, pudo apelar a varios sectores del electorado peruano. A pesar de ser militar, su color de piel y su retórica pro-empresarial disiparon cualquier duda que hacia él pudieran haber tenido las clases altas y medias, en una manera que el nacionalista comandante Amaru jamás pudo. Para ellos, él era “como uno”. Y donde fracasó la derechista Brigitte Álvarez-Calderón, su aura de milico vencedor y patriota atrajo a las masas. Sus actitudes populistas y vocabulario informal –y ligeramente procaz– le daban ese toque “hombre del pueblo”. Era la fórmula perfecta. Ni hablar del dinero gastado en la campaña electoral. Superó largamente a cualquier otro candidato. Una segunda vuelta fue innecesaria.
Y ahora, cuatro años después de la guerra, nadie recuerda a Pedro Páucar, Francisco Ramírez o Maycol Huaroto. Los tres murieron creyendo no en lo que el Perú era, sino en lo que podría ser: una sociedad más justa, en la que los riesgos y beneficios se reparten entre todos por igual. Pero terminaron olvidados como tantos otros. Durante cuatro años, León había acaparado toda la atención. Me abruma el no haber hecho nada significativo en el transcurso de la guerra, como lo hicieron ellos tres. Probablemente eso fue lo que me impelió a llevar a cabo la investigación que devino en este texto. Al diablo con los milicos que me amenazan. Perro que ladra no muerde.
Hoy, viendo la juramentación del flamante Presidente de la República, Ernesto León, me pregunto si el Perú que ellos tres desearon será alcanzable, y lo dudo. Esta es una sociedad que los olvida y más bien premia a quien vivió aprovechándose de sus defectos. Su camarilla ya debe estar repartiéndose el país. En estas circunstancias, solo me queda recordar algo que Maycol decía antes de la guerra, antes de cambiar de parecer, y reactualizarlo al presente: Gane o pierda, el Perú es siempre la misma…

FINE






















































lunes, 17 de mayo de 2010

XXII. Requiem por los sueños rotos



La guerra de 2012 entre Chile y Perú acabó con la esperanza de un futuro armónico entre ambos países. De cierta forma fue peor que la guerra de 1879, ya que en aquella, si bien jamás se pusieron de acuerdo sobre quién tuvo la responsabilidad de su inicio, por lo menos quedaba claro quién había ganado. En este caso, cada bando también tenía su lectura respecto de quién era culpable del inicio de la guerra. Para los chilenos, el momento crítico fue cuando la BAP Montero abrió fuego contra la Riveros en el incidente del 31 de marzo; para los peruanos, lo fue el hundimiento del BAP Almirante Grau por la FACH el 5 de abril sin previa declaratoria de guerra. Pero en esta guerra, cada bando tuvo su propia lectura sobre quién ganó. Dejemos que los chauvinistas de cada lado se expresen. He revisado algunos de los foros que leía Maycol durante la guerra, y he podido extraer estas perlas.
Sin ánimos de ofender, “los de allá” son todos unos llorones, cagones e imbéciles. Si hubiéramos querido llegábamos hasta Lima y volvíamos a izar la bandera chilena en la porquería de ciudad que llaman capital, pero ¿qué interés tenemos en su país de mierda? Entramos, destruimos al EP, la FAP y la MGP y todo lo demás que se nos antojó, y una vez lograda nuestra misión, nos retiramos, como Israel con Hezbolá y en Gaza (con la diferencia de que esos árabes aunque sea saben pelear). Y quien se queje de que mi comentario es ofensivo no hace sino demostrar lo sodomitas, sensibleros y débiles que son “los de allá”. Los hemos culeado de nuevo, y no hay nada que puedan decir que cambie ese hecho.
“Marranus”, en fuerzayrazon.com

Los chilenos sangran por la herida. No se pueden acostumbrar a la idea de que finalmente les hemos sacado la mierda. Todos sus argumentos de que en realidad ellos ganaron no son más que pajazos mentales que sueltan entre ellos en un vano intento por ocultar el hecho de que tuvieron que huir con el rabo entre las patas, si es que no querían regresar a su país de porquería en bolsas. Qué “conveniente” que declaren victoria y se “retiren” justo cuando lanzamos la contraofensiva en la que les dimos como hijos. Mucho tanquecito alemán, mucho avioncito gringo, mucho barquito inglés, pero a la hora de la hora fue el soldado peruano el que mostró quién es más macho. Que los chilindios lloren como las mujeres que son.
“Elviscristo”, en defensaperu.com
¿Qué decían los analistas internacionales? La guerra entre Venezuela y Colombia eclipsó a esta, y las campañas de bombardeo de EEUU contra los regímenes islámicos en Iraq y Afganistán acaparaban la prensa del ámbito mundial. Solo uno que otro oficial estadounidense elevó algunos informes respecto de las lecciones que de esta guerra podrían aplicarse para su país, de los cuales Armored warfare between non-nuclear conventional forces in arid territory: the Chilean attack on Tacna and the ensuing Peruvian counterattack y The threat of determined militia resistance in rugged terrain: the case of the Quebrada de los Muertos, quizá constituyan los mejores ejemplos. La aplicación de estos documentos ostensiblemente iba orientada a la entonces inminente intervención militar en Irán. Aparte de eso, la lectura predominante era que esta guerra había sido un empate absurdo en que lo único que habían logrado ambos países había sido perder arsenales que habían llevado lustros acumular y hacer tal daño a sus economías que tardarían una década en reponer.
Son varios los libros que se pueden leer con los detalles jugosos que tanto encandilan a los “generales de sillón”. En el Perú, el Centro de Estudios Histórico-Militares publicaron la Historia oficial de la guerra de 2012, mientras que en Chile el Centro de Estudios Bicentenario ha sacado una muy atractiva Historia Ilustrada de la guerra de 2012. Lamentablemente, al contrastar ambas versiones pareciera que uno está leyendo sobre guerras casi completamente diferentes.
¿Qué pasó con algunas de las personas que han aparecido en estas páginas? Enrique se recuperó de sus heridas, pero se entregó al trago y perdió el trabajo. La madre de Maycol regresó a Huamanga donde sigue viviendo en su pequeña y dilapidada casa en los barrios marginales de la ciudad. Más dilapidada aun está la comunidad campesina de Uchullucllu que sigue sin recuperarse de la sangría que les significó la guerra: los intentos del fenecido don Pedro Páucar por mejorar sus condiciones de vida fracasaron. La hija de Francisco Ramírez murió seis meses después del fin de la guerra. Una colecta entre sus familiares permitió que ella y su padre fueran enterrados juntos en el Campo Fe de Huachipa. Los nombres de los “niños-genio” que colaboraron en la creación del Otorongo se encuentran en el gran mural en San Marcos donde se recuerda a los estudiantes de dicha casa de estudios que murieron en el transcurso de la guerra. En la citada Historia Oficial –prologada por el general León­– el teniente-coronel Llauce fue inmortalizado como un oficial valiente, pero moderadamente incapaz, mientras que la teniente-coronel Jesús Trelles no figura en la historia oficial que sacó el Ejército (la he buscado).
Al otro lado de la frontera, el gobierno chileno abjuró de la operación llevada a cabo por Ríos y Novoa, aduciendo que Chile no aprueba el espionaje ni el sabotaje, por lo cual ellos debieron haber actuado por cuenta propia. La infortunada consecuencia para sus deudos es que no pueden cobrar las pensiones correspondientes. Grimaldi, por su parte, se volvió una figura muy controvertida. Para algunos sectores en Chile representaba lo peor del militarismo descarriado, mientras que para otros constituía un nuevo Carrera Pinto. Bernarda Rojas en efecto logró ganar el Pulitzer con el reportaje que llevó al encarcelamiento del general Wood. Amenazada de muerte, no pudo regresar a Chile y se mudó a Costa Rica, donde murió recientemente en un accidente automovilístico. Julián Amezaga intentó defender a los sobrevivientes del helicóptero de Grimaldi, pero murió en medio de la venganza de los pobladores de Uchullucllu.
La boda entre Santiago y Chiara fue un evento social de alto vuelo. La comida estuvo preparada por Toshiro Konishi y Gastón Acurio, la música estuvo a cargo de la Orquesta de Joselito, y reunió a lo más selecto de la sociedad limeña. Fue ampliamente cubierto en las páginas sociales de El Comercio, Cosas e incluso Caretas. Antes de que la feliz pareja partiera para su luna de miel por Europa, el brindis que hizo su querido tío, Ernesto León, recibió especial atención y aplauso. Pero lo que dijo el general León aquel día, y lo que en consecuencia de ello ocurrió, ameritan ser tratados como tema aparte.






