En el campo de Marte, el general León y su sobrino Santiago Hoepken observaban con beneplácito el desfile que se iba desarrollando, que conmemoraba un mes desde la victoria en la guerra. El locutor iba narrando las glorias de cada una de las unidades que iban pasando frente al podio de honor. Y ahora pasan las Fuerzas Especiales, que desde detrás de las líneas enemigas saboteaban al invasor y causaban todo tipo de caos. Los generalotes aplaudieron con entusiasmo. Y ahora los heroicos defensores de la ciudad de Tacna, que nunca cejaron en su denodada defensa del sacro territorio patrio. Más aplausos, así como para los soldados de la 2ª brigada de infantería que asaltaron las posiciones chilenas en Sama y en una muestra de soberbio profesionalismo y amor a la patria los obligaron a huir y los MBT-2011s de la 18ª brigada blindada del Ejército, que le mostraron a los arrogantes Leopard 2 de los chilenos quiénes son los mejores tanquistas de Sudamérica.
Todo estaba cuidadosamente coreografiado. Un tanque, al parecer, se había rezagado del resto y pausó frente al podio de honor. La música cesó y el locutor también simuló estar confundido. Súbitamente, desde abajo del podio emergieron ingenieros del ejército, que en cuestión de segundos removieron las planchas que cubrían vehículo, revelando una 4x4 portando el armazón de Otorongo. Y acá la muestra más sublime de la creatividad peruana ¡los famosos Otorongos! El público asistente enloqueció. Los chilenos creían que con toda su superioridad tecnológica tenían la guerra ganada. Sin embargo, a pesar de toda su arrogancia, los Otorongos sirvieron de señuelos que los engañaron y tuvieron un papel clave en la victoria peruana. Y esta genialidad se la debemos al benemérito defensor de la patria, un verdadero patriota, ¡el general Ernesto León! Ante los aplausos del público y de sus colegas, León primero simuló modestia e hizo señas para que cesen. En cuanto el mismo presidente de la república se levantó de su asiento para aplaudirle, León supo que era el momento. Se levantó del asiento también, saludó al presidente, a los generales y al público en general. ¡León! ¡León! ¡León!
Te adoran, tío. Después de un par de minutos de aplausos, el desfile finalmente había podido proseguir. A diferencia de lo que está pasando en Chile. Sí, pues, Santiago. Los chilenos son bien cojudos. El hijo de puta de Wood y su FACH fueron los que más nos tulearon durante la guerra, y ahora, preso. Esos mapuches son unos ingratos. Un reportaje se había filtrado en la prensa internacional, en el que se revelaba que el general Wood había desobedecido las instrucciones de su gobierno y había mandado bombardear y hundir al BAP Grau, precipitando la guerra. Además, se veía implicado en el homicidio de un oficial que había intentado hacerlo público. Pocas horas después fue detenido y se encontraba bajo investigación. Por medio de su abogado se había defendido ante la opinión pública alegando que no se podía permitir que el Perú actuara de manera prepotente con Chile, y que si los civiles no tenían los cojones para hacerse respetar, un militar debía hacerlo.
Y Wood también es un tarado. ¿A quién se le ocurre mandar matar gente? Todos tienen su precio. Le pagaba al oficial y a la periodista y asunto arreglado. Como a los choferes de las combis. Diez mil soles cada uno, y ya no joden. Solo si no aceptan pago, recién ahí hay que tomar otras medidas, pero siempre de manera que no te puedan conectar. Aprende de sus errores, Santiago.