jueves, 13 de mayo de 2010

XXI. Creatividad peruana



En el campo de Marte, el general León y su sobrino Santiago Hoepken observaban con beneplácito el desfile que se iba desarrollando, que conmemoraba un mes desde la victoria en la guerra. El locutor iba narrando las glorias de cada una de las unidades que iban pasando frente al podio de honor. Y ahora pasan las Fuerzas Especiales, que desde detrás de las líneas enemigas saboteaban al invasor y causaban todo tipo de caos. Los generalotes aplaudieron con entusiasmo. Y ahora los heroicos defensores de la ciudad de Tacna, que nunca cejaron en su denodada defensa del sacro territorio patrio. Más aplausos, así como para los soldados de la 2ª brigada de infantería que asaltaron las posiciones chilenas en Sama y en una muestra de soberbio profesionalismo y amor a la patria los obligaron a huir y los MBT-2011s de la 18ª brigada blindada del Ejército, que le mostraron a los arrogantes Leopard 2 de los chilenos quiénes son los mejores tanquistas de Sudamérica.
Todo estaba cuidadosamente coreografiado. Un tanque, al parecer, se había rezagado del resto y pausó frente al podio de honor. La música cesó y el locutor también simuló estar confundido. Súbitamente, desde abajo del podio emergieron ingenieros del ejército, que en cuestión de segundos removieron las planchas que cubrían vehículo, revelando una 4x4 portando el armazón de Otorongo. Y acá la muestra más sublime de la creatividad peruana ¡los famosos Otorongos! El público asistente enloqueció. Los chilenos creían que con toda su superioridad tecnológica tenían la guerra ganada. Sin embargo, a pesar de toda su arrogancia, los Otorongos sirvieron de señuelos que los engañaron y tuvieron un papel clave en la victoria peruana. Y esta genialidad se la debemos al benemérito defensor de la patria, un verdadero patriota, ¡el general Ernesto León! Ante los aplausos del público y de sus colegas, León primero simuló modestia e hizo señas para que cesen. En cuanto el mismo presidente de la república se levantó de su asiento para aplaudirle, León supo que era el momento. Se levantó del asiento también, saludó al presidente, a los generales y al público en general. ¡León! ¡León! ¡León!
Te adoran, tío. Después de un par de minutos de aplausos, el desfile finalmente había podido proseguir. A diferencia de lo que está pasando en Chile. Sí, pues, Santiago. Los chilenos son bien cojudos. El hijo de puta de Wood y su FACH fueron los que más nos tulearon durante la guerra, y ahora, preso. Esos mapuches son unos ingratos. Un reportaje se había filtrado en la prensa internacional, en el que se revelaba que el general Wood había desobedecido las instrucciones de su gobierno y había mandado bombardear y hundir al BAP Grau, precipitando la guerra. Además, se veía implicado en el homicidio de un oficial que había intentado hacerlo público. Pocas horas después fue detenido y se encontraba bajo investigación. Por medio de su abogado se había defendido ante la opinión pública alegando que no se podía permitir que el Perú actuara de manera prepotente con Chile, y que si los civiles no tenían los cojones para hacerse respetar, un militar debía hacerlo.
Y Wood también es un tarado. ¿A quién se le ocurre mandar matar gente? Todos tienen su precio. Le pagaba al oficial y a la periodista y asunto arreglado. Como a los choferes de las combis. Diez mil soles cada uno, y ya no joden. Solo si no aceptan pago, recién ahí hay que tomar otras medidas, pero siempre de manera que no te puedan conectar. Aprende de sus errores, Santiago.
El besamanos fue bastante prolongado, y León atrajo a tanta gente como el mismo presidente y definitivamente más que Gjurinovich. Tan pronto como pudieron, León y su sobrino se retiraron a su 4x4. Hablemos números. Todo está asegurado, tío. Desde Canadá hice las conexiones necesarias para que todo esté en cuentas que no se puedan detectar. Lo que va a entrar por lo de las comisiones de los contratos de reconstrucción, las tierras allá en Cuzco y otras cosas misceláneas también las puedo colocar. Perfecto. ¿Y lo de los Otorongos? Pucha, tío, ahí no hay de qué preocuparse. Me encargué de desaparecer los papeles y todo rastro electrónico se destruyó cuando nos metieron la bomba a los servidores. Una declaración jurada, y listo. No se puede hacer una auditoría a algo que ya no existe. ¡Hasta el atentado tuvo su lado positivo! Excelente. Sí, tío, plata no te va a faltar para tu proyecto. Se pasaron el resto del trayecto a la iglesia charlando de sus parientes. Para fortuna suya, a diferencia de muchas otras familias peruanas, no tenían ningún muerto que lamentar. Tenían mucho que agradecer, así que en la misa rezaron y comulgaron fervorosamente.
Una de esas tantas otras familias peruanas era la del ingeniero Ramírez. El estrés de la guerra, el excesivo consumo de estimulantes y una condición cardiaca congénita habían acabado con él. A pesar de los esfuerzos de los médicos del Hospital Militar Central, su condición era demasiado avanzada y tenían que lidiar simultáneamente con un exceso de heridos de la guerra. Expiró antes de enterarse del armisticio y sin poder recibir la visita de su hija Cecilia.
La muerte de su padre había incidido negativamente en la salud de Cecilia. Su condición se había deteriorado rápidamente y el trasplante se hizo necesario mucho antes de lo previsto. El seguro de su padre era muy generoso, así que su tía Julia –quien se estaba haciendo cargo de ella ahora– había ido a las oficinas de Austral Seguros aquella tarde, para iniciar los trámites correspondientes. Ahí recibió las noticias. El seguro había muerto con Francisco, lo que correspondía era el pago por el seguro de vida. Miró la cifra. Esto no alcanzará para la operación de mi sobrina. Esas son las condiciones del seguro, señora. Julia recordó que su hermano le había dado un número para llamar para cualquier cosa del seguro de Cecilia. Llamó.
Después de la misa, mientras Santiago conversaba con un ministro y el presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, sonó su celular. No reconoció el número y colgó. Estaba en medio de algo demasiado importante.
No habría operación para Cecilia Ramírez, hija de Francisco Ramírez, el inventor del Otorongo.






lunes, 10 de mayo de 2010

XX. La reconstrucción avanza





Salió con cuidado de su habitación en el hotel Monasterio. Siempre había sido proclive al soroche y no quería fatigarse en exceso. El chofer le abrió la puerta del auto y dieron varias vueltas por las calles de la ciudad para recorrer las tres cuadras que los separaban de la notaría. Aquí es, señor Hoepken. Muchas gracias, espéreme por acá. Así es el mundo de los negocios. No hay descanso, y menos en una coyuntura como esta.
Los vendedores lo esperaban afuera de la notaría y en cuanto llegó, ingresaron en grupo. Las secretarias los hicieron pasar a una sala de espera privada. Hasta Santiago se pudo dar cuenta de la incomodidad que mostraban sus contrapartes. El doctor estará con ustedes en un momentito. ¿Desean algo para tomar? Para mí un capuchino moka, por favor. Nada para nosotros, gracias. Los minutos pasaban y no llegaba el notario. No podía seguir enfocando su atención exclusivamente en su café. Quizá él también estaba incómodo ahí. Y bien, ¿cómo anda la reconstrucción acá en Cuzco? Mal señor. Nada llega a nuestro pueblo. Por lo menos estaban lejos del frente, ¿no? No, señor. Los chilenos nos vinieron a buscar. Nos mataron a viejos, mujeres, niños. ¿Al pueblo de ustedes? No me había enterado de eso.
A pesar del no verbalizado escepticismo de Hoepken frente a lo que le contaban los habitantes de Uchullucllu, todo era cierto. Era verdad que campesinos peruanos de todos los rincones del país habían obligado a los chilenos a dirigir fuerzas contra ellos, fuerzas que podrían haberse utilizado para intentar frenar la contraofensiva peruana. Era verdad que a pesar de su inmensa superioridad en armamento y efectivo, murieron dos de cada tres comandos chilenos que aquel día partieron para acabar con los ronderos. Era verdad que en reuniones políticas reservadas en Santiago de Chile, los resultados del combate de la Quebrada de los Muertos tuvieron un peso importante al llegar a la conclusión de que una ocupación prolongada de cualquier territorio peruano era inviable. Pero la tragedia concreta era que al cubrir la retirada del resto de sus fuerzas, cayeron muertos casi todos los adultos varones de Uchullucllu, quebrando su economía irremediablemente. El ministro de defensa había prometido ayuda, pero esta podría demorar indefinidamente en llegar.
Ni siquiera pudieron valerse del apoyo de los medios, ya que el éxito de la contraofensiva convencional eclipsó la cobertura sobre los ronderos. Reportajes sobre las virtudes de los MBT-2011 y MiG-29 eran mucho más atractivos y “modernos” que aquellos sobre las escopetas y armas “hechizas” de los guerrilleros. Las historias del heroico sacrificio de los altos y gallardos oficiales de la Marina de Guerra proyectaban una mejor imagen que las de las rondas campesinas, con sus hombres de porte bajo y facciones indígenas. En esas circunstancias, vender o no las tierras a la empresa ya no era cuestión de defender su patrimonio ancestral, sino de supervivencia.
Hasta los helicópteros nos han quitado, señor. Vino el Ejército y se los llevó. Con la sangre de los nuestros se derribaron y seguro los han botado. ¿Los helicópteros? Yo los he visto, no los han botado. Los están colocando en el Museo de la Victoria. Mi prima está a cargo de la exhibición. Es una artista famosa, quizá hayan oído de ella, Natalie von der Adler. No, señor. Bueno, está ahí junto con un Leopard 2 y un F-16. La inauguración va a estar fabulosa, según tengo entendido, mejor incluso que la del MALI hace un par de años. Pero si los nuestros los derribaron, ¿por qué están en Lima con el Ejército? Recuerde que el Ejército nos representa a todos los peruanos, ahí tienen que estar. Uno se animó a cambiar de tema. Señor, las cosas están muy mal en nuestro pueblo. ¿No nos podrán pagar lo que ofrecían antes de la guerra? Cuánto quisiera, pero no se puede. La guerra nos ha afectado a todos, y la empresa misma ha sido golpeada fuertemente. Los chilenos nos metieron una bomba en nuestras oficinas. No se imaginan lo horrible que fue. Además, el mercado está deprimido. No se imaginan los esfuerzos que hicimos para cumplir con comprarles, solo porque ya se lo habíamos ofrecido. Bueno, gracias, señor.
Finalmente, y para alivio de Hoepken, llegó el notario. Revisaron los documentos de la compra-venta de una parte significativa de las tierras de la comunidad campesina de Uchullucllu. Santiago los revisó rápidamente y firmó. Esperó a que sus contrapartes terminaran de leer y se animaran a firmar. Les entregó el cheque de gerencia y se despidió de ellos, deseándoles la mejor de las suertes. De cierta forma, quizá creyó sinceramente que les estaba ayudando.
Una vez de vuelta en el hotel, Santiago hizo una llamada. ¿Aló, tío? Ya está arreglado el asunto. Luz verde para todo el proyecto. Claro, a 10% menos de lo que habíamos estimado originalmente. Perfecto, ya voy a llamar a mis contactos en la prensa para que se filtre la información. Santiago se echó en la cama, satisfecho. Había hecho el negocio de su vida. Junto con su tío, el general León, habían “convencido” a ciertos políticos clave para que finalmente se construyera la carretera que pasaría por el sur del departamento del Cuzco, contrato que sería adjudicado al Grupo G-Y. Aquel contrato era el que habían estado celebrando en Mega Plaza el día anterior.
Pero antes de eso, querían finalmente finiquitar la compra de los terrenos que terminarían estando aledaños a la carretera, cuyos precios se dispararían una vez que la noticia trascendiera. Las negociaciones ya habían durado un par de semanas y Hoepken, en representación de G-Y, las prolongaba, sabiendo que el pueblo de Uchu-algo estaba en crisis y que tendrían que aceptar lo que se les ofreciera. Una vez que se concretó lo de la carretera, viajó inmediatamente a Cuzco.
Su tío le había enseñado desde chico que el mejor momento para pescar era cuando el río estaba revuelto. Ahora, una boda a todo dar, un departamento en el Golf, una 4x4 del año. Ah, y una casa de playa en Asia. Cuánta razón tenía su tío.




jueves, 6 de mayo de 2010

XIX. Cuatro semanas después



A pesar de la cruda realidad de que en las guerras todos pierden, en esta –como en muchas otras– ambos bandos cantaron victoria. Después de que en ambos países beligerantes se perdieran miles de millones de dólares y miles de vidas, los peruanos vindicaron que al final de las hostilidades no quedaban fuerzas chilenas en su territorio, y los chilenos, la destrucción infligida a la infraestructura peruana. El armisticio se firmó en el hito de la concordia, y la frontera estaba ahora patrullada por los cascos azules, hasta que se pudiera llegar a un arreglo más permanente.
El Mega Plaza había quedado destrozado después de la batalla. Entre incendios, explosiones e impactos de bala, lucía un aspecto dantesco. No había habido atentados enemigos en ninguna otra parte de Lima aquella noche, y de pronto la decisión de no mandar lo mejor de la PNP a Mega Plaza parecía absurda. Ello no impidió, sin embargo, que se le abriera proceso disciplinario al coronel PNP Tafur por sus decisiones durante la batalla. A pesar de todo, entre policías, serenos y civiles lograron reducir a los chilenos que ahí estaban atrincherados, e impidieron el envío del archivo. El ataque informático siguió causando dificultades en Chile por un par de días más.
Lo que la policía no pudo impedir fue que los cuerpos de los chilenos fueran arrastrados en el centro comercial y los alrededores, como ocurrió con los gringos en Somalia. Para mayor tragedia, el cadáver de Maycol también fue confundido con chileno, y fue castigado de manera tal que en su velorio no hubo alternativa a hacerlo con cajón cerrado.
Recuerdo claramente ese día. Todos los empleados teníamos que ir, así que fui con una amiga para no hacer demasiado hígado. Ya habían restaurado un tanto el centro comercial, aunque habían preservado varios impactos de bala para que sirvieran de recordatorio permanente del papel que hubo de cumplir durante la guerra. Nos ubicamos en las sillas que habían instalado en el food court, desde donde pudimos divisar a la madre, a quien habían traído desde Ayacucho. Aun afligida, no dejaba de mostrar un semblante de resignada dignidad. Seguíamos esperando, pues quien debía dar el primer discurso se estaba tomando su tiempo dando una prolongada entrevista a algún canal de televisión. El general Ernesto León.
León estaba muy solicitado por esos días. Como portavoz del Ejército, había sido la cara visible de la contraofensiva peruana y estaba ahora atrapado en una vorágine de entrevistas, sesiones de fotos y apariciones públicas. Y le encantaba. Atrás quedaban sus escándalos de corrupción. En el Perú, todo se perdona. La tierra de las segundas oportunidades. Ahora era el hombre de la hora. Con media hora de tardanza, y sin pedir disculpas, se dirigió al podio y comenzó un discurso sobre las glorias del sacrificio por la patria y de los grandiosos ejemplos que ahora teníamos los peruanos para complementar a Grau, Bolognesi y Quiñones. Revisé después, y pude verificar que había dado el mismo discurso varias veces antes.
Le siguió el discurso de Santiago Hoepken, recién llegado de su “viaje de trabajo” a Canadá, quien agradeció al general en nombre de la empresa. El ataque informático había sido cooptado hábilmente por la sección de relaciones públicas de la empresa, y ahora sus jefes hablaban de “nuestro” ataque. Maycol, como el individuo que había abierto un frente de guerra casi por sí mismo, estaba siendo progresivamente dejado de lado, para ser reemplazado por la imagen de una empresa patriótica que hasta había sacrificado sus propias instalaciones y empleados durante el conflicto.
El acto central iba a ser la inauguración de una escultura que conmemorara a los combatientes de la batalla de Mega Plaza. Lo había hecho Natalie von der Adler, conocida escultora peruana afincada en Madrid hacía ya varios años. Mis conocimientos de arte son prácticamente inexistentes, pero por las diferentes reacciones que hubo entre los asistentes frente a aquella abstracta pieza, podría decir que la recepción de dicha pieza fue, cuando menos, mixta. Entre las personas en los “sitios de honor”, los aplausos fueron entusiastas. Entre la gran masa de asistentes –parientes, amigos y compañeros de quienes pelearon y murieron ahí, así como los combatientes mismos– la reacción fue bastante más tibia. Quizás por eso es que a lo largo de las siguientes semanas y meses la escultura fue siendo cubierta por pequeños artilugios de muy eclécticos orígenes, que tenían un significado más tangible para los deudos.
Ya sé de dónde recuerdo esa escultura. ¿Cómo? Si se supone que es nueva, ¿no escuchaste todo lo que dijo la chica sobre cómo la hizo inspirada en los acontecimientos de la guerra? “Ostia, soy una peruana que habla con acento español, ¡joder!” ¡Sí, claro! Ella hizo una exposición en Barcelona el año pasado, vi las fotos. Ahí estaba esa pieza, y no tenía nada que ver con guerra o sufrimiento alguno. Seguro que simplemente no la pudo vender, y acá se lo aplauden como si fuera la última Coca-Cola del desierto. Una vez acabada la ceremonia pude ver a varios ejecutivos tomándose fotos con la escultora, fotos que después vi publicadas en el “Circo Beat” de “Somos”. Los veteranos del combate, bien, gracias.
Quise saludar a la madre de Maycol de todas maneras, pero debimos esperar un buen rato, ya que muchas otras personas tuvieron la misma intención. Fui testigo del desborde de emoción que mostró Chiara al saludarla, con lágrimas y sollozos. Como si hubiera sido su amiguísimo del alma. Lo más triste fue notar lo visiblemente conmovida que estuvo la madre al pensar que una chica tan linda, de tan buena familia, había sido amiga de su hijo. Simplemente me retiré, no sin antes oír a Chiara preguntarle a Bianca dónde estaba “su” Santiago, ya que quería irse.
De salida me crucé con Hoepken, León, otros altos ejecutivos de la empresa y algunos funcionarios del Estado que habían abierto una botella de champán para celebrar algo. Mientras se daban de palmadas en las espaldas y felicitaban mutuamente, saludé discretamente a Hoepken y seguí de largo. Que Chiara lo encuentre por su cuenta. En ese momento creí que la razón del jolgorio era que el Grupo G-Y, en reconocimiento a sus “grandes sacrificios durante la guerra” había obtenido varios jugosos contratos para la reconstrucción en Lima. Fue recién después que me enteré exactamente qué era lo que estaban celebrando ese día.