El besamanos fue bastante prolongado, y León atrajo a tanta gente como el mismo presidente y definitivamente más que Gjurinovich. Tan pronto como pudieron, León y su sobrino se retiraron a su 4x4. Hablemos números. Todo está asegurado, tío. Desde Canadá hice las conexiones necesarias para que todo esté en cuentas que no se puedan detectar. Lo que va a entrar por lo de las comisiones de los contratos de reconstrucción, las tierras allá en Cuzco y otras cosas misceláneas también las puedo colocar. Perfecto. ¿Y lo de los Otorongos? Pucha, tío, ahí no hay de qué preocuparse. Me encargué de desaparecer los papeles y todo rastro electrónico se destruyó cuando nos metieron la bomba a los servidores. Una declaración jurada, y listo. No se puede hacer una auditoría a algo que ya no existe. ¡Hasta el atentado tuvo su lado positivo! Excelente. Sí, tío, plata no te va a faltar para tu proyecto. Se pasaron el resto del trayecto a la iglesia charlando de sus parientes. Para fortuna suya, a diferencia de muchas otras familias peruanas, no tenían ningún muerto que lamentar. Tenían mucho que agradecer, así que en la misa rezaron y comulgaron fervorosamente.
Una de esas tantas otras familias peruanas era la del ingeniero Ramírez. El estrés de la guerra, el excesivo consumo de estimulantes y una condición cardiaca congénita habían acabado con él. A pesar de los esfuerzos de los médicos del Hospital Militar Central, su condición era demasiado avanzada y tenían que lidiar simultáneamente con un exceso de heridos de la guerra. Expiró antes de enterarse del armisticio y sin poder recibir la visita de su hija Cecilia.
La muerte de su padre había incidido negativamente en la salud de Cecilia. Su condición se había deteriorado rápidamente y el trasplante se hizo necesario mucho antes de lo previsto. El seguro de su padre era muy generoso, así que su tía Julia –quien se estaba haciendo cargo de ella ahora– había ido a las oficinas de Austral Seguros aquella tarde, para iniciar los trámites correspondientes. Ahí recibió las noticias. El seguro había muerto con Francisco, lo que correspondía era el pago por el seguro de vida. Miró la cifra. Esto no alcanzará para la operación de mi sobrina. Esas son las condiciones del seguro, señora. Julia recordó que su hermano le había dado un número para llamar para cualquier cosa del seguro de Cecilia. Llamó.
Después de la misa, mientras Santiago conversaba con un ministro y el presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, sonó su celular. No reconoció el número y colgó. Estaba en medio de algo demasiado importante.
No habría operación para Cecilia Ramírez, hija de Francisco Ramírez, el inventor del Otorongo.
McSutton me dan ganas de hacerte las ilustraciónes del libro pero esta mi corazon dividido, soy chileno pero tu historia esta buena, salbo que a pesar de mantenerte en un pseudo tercer plano del conflicto te avocaste (obiamente por ser peruano) más al peru seria bueno que antes de publicar el libro te pongas un poco mas en el punto de vista chileno de la misma forma en tercera persona como periodisticamente. En serio esta buena la historia, a mi me encantan estas historias asi, ya me imagino las ilustraciones :D
ResponderEliminar¡POR QUE ERES TAN MALO CON RAMIREZ!!!
ResponderEliminarGanamos, perdimos... y los mismos siempre se benefician ¡Estoy enojadísimo con ese general de mierda! En honor a la realidad y a pesar de tratarse de una novela, me aguanto las ganas de pedirle, Sr. McSutton, la muerte del tal León, al contrario; déjelo ganar y vivir feliz. De esta forma su novela tendrá una excelente enseñanza; en la vida a leones que luchan, corderos que perdonan y ¡Buitres que siempre engordan!
ResponderEliminarGenial McSutton, como chileno coincido con que falta ahora enfocarse mas en el lado chileno de la historia. Ya espero las precuelas y secuelas de la historia¡¡¡¡
ResponderEliminarEstimado Anónimo ilustrador, mándame tu correo como comentario acá al blog (no lo publicaré, para que no te llenes de spam) para coordinar si se puede hacer algo.
ResponderEliminarExtraordinaria historia, principalmente humana, mas allá de las divergencias, y odios, que permanecen. FELICITACIONES !!!!!
ResponderEliminarTienes una talento con el que pocos cuentas