lunes, 3 de mayo de 2010

XVIII. Munayniyki ruwasqa kachun, imaynan hanaq pachapi, hinatallataq kay pachapipas



Julián Amezaga jadeaba, exhausto. Estaba al límite de su resistencia física, pero ante los gritos se levantó a seguir. Corrió y pateó la pelota, anotando un gol. Levantó los brazos en señal de triunfo y los niños de su equipo celebraron con él. La selección chilena había hecho un papel decente en el mundial de Sudáfrica, y los niños lo llamaban “Suazo”, por el delantero. Por todo lo que había escuchado de los peruanos, había esperado algo mucho peor al ser tomado prisionero por los ronderos. Claro, los primeros días habían sido algo tensos, pero una vez que aprendió lo básico del trabajo que le asignaban, las cosas habían mejorado. El sol se está poniendo, es hora de irse donde sus mamás. Un ratito más, Suazo, pues. Pero algo llamó la atención de Julián. Se acercaba un helicóptero.
Ya me ubico, Páucar, nos están llevando a Uchullucllu. Estos hijos de puta nos van a destruir el pueblo. Páucar se sumió en una terrible depresión. No solo había sido derrotado por el invasor, y tenido que contemplar a sus camaradas siendo ejecutados –sin siquiera tener el consuelo de compartir su suerte– sino que sus acciones habían atraído la guerra a su pueblo. No habría redención para él. Contempló lanzarse desde el helicóptero para morir de la caída, como Cahuide o Alfonso Ugarte, pero el grueso número de soldados interpuestos no se lo permitirían. Ánimo, Páucar, siempre hay una forma. Filomeno había encontrado una superficie contra la cual raspar sus ataduras, y lo había estado haciendo desde que había recuperado la conciencia. Cuando llegue el momento, estate atento.
El helicóptero se ubicó encima de la plaza del pueblo. El oficial enemigo dio la orden, y empezaron a llover balas y granadas hacia los pueblerinos. Páucar no pudo esperar ante la carnicería que le obligaban a presenciar, y junto a los cuantos prisioneros que lo acompañaban, inició una trifulca en la nave. Estando atados, solo podían empujar y patear a los soldados enemigos. Uno, tomado por sorpresa, cayó al piso de la nave y fue pisado varias veces. Filomeno no se puso en vanguardia, y no les reveló haberse desatado. Un par de tiros a un rondero le puso fin al motín y se restableció el orden.
Filomeno, carajo, tú estabas libre, ¿por qué no le quitaste el arma a un chileno? Discretamente, le mostró la granada que le sustrajo al soldado y le guiñó el ojo. El helicóptero había descendido casi al nivel del suelo y los soldados habían empezado a bajar al pueblo. Páucar entendió lo que se proponía hacer Filomeno y se preparó. Yayayku hanaq pachapi kaq, sutiyki yupaychasqa kachun, qhapaqsuyuyki hamuchun, munayniyki ruwasqa kachun, imaynan hanaq pachapi, hinatallataq kay pachapipas.
Estando el helicóptero casi vacío, Filomeno se levantó para tirar la granada. El comandante chileno se percató de su intención y se volteó para dispararle, pero Pedro Páucar le bloqueó la línea de fuego, recibiendo el impacto de las balas. La granada rebotó dentro de la cabina de los pilotos y rodó debajo de sus asientos. Durante un par de segundos eternos, estos la buscaron con desesperación. Lo último que vio Páucar fueron los últimos rayos del sol antes de ponerse en las montañas al oeste de Uchullucllu.
*****
Bernarda Rojas no sabía ya qué hacer. Buscada por la Policía Militar y aislada en una ciudad extraña, no se le ocurría alternativa de salida. Quizá sería mejor entregar las pruebas y pedir clemencia. Entre tanto, se refugió en el Falabella, en la esperanza de que con tanta gente alrededor y cámaras de seguridad omnipresentes, por lo menos no podría ser detenida violentamente y “desaparecida” después.
¿Siempre acostumbrái dejar plantado a los hombres? Detrás de ella estaba el teniente Aranda, de la Armada. ¡Mario! ¿Cómo me encontraste? ¿Recuerdas que dijiste que cuando te estresas te dan ganas de ir de compras? Me imaginé que algo así te había pasado, después del operativo que armaron los de la FACH en el hotel. ¿En qué lío te hai metido? Notó que ella miraba ansiosamente a los alrededores. Tranquilízate. ¿No creí que si fuera a acusarte lo habría hecho en el hotel? Cierto. Se fueron a un rincón relativamente menos transitado de la tienda. ¿Conocí al general Wood, de la FACH? Claro po, el que amenazó con renunciar cuando se debatía derogar la ley reservada del cobre. Ese loco decía que la FACH sola podía acabar con Perú, y que no le podían quitar el dinero de las adquisicioines. Es un engrupido. Sí, él. Acá tengo evidencia de que fue él quien mandó bombardear al crucero peruano, sin autorización del gobierno. ¡Chuta! Pero si eso es cierto, ¿por qué no lo hizo conocido el gobierno? Obvio. Una vez lanzada la piedra, el gobierno ya no podía retractarse, quedaríamos re-mal, peor aun que habiéndola tirado. ¿Y por qué querría él bombardear el Grau sin permiso? Está loco, seguro creyó que tal demostración de superioridad los obligaría a pedir disculpas por lo de la Riveros y a sentarse a negociar. Como que ganaría el conflicto él solo, con bajas mínimas para nosotros. El imbécil más bien trastornó un nido de avispas.
Se fueron a un café cercano para que Mario Aranda pudiera revisar los documentos. Bernarda sabía que estaba corriendo un grave riesgo. Pero no se le ocurría alternativa mejor. Estaba acorralada. Esto es muy grave, señorita Rojas. Debemos llevarlo ante mis superiores. No, imposible. No sé hasta dónde va el encubrimiento. Ya te dije que mataron al contacto que me facilitó los últimos documentos. Lo mejor que nos podría pasar es que los documentos desaparezcan. Lo peor… me los tengo que llevar fuera del país, pero no tengo forma de hacerlo.
Empezó a llorar. Su madre le había dicho que estudiar periodismo era muy lindo, un gran ejercicio para la mente. Un adorno. A los hombres les gustan las mujeres cultivadas para que críen a sus hijos. Pero a medida que pasaban los años y no se casaba, empezaron los cuestionamientos. ¿Por qué no te buscas un marido de buena familia? ¿Acaso moriremos sin tener nietos? Lógicamente, vetaron a Julián. Por molestarlos, les aclaraba que para darles nieto no necesitaba marido, ni siquiera novio. Pero quizá si les hubiera hecho caso no estaría en el problema que enfrentaba. Un departamento en Las Condes, full equipo. Esa debía ser su vida.
Mira, Bernarda. Tengo un auto con documentos de la Armada, no me revisarán. Y me conozco la región de memoria. Te voy a llevar a Bolivia.






jueves, 29 de abril de 2010

XVII. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra


No olía a corte marcial. Apestaba. Un AS 532 destruido y más de la mitad de sus fuerzas como bajas, de los cuales un número excesivo eran muertos. La situación no era nada halagüeña. A su favor tenía el haber destruido la más grande concentración de insurgentes que se reuniera en el transcurso de la guerra, así como haber capturado a su cabecilla, el camarada Pedro. Pero quienes ahí estuvieron recuerdan la expresión que llevaba Grimaldi cuando organizó un pelotón con algunos de los soldados hábiles y partió hacia el norte. Estaba fuera de sí. Hay quienes especulan que estaba convencido de que sería dado de baja, lo cual lo impulsó a realizar una última misión.
Nadie en su sano juicio diría que el accionar de Grimaldi estaba justificado, y bajo cualquier otra circunstancia es probable que sus propios subalternos se habrían rehusado a seguir órdenes tan insensatas. Pero el espectáculo de la carnicería que los insurgentes les habían infligido turbó a todos, de manera que cuando dispuso que irían a quemar el pueblo de esos salvajes como represalia por sus actos ilegales, hasta algún apoyo recibió. Dejaron a un grupo para que se encargara de los muertos y heridos, y partieron con dirección a Uchullucllu, informando a base que solo estaban persiguiendo a los dispersos.
Observaba a los prisioneros con una ligera sonrisa dibujada en la cara. Sabía que la FAP no sería mucho problema. Debido a la contraofensiva peruana, las pocas unidades que les quedaban estaban muy ocupadas protegiendo a sus fuerzas de tierra de los F-16. Un solo helicóptero volando a baja altura sería difícil de detectar y poco fructuoso atacar. ¿Lanzagranadas o misiles antiaéreos en Uchu-no sé dónde? Imposible. Probablemente no tenían ni agua potable. Seguramente no sabían escribir “agua potable”. Pagarían por su insolencia, y lo mejor de todo sería que los cabecillas estarían ahí para presenciarlo.
El viaje duró algo más de una hora, durante la cual la introspección de todos los presentes, más el ruido del motor, previno que se dieran muchas conversaciones. Meditaba sobre lo que tendría que hacer al regresar a casa. Sería el segundo Grimaldi dado de baja del Ejército de manera poco honrosa. Pero lo haría cumpliendo con su patria, más allá de lo que dijeran los socialistas y civiles maricones. Sin embargo, sus pensamientos se tornaron más hacia quien vendría a ser, se daba cuenta, su madre adoptiva. Estaba convencido de que no había mujer más dulce y amorosa en la tierra. Recordó las reuniones de sábado por la tarde que ella hacía en la casa, y le pareció una idea recrearla en su mente.
Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem, sed libera nos a malo. Amen.
Capitán, ya debemos estar por llegar. Muy bien. Vamos a mostrarles lo que es el infierno a estos malditos. Tienen sus órdenes, ¡cúmplanlas!
*****
Fue arrastrado violentamente hacia el sótano del Starbucks, el humo haciéndole toser y lagrimear todo el camino. El chileno de la computadora cogió un extintor y bajó con él al baño de hombres. Ambos chilenos se colocaron máscaras de gas, y el de las armas se ubicó en una posición defensiva al pie de las escaleras. 80%. Mantenía el descenso bajo un fuego constante, mientras que el otro se hacía cargo de entregarle armas con las cacerinas llenas y de cambiárselas a las vacías. Arrojaban granadas hacia arriba para evitar que los peruanos pudieran concentrarse.
85%. Era el momento. A lo largo de su vida, Maycol había aguantado todo tipo de abusos. En el colegio, el ser malo para el fútbol y demasiado aplicado en los estudios le habían hecho acreedor a ser hostigado constantemente, además de la ocasional golpiza. En G-Y, nadie lo veía como igual, mucho menos Chiara. Y nunca había protestado por ello. Empezó a darse cuenta de que ni siquiera había ofrecido resistencia digna de ese nombre desde que lo secuestraran. Todo eso acababa ahora. Se juró a sí mismo que la pusilanimidad jamás volvería a ser su divisa.
Esperó pacientemente el momento ideal. Cuando a su captor se le complicó recargar un arma, se lanzó sobre él, con el fin de quitarle la computadora. ¡Qué chucha haces! Forcejearon, mientras el chileno de las armas seguía barriendo las escaleras. ¡Puta madre, Ríos, mátalo de una vez, que ese hijo de puta nos va a cagar! Los disparos reverberaban fuertemente en el baño y Maycol llegó a poner una mano sobre la máquina, pero su mano dejó de responder. Volteó y vio a su captor apuntándole con una pistola recién disparada. Al ver su brazo sangrante, fue sobrecogido por el dolor y se alejó, arrastrándose.
Carajo, Ríos, ¿cómo va el envío? Le entregó un arma recargada y tomó la gastada. 90%, teniente. Ya, mata a ese hijo de puta. No quiero más riesgos. Ante la inminencia de su muerte se le salieron las lágrimas. El chileno le apuntó por varios segundos, y le disparó al piso. No se preocupe teniente, este cholo no nos va a molestar más. Maycol no sabía si debía sentirse agradecido por seguir con vida, o humillado por no ser siquiera tomado como una amenaza.
El enemigo se había colocado en una posición en que la ventaja numérica peruana no servía de muy poco. Murieron muchos intentando bajar esas escaleras, hasta que hicieron uso de un recurso extremo. Le rompieron la válvula a un balón de gas de otro restaurante, y después de un par de intentos lograron hacerlo rodar cuesta abajo. Los chilenos dejaron de disparar por temor a hacerlo explotar. En esa pausa, alguien finalmente pudo tirarles una bomba molotov.
95%. Maycol lo vio todo. ¡Ríos! ¡El extintor! La última, remota, posibilidad era apagar la llama antes de que todo explotara. El chileno se apresuró en coger el aparato que yacía al costado de Maycol. Ya no más. Concentró todas las fuerzas que le quedaban, trabando y haciendo tropezar al chileno. El extintor cayó y se deslizó hacia los cubículos, fuera del alcance de su captor. ¡Carajo, Ríos, te había dicho que lo mates, ahora nos vamos a–





lunes, 26 de abril de 2010

XVI. El discreto encanto del desencanto



Atrás quedaba todo. El frente de batalla, la contraofensiva de Sama, los Otorongos, el desembarco. Todo. Observaba a los heridos y mutilados que viajaban con él en el viejo Antonov y se preguntaba si lo que le causaba las náuseas eran los fuertes olores que rondaban en la cabina, los recuerdos de la guerra o el vuelo mismo. En cualquier caso, sabía que una fase de su vida estaba llegando a su fin. El desencanto con todo lo relacionado a las últimas semanas lo consumía.
Había tenido acceso a la propaganda de ambos lados, y veía con igual desdén los reclamos de victoria que esgrimían. El avance peruano en el segundo día de la contraofensiva había tenido resultados mixtos. El comandante Llauce recibió instrucciones de realizar una maniobra excesivamente osada con fuerzas manifiestamente insuficientes. En lugar de avanzar desde la cabecera de puente con dirección a la costa, para auxiliar a los completamente aislados infantes de marina –que resistían a duras penas un determinado contraataque chileno– hubo de internarse con dirección este para cortar la vía de retirada de las fuerzas chilenas que seguían peleando en Sama. A pesar de sus atributos como líder de combate y finalmente estar al mando de tanques de verdad, Llauce comprendía que se le estaba pidiendo morder mucho más de lo que podía masticar. Nadie puede saber con certeza si llegó a oír las exhortaciones de undécima hora que le hiciera el general León para que siguiera el ejemplo de Bolognesi y que luchara hasta disparar el último proyectil.
En lo que posteriormente se denominó el combate de la carretera Panamericana, su pequeña e improvisada kampfgruppe –compuesta del 181º batallón de tanques más algunos elementos auxiliares– tuvo que hacerle frente a toda la 2ª brigada acorazada “Cazadores” y otras unidades que se estaban retirando desde Sama con dirección a Tacna. A pesar de algunas maniobras tácticas notables por parte de Llauce, la fuerza peruana terminó siendo arrollada, y su comandante, muerto. El camino había quedado libre para que las demás fuerzas chilenas empezaran el complicado proceso de una retirada escalonada desde sus posiciones en Sama. Quienes estuvieron en el Fuerte Arica aquel día comentan que era difícil leerle la expresión al general León. No sabían si este último acontecimiento le mortificaba, al no poderse destruir al ejército enemigo, o si le complacía la muerte en combate del teniente-coronel. Quizá era una mezcla de ambas cosas.
En cualquier caso, al final del día era el ejército chileno el que se retiraba hacia el sur, y el ejército peruano cantó victoria. Al bajar cuidadosamente de la aeronave, oyó a una banda militar saludar a los heridos, dándoles la bienvenida a la patria y felicitándoles por el resultado obtenido. Quizá era cuestión de algunos minutos para que se le pasara el mareo. Tan solo debía tomar un taxi y pronto estaría de vuelta con Cecilia y todo se resolvería.
Para su buena fortuna, entre tanta descarga de heridos, no faltaban médicos. Perdió el equilibrio y se dio contra el piso, perdiendo el conocimiento. Despertó en una ambulancia del ejército que lo llevaba en dirección al Hospital Militar Central.
*****
No habían contemplado la posibilidad de un ataque suicida y cuando este ocurrió, perturbó sus planes considerablemente. El humo y las llamas hicieron insostenible la posición en el Chili’s, lo cual les obligó a replegarse hacia el Starbucks, concediendo así un amplio arco de fuego. Los peruanos de alguna manera habían obtenido acceso a los techos de las tiendas que estaban separadas de su reducto por apenas un vacío de unos tres metros, y empezaban a lanzar bombas molotov a los francotiradores.
¡Bajen, carajo, bajen! El redespliegue era posible por medio del balcón del Starbucks ubicado en el segundo piso, desde el cual Novoa intentaba cubrir a sus hombres. El primero llegó a ponerse a salvo, pero el segundo fue impactado por una bomba molotov que lo envolvió en llamas. Novoa mató al peruano que lo lanzó, pero tuvo que ser testigo impotente de la caída de su soldado al piso de abajo, donde después de algunos momentos de retorcerse de dolor, expiró. El francotirador superviviente cogió un rifle de asalto, miró a Novoa, y tomó una posición defensiva en el perímetro.
Por la puta madre, Ríos, ¿cuánto falta? Voy 43%, teniente, aguante un poco más. Hay veces en que uno sigue haciendo las cosas por inercia, aun sabiendo cuáles serían las consecuencias. Ríos sabía que mandar el archivo a Chile era viable, y que una vez allá podrían descifrarlo y contrarrestarlo. Pero su propia suerte estaba echada desde el momento en que empezaron los disparos. Estaba convencido de que una vez que se derramara sangre, sus propias posibilidades de sobrevivir eran prácticamente inexistentes. Sabía que los peruanos quemaban vivos hasta a sus propios alcaldes, y lo que le esperaba como chileno podía ser incluso peor.
¡Atentos, que acá vienen de nuevo! El segundo asalto de los peruanos fue más intenso y, sobre todo, mejor organizado que el primero. Desde las gruesas filas de civiles, policías, serenos y hasta guachimanes disparaban contra la estructura que les servía de fuerte, como para obligarlos a mantenerse bajo cubierta. La pérdida del Chili’s le facilitó a los peruanos acercar sus posiciones de partida más, mucho más que antes. Novoa y el último soldado no se inmutaron y vomitaron un intenso fuego sobre la horda peruana, abriendo boquetes en sus filas que, sin embargo, no tardaban en volver a ser rellenadas.
¡Cuidado, carajo! El soldado, viendo que estaban a punto de penetrar dentro del local, había avanzado hasta la esquina y descargado una cacerina entera a corta distancia sobre el enemigo a través del ventanal principal hacia el este, rechazándolos. En su desesperación no había percibido que otro grupo de peruanos se abalanzó por el ventanal sur, y súbitamente diez manos lo tomaron y lo arrastraron hacia afuera. Soltó el rifle de asalto y se defendió como pudo con su pistola y cuchillo mientras Novoa intentó un contraataque. Entre ambos mataron a varios más, pero no fue suficiente. Los peruanos lo molieron a golpes primero, y una vez que fue llevado más atrás de la línea un sereno de Independencia lo remató con un tiro en la frente.
La posición se hizo indefendible. Él solo no podía sostener el perímetro entero. ¿Cuánto vamos, Ríos? ¡73% teniente, aguanten un poco más! Le entregó una pistola. Nos vamos al sótano.






jueves, 22 de abril de 2010

XV. Mala chilena, traidora


Salió de su estupor al oír golpes en la puerta del cuarto. Señorita Rojas, soy el teniente Aranda, ábrame por favor. Instintivamente, fue abrió la puerta, recién dándose cuenta de que quizá había cometido un grave error cuando el oficial ya se encontraba dentro de la habitación. Me acabo de enterar que ha renunciado a reportar desde la Armada, y venía a preguntarle si todo está bien. Ah, sí todo bien, muchas gracias. Solo que me hai sorprendido un poco. Discretamente metió los documentos en el sobre y en su bolso. Discúlpame, que acá todo está muy desordenado. Venga,lte invito un vinito abajo, para que se le pasen los nervios. Sé que atestiguar el combate puede ser muy perturbador para una civil. Gracias, Mario. No tiene que llevar su bulto, déjelo acá. No, insisto, una señorita siempre tiene que tener ciertas cosas consigo.
Bernarda miraba nerviosamente a los alrededores mientras que el teniente Mario Aranda le contaba sus propias experiencias lidiando con la muerte, como en el maremoto de 2010, y cómo hizo para superarlo. Después de ver pasar a cuatro policías militares de la FACH, ella se levantó y pidió permiso para ir a los servicios higiénicos. Cuidadosamente salió del hotel y se metió en un taxi al cual pidió que la llevara a la plaza, a falta de un mejor destino.
Confundida, evaluó sus opciones. En caso de que la muerte de su informante no hubiera sido accidental, sino parte de una operación de encubrimiento, no podría confiar en los miembros de las FFAA, convencida de que ella podría también terminar “accidentalmente” en el fondo del mar. No podría ir con facilidad hasta Santiago tampoco, ya que desde que un grupo de peruanos locos intentó hundir el Huáscar en Talcahuano, el gobierno había autorizado que los militares inspeccionaran a los pasajeros de los buses en las estaciones o aleatoriamente a lo largo de sus rutas. Y ni hablar de ir por aire. Decidió confiar en sus conocidos dentro de la prensa, el Cuarto Poder. Instruyó al taxista a que se dirigiera al despacho del periódico “El Astro” de Iquique.
¡Bernarda, a los años! ¡Carlos, qué gusto! ¿Qué te trae por acá, no estabas con la Armada? Justo he renunciado. Su interlocutor se sentó tras su escritorio y le invitó a que se sentara. Mira Carlos, necesito un favor. Tengo que regresar a Santiago y me preguntaba si estarán mandando algún auto de prensa para allá ahora. Déjame ver acá un momento. Abrió uno de sus cajones y se puso a manipular sus contenidos, cuando timbró el celular que tenía en la mano. Cerró el cajón. Discúlpame, tengo que tomar esta llamada. Salió de la oficina.
La paranoia le ganó. Esperó a que Carlos estuviera fuera de vista, y abrió el cajón. Dentro estaba una pistola, descargada; y ningún documento relacionado al movimiento de autos. Afortunadamente, Aranda le había enseñado a cargar un arma y dispararla. Ok Bernarda, todo coordinado, solo tení que esperar acá unos cuarenta minutos y todo arreglado. ¡Hijo de puta! ¿A quién llamaste? ¿A la FACH, no? Bernarda, baja la pistola, por favor, acá todos somos amigos... ¡Sal de mi camino, maldito, o te mato!
Se abrió camino hasta la calle. Desde la ventana, oía los gritos de Carlos. ¡Eres una mala chilena, traidora!
*****
La mayor sofisticación táctica les había costado caro. El extendido uso de fuego de supresión y equipos de tiro en lugar del ataque estilo montonero había significado un gasto de munición muy superior al que había proyectado. Se maldijo a sí mismo por no haber exigido una cantidad mayor al Ejército, aunque era cierto que fueron extremadamente reacios a darle siquiera la cantidad que recibió. El ataque del helicóptero colmó el vaso. Tuvo que atestiguar con impotencia cómo sus huestes empezaron a desbandarse.
Mas siempre hay esperanza a futuro. ¡Malqui! ¿Qué fuerzas quedan para pelear? No mucho, papá. La columna de Uchullucllu nomás. Pónmelos en línea acá, van a cubrir al resto. Sí, don Pedro. Sabía que la derrota se había pronunciado, pero iba a salvar a cuanto rondero pudiera. Siempre podrían reorganizarse después. Tomó la SIG-Sauer SSG 3000, el rifle de francotirador que había capturado en alguna emboscada anterior, y tomó posición en la línea. Apuntó, y mató a un comando chileno. Antes de poder soltar otro disparo fue sacudido por alguien. ¿Qué carajo estás haciendo acá, Páucar? ¡Dispara Filomeno, que se están acercando! Puta madre, Páucar, te tenemos que sacar de acá, no te podemos perder. ¡Vamos! ¡No, carajo! Hemos perdido por mi culpa. ¿Acaso soy ministro para hacerme el loco? ¡Asumo la responsabilidad! ¡Estás loco, puta madre!
Filomeno Poma no pensaba perderse en el desastre. Rápidamente cargó con las espoletas y celulares que necesitaría para proseguir las operaciones después, siempre bajo la mirada de desaprobación de sus compañeros. Senderista, siempre cobarde. Se sumó a la estampida.
La línea de Uchullucllu hizo lo posible por contener el avance chileno, pero bajos de munición y cortos de hombres, no lograron más que retrasarlos. Pero cada minuto de demora significaba que más ciudadanos lograban abandonar el campo de batalla para luchar otro día. Pudo ver cómo cayeron prisioneros y fueron rematados. Distinguió al comandante ejecutar al cabo Malqui y acercarse donde Páucar y propinarle una golpiza.
Hacía tiempo se había dado cuenta de que Sendero había perdido el rumbo y aprovechó la ley de arrepentimiento para desligarse. Pero la recepción en Uchullucllu después del conflicto armado interno había sido muy fría. Debía expiar sus culpas por medio del trabajo, pero aun veinte años después, personas como Pedro Páucar se rehusaban a saludarlo. Los errores de la juventud seguían pesando sobre sus hombros. Un marginal entre marginales. No le fue fácil, pero dio la señal.
Filomeno y cinco hombres más salieron de sus escondrijos y corrieron a toda prisa hacia donde estaba Pedro Páucar. ¡Por Uchullucllu! Empezó un feroz tiroteo. Las esquirlas de una granada lanzada por él hirieron al comandante enemigo, quien –aun estando contuso– no dejó de vociferar órdenes. Fueron cayendo los ronderos, no sin antes infligir bajas en los sorprendidos chilenos. Filomeno llegó a coger a Pedro y lo arrastró algunos metros antes de que una granada que explotó en las proximidades le hiciera perder el conocimiento.
Cuando despertó, estaba volando dentro de un helicóptero, rodeado por otros prisioneros y vigilados de cerca por soldados chilenos. Vio al sol ponerse por la ventana izquierda y dedujo rápidamente que en lugar de estarse dirigiendo a Chile, iban en camino hacia el norte.






lunes, 19 de abril de 2010

XIV. El pisco es peruano




Sería injusto decir que la batalla de Mega Plaza afectó solamente a los habitantes de los distritos aledaños al famoso centro comercial. La Policía Nacional del Perú hubo de hacer una de las más grandes movilizaciones de su historia: la explosión en San Isidro y los acontecimientos en Mega Plaza hicieron que entrara en el estado más alto de emergencia posible, y todo policía fue llamado a servicio de manera inmediata. Se temía que agentes chilenos infiltrados habían dado inicio a una vasta ola de atentados de sabotaje y terror en la capital.
Todos podemos recordar cómo estuvo Lima aquella fatídica noche. Había policías en cada intersección importante, los autos eran parados de manear aleatoria, buscándose agentes chilenos. Larcomar, Molicentro, Jockey Plaza, Plaza San Miguel y otros importantes centros comerciales fueron evacuados intempestivamente. Se establecieron perímetros de seguridad en torno a todos los edificios gubernamentales de importancia, así como en puntos estratégicos como la Atarjea y centros de electricidad y comunicaciones. Las mejores unidades de la PNP se aprestaron a impedir cualquier otro ataque chileno, y en apariencia, tuvieron un éxito superlativo.
Los Serenazgos también tuvieron las manos llenas. Noticias de la batalla cundieron por la ciudad, movilizando gruesas columnas de personas que querían pelear con los chilenos, aunque fuera a mano pelada. Estas bandas despertaron el temor de los sectores acomodados de la ciudad, viendo en ellos grupos de vándalos, prácticamente barras bravas, que aprovecharían el caos para cometer sus fechorías. Los serenos municipales de los distritos “decentes” se esforzaron por mantener a los “intrusos” en las avenidas troncales, impidiendo que penetraran en los barrios donde los demás limeños se escondían detrás de sus altos muros y cercos eléctricos, más temerosos de sus conciudadanos que de los chilenos. Los serenazgos de San Isidro, Miraflores, San Borja y Surco prácticamente pusieron sitiaron a Surquillo.
Pero todos efectivo que se movilizó, ya sea para proteger zonas más importantes de agresiones extranjeras adicionales o para preservar el orden social, eran un efectivo menos para Mega Plaza. En el juicio que se le abrió al coronel PNP Edilberto Tafur, quien estuvo a cargo del sector, este se defendió aduciendo que todos sus pedidos de refuerzos y de fuerzas especiales fueron rechazados, ordenándosele que se hiciera cargo con lo poco que tenía bajo su mando. Le era imposible impedir que la masa de gente entrara a Mega Plaza. En una decisión que sigue siendo sumamente controversial hasta el día de hoy, Tafur optó por dejar de oponerse a la masa, y los organizó en unidades improvisadas bajo el mando de policías o serenos. A falta de armamento, requisaron toda la sección de bebidas alcohólicas del Tottus y repartieron bombas molotov. Naturalmente, las botellas preferidas fueron las de pisco peruano.
Chiara vio la cara de Maycol en la televisión. ¡Mamá! ¡Ese chico trabaja conmigo! ¿Ah, sí, mi hija? ¡Los chilenos lo han secuestrado! Su madre notó algo de preocupación en su tono. Hija, no estarás pensando salir, ¿no? Las calles están llenas de gente de lo más bajo… además, debe haber algún tipo de error… La respetable señora miró la foto que salía en la pantalla. …porque ¿qué podrían querer los chilenos con el guachimán de la oficina?
*****
Grimaldi percibió la vacilación de los ronderos. Si no los barrían era por algo. La intensidad del fuego se estaba reduciendo. En el combate, es vital aprovechar el momento para poder obtener una victoria cuando la derrota parece inevitable. Le ordenó a la mitad de los hombres que quedaban que soltaran fuego de supresión, mientras que él y la otra mitad se lanzaban al ataque. El devastador efecto que produce la falta de munición en la moral de unidades de combate es el mismo, sean estas de la cultura que fueran. Ello, combinado con el inesperado contraataque chileno, tuvo un terrible resultado en el orden de las fuerzas insurgentes.
La situación no dejaba de ser crítica, sin embargo. Desde sus posiciones, pudo observar cómo los insurgentes se reorganizaban y tomaban posiciones para un nuevo asalto. ¡Muchachos! ¡Prepárense para repeler otro ataque de estos bárbaros! ¡Apóyense mutuamente y venceremos, como siempre! Oyó los pitazos que usaba el enemigo para coordinar sus ataques, e instantes después, un gran rugido. Hacia ellos empezó a abalanzarse una gruesa masa de quizá centenares de insurgentes, algunos disparando, pero la mayoría blandiendo machetes, lanzas u hondas. ¡Fuego a discreción!
Las bajas entre los peruanos fueron terribles. Hoyos enteros se abrían en sus filas, pero eran rellenados con otros hombres, mostrando igual furor. Los metros que los separaban del combate cuerpo a cuerpo se iban reduciendo rápidamente. 100, 50, 30… Grimaldi vio a algunos de sus hombres persignarse. Apareció súbitamente, sin embargo, el helicóptero al cual había dado órdenes de retornar a su posición. Desde donde buenamente podían, los lautarinos de la aeronave vomitaron fuego sobre los ronderos con tal efectividad que el ataque finalmente perdió impulso. Acto seguido, tomaron tierra detrás de las posiciones de Grimaldi y se sumaron a sus fuerzas.
Era el momento. Lanzó a todas sus fuerzas al ataque, con lo cual terminó de desbaratar a los insurgentes. Los soldados bajo el mando directo de Grimaldi no perdonaron la vida ni a los heridos ni rendidos. Si se comportan como salvajes, que se atengan a las consecuencias. Al inspeccionar el avance del pelotón recién llegado se dio con la sorpresa de que habían tomado prisioneros a un número importante de ronderos. ¿Qué carajo es esto? ¡Había dicho que hoy no había prisioneros! Vociferaba mientras iba ejecutando a los que tenía más cerca. El oficial a cargo corrió hacia él. ¡Capitán! ¡No podemos hacer esto! Además, tenemos capturado al cabecilla de los terroristas, el famoso camarada Pedro. Grimaldi volteó hacia el otro grupo y pudo reconocer al anciano.
La primera patada fue la que más satisfacción le produjo. ¡Hijo de puta! Otra patada, esta vez a la cara. ¡Asesino! A los riñones. ¡Indio salvaje! Los demás oficiales lo tuvieron que contener. Un tanto más calmado, retomó el mando. Rápido, estimado de bajas. Capitán, entre muertos y heridos, probablemente más de cien efectivos. Un verdadero desastre. ¿Embarcamos a los prisioneros y los llevamos al cuartel? No. Estos salvajes nos la pagarán. Teniente, averígüeme dónde queda el famoso Uchu-algo de donde viene el camarada Pedro este. Si tanto les gusta el terrorismo, les daremos una dosis de su propia medicina.





jueves, 15 de abril de 2010

XIII. ¡Banzai kamikaze!


Escuchen. Al primer peruano que se quiera hacer el héroe me lo matan. Hay que mantenerlos apancorados, porque si se ponen gallos y nos atacan como ola humana no habrá cómo pararlos. Novoa terminó de darle las instrucciones a los francotiradores y colocó a un hombre en el Chili’s, a cubrir la aproximación norte, mientras que él se hacía cargo del Starbucks mismo, es decir el flanco sur. Sabía que estaba en una posición precaria. Las casetas del Coney Park, al este, podían servir de cubierta al enemigo. Al oeste, el Pardo’s Chicken estaba incómodamente cerca también. La situación era como un juego de póker, en que tenía que hacer creer a los peruanos que disponía de una mejor mano que la que realmente tenía.
Ríos se frustraba con la lentitud con que avanzaba el proceso. Buscó la configuración de la computadora de su prisionero y suspiró. No pues, compadre. Hay que quererse un poco más. Si trabajas en informática, siempre tienes que tener el mejor equipo que haya. Apagó la computadora y le sustrajo el disco duro, el cual instaló en su propia portátil. Ahora sí. Esto es una computadora de verdad. Le sonrió. Si quieres, después de la guerra te la regalo.
Novoa seguía revisando las noticias a la espera de cualquier dato que le indicara la inminencia de un asalto peruano. Apareció una reportera en una clínica, entrevistando a un hombre herido. Los chilenos han secuestrado a Maycol Huaroto, que es el que hizo el virus informático que atacó Chile. Seguro que están tratando de sacarle información para protegerse del virus. Por favor, dígale a la Policía que lo tienen que impedir, por favor… Supo instantáneamente lo que se venía. ¡Prepárense que se nos viene el tsunami!
Algunos minutos después, empezó el ataque de las huestes peruanas. Los francotiradores del techo se concentraron en eliminar a los policías que las mandaban, y los demás acababan con los civiles que portaban bombas molotov. Ningún peruano se acercó lo suficiente para ser una amenaza. Más daño se hicieron entre ellos, ya que las molotovs reventaban cuando quien la portaba caía muerto, quemando fatalmente a quienes estaban cerca. El ataque se disipó.
¡Bien muchachos! ¡Así se hace! Ríos, ¿cómo va la cosa? Ya encontré el programa, teniente, pero es bien pesado. Ya lo estoy enviando para Buenos Aires, pero va a demorar. Maycol observaba impotente cómo la barra de progreso empezaba a subir. El sonido de un pequeño motor les llamó la atención. Súbitamente, desde atrás del ascensor, apareció un motociclista que enrumbó a toda velocidad hacia el Chili’s. ¡Elimínenlo! Novoa pudo percibir el peligro que representaba. En la mano izquierda portaba una molotov, y amarradas a la moto iban varias galoneras.
¡Baaaaaaaanzái kamikaaaaaaaze! La moto avanzó esquivando los charcos en llamas, mientras todos concentraban su fuego en él. Finalmente cayó herido a dos metros del local, pero la moto siguió su rumbo y se estrelló al interior, empapando todo de gasolina, incluido al hombre apostado ahí. Aturdido, el motociclista sacó un encendedor. Antes de recibir el disparo fatal desde el techo, logró prenderlo y arrojarlo al interior. Las llamas se expandieron rápidamente, acabando con la vida del chileno, y poco después llegaron a la cocina, donde hicieron explotar los balones de gas.
¡Carajo, concéntrense que ahí vienen más!
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Aquella mañana del 24 de abril de 2012, el F-16 pilotado por Esteban Quiroz, el “Rudel chileno”, lanzó el AGM-65 Maverick contra su objetivo. El MBT-2011 de mando del batallón que llegaba a reforzar la cabecera de puente explotó inmediatamente al ser impactado por el misil. El comandante Llauce se apresuró en llegar en uno de los pocos Otorongos que le quedaban y constató lo que los demás tanquistas ya habían podido verificar. El comandante de la unidad había muerto.
Hijita, ya pronto regresaré y te vamos a poner sanita. ¿Aló? ¿Aló? Francisco no podía oír a su hija Cecilia en medio del barullo que estalló en la sala de mando del fuerte Arica. Un momento, hija. ¿Qué está pasando, eh? Ingeniero, los chilenos han empezado a retirar fuerzas de Sama. ¡Les hemos ganado! En efecto, pudo ver que los militares de diversas graduaciones se estaban dando la mano y abrazando mutuamente. El general León le encargó a su asistente que se encargara de convocar una conferencia de prensa y, siempre entusiasta, abrió una botella de champán para brindar con todos los presentes.
La batalla de Sama había sido muy dura y pareja. Se enfrentaron en aquel campo de batalla los mejores soldados y equipos de sus respectivos ejércitos, haciendo gala de gran determinación y voluntad de lucha. Fue la batalla terrestre más grande que Latinoamérica hubiera visto en los últimos cincuenta años, por lo menos. Mas, el hecho de que sobre esta ya se han escrito muchos volúmenes por autores mejor informados que yo, me exime de describirla en detalle. Lo importante acá es el efecto que tuvo sobre nuestros personajes.
Francisco se había despedido de su hija y participó con mediano entusiasmo en la algarabía. León partió para dar su ahora famosa conferencia de prensa, en que anunciaría la inminencia de la victoria peruana. Percibió un aumento de movimiento en cuanto el general salió del cuarto. Ya, ¿estamos de acuerdo, no? Claro. Un par de oficiales de alta graduación imprimieron un documento. Llévenle esto de inmediato a Gjurinovich, para que lo firme. ¡Rápido! La situación le causó extrañeza, pero ¿quién entiende a los militares?
En la cabecera de puente, veían la conferencia de prensa mientras esperaban instrucciones. Puesto a cargo de las relaciones públicas del ejército, tanto se lucía que parecía intentar convencer a los oyentes que él era el cerebro detrás de la operación. Sonó el teléfono satelital. Con el comandante Llauce. Habla él. Le habla el general Zapata, del Estado Mayor. El general Gjurinovich acaba de firmar su designación como comandante accidental de todas las fuerzas en nuestro flanco derecho. Prepare a sus unidades para avanzar, recibirá instrucciones pronto. La guerra nunca acaba.
El general León se retiró de la conferencia de prensa sin responder todas las preguntas de la prensa. Siempre hay que dejarlos queriendo más, solía decirle a sus allegados. Se cruzó con Francisco en el patio. Pancho, ¿cuántos Otorongos quedan operativos? 13%, general, los demás destruidos. ¡Magnífico! Sí que me has cumplido. Mira, ya que no quedan prácticamente Otorongos y la guerra está por acabar, ¿por qué no te regresas a Lima? Un Antonov va a salir de Arequipa, yo te consigo cupo. Gracias general, usted siempre tan generoso.