Julián Amezaga jadeaba, exhausto. Estaba al límite de su resistencia física, pero ante los gritos se levantó a seguir. Corrió y pateó la pelota, anotando un gol. Levantó los brazos en señal de triunfo y los niños de su equipo celebraron con él. La selección chilena había hecho un papel decente en el mundial de Sudáfrica, y los niños lo llamaban “Suazo”, por el delantero. Por todo lo que había escuchado de los peruanos, había esperado algo mucho peor al ser tomado prisionero por los ronderos. Claro, los primeros días habían sido algo tensos, pero una vez que aprendió lo básico del trabajo que le asignaban, las cosas habían mejorado. El sol se está poniendo, es hora de irse donde sus mamás. Un ratito más, Suazo, pues. Pero algo llamó la atención de Julián. Se acercaba un helicóptero.
Ya me ubico, Páucar, nos están llevando a Uchullucllu. Estos hijos de puta nos van a destruir el pueblo. Páucar se sumió en una terrible depresión. No solo había sido derrotado por el invasor, y tenido que contemplar a sus camaradas siendo ejecutados –sin siquiera tener el consuelo de compartir su suerte– sino que sus acciones habían atraído la guerra a su pueblo. No habría redención para él. Contempló lanzarse desde el helicóptero para morir de la caída, como Cahuide o Alfonso Ugarte, pero el grueso número de soldados interpuestos no se lo permitirían. Ánimo, Páucar, siempre hay una forma. Filomeno había encontrado una superficie contra la cual raspar sus ataduras, y lo había estado haciendo desde que había recuperado la conciencia. Cuando llegue el momento, estate atento.
El helicóptero se ubicó encima de la plaza del pueblo. El oficial enemigo dio la orden, y empezaron a llover balas y granadas hacia los pueblerinos. Páucar no pudo esperar ante la carnicería que le obligaban a presenciar, y junto a los cuantos prisioneros que lo acompañaban, inició una trifulca en la nave. Estando atados, solo podían empujar y patear a los soldados enemigos. Uno, tomado por sorpresa, cayó al piso de la nave y fue pisado varias veces. Filomeno no se puso en vanguardia, y no les reveló haberse desatado. Un par de tiros a un rondero le puso fin al motín y se restableció el orden.
Filomeno, carajo, tú estabas libre, ¿por qué no le quitaste el arma a un chileno? Discretamente, le mostró la granada que le sustrajo al soldado y le guiñó el ojo. El helicóptero había descendido casi al nivel del suelo y los soldados habían empezado a bajar al pueblo. Páucar entendió lo que se proponía hacer Filomeno y se preparó. Yayayku hanaq pachapi kaq, sutiyki yupaychasqa kachun, qhapaqsuyuyki hamuchun, munayniyki ruwasqa kachun, imaynan hanaq pachapi, hinatallataq kay pachapipas.
Estando el helicóptero casi vacío, Filomeno se levantó para tirar la granada. El comandante chileno se percató de su intención y se volteó para dispararle, pero Pedro Páucar le bloqueó la línea de fuego, recibiendo el impacto de las balas. La granada rebotó dentro de la cabina de los pilotos y rodó debajo de sus asientos. Durante un par de segundos eternos, estos la buscaron con desesperación. Lo último que vio Páucar fueron los últimos rayos del sol antes de ponerse en las montañas al oeste de Uchullucllu.
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Bernarda Rojas no sabía ya qué hacer. Buscada por la Policía Militar y aislada en una ciudad extraña, no se le ocurría alternativa de salida. Quizá sería mejor entregar las pruebas y pedir clemencia. Entre tanto, se refugió en el Falabella, en la esperanza de que con tanta gente alrededor y cámaras de seguridad omnipresentes, por lo menos no podría ser detenida violentamente y “desaparecida” después.
¿Siempre acostumbrái dejar plantado a los hombres? Detrás de ella estaba el teniente Aranda, de la Armada. ¡Mario! ¿Cómo me encontraste? ¿Recuerdas que dijiste que cuando te estresas te dan ganas de ir de compras? Me imaginé que algo así te había pasado, después del operativo que armaron los de la FACH en el hotel. ¿En qué lío te hai metido? Notó que ella miraba ansiosamente a los alrededores. Tranquilízate. ¿No creí que si fuera a acusarte lo habría hecho en el hotel? Cierto. Se fueron a un rincón relativamente menos transitado de la tienda. ¿Conocí al general Wood, de la FACH? Claro po, el que amenazó con renunciar cuando se debatía derogar la ley reservada del cobre. Ese loco decía que la FACH sola podía acabar con Perú, y que no le podían quitar el dinero de las adquisicioines. Es un engrupido. Sí, él. Acá tengo evidencia de que fue él quien mandó bombardear al crucero peruano, sin autorización del gobierno. ¡Chuta! Pero si eso es cierto, ¿por qué no lo hizo conocido el gobierno? Obvio. Una vez lanzada la piedra, el gobierno ya no podía retractarse, quedaríamos re-mal, peor aun que habiéndola tirado. ¿Y por qué querría él bombardear el Grau sin permiso? Está loco, seguro creyó que tal demostración de superioridad los obligaría a pedir disculpas por lo de la Riveros y a sentarse a negociar. Como que ganaría el conflicto él solo, con bajas mínimas para nosotros. El imbécil más bien trastornó un nido de avispas.
Se fueron a un café cercano para que Mario Aranda pudiera revisar los documentos. Bernarda sabía que estaba corriendo un grave riesgo. Pero no se le ocurría alternativa mejor. Estaba acorralada. Esto es muy grave, señorita Rojas. Debemos llevarlo ante mis superiores. No, imposible. No sé hasta dónde va el encubrimiento. Ya te dije que mataron al contacto que me facilitó los últimos documentos. Lo mejor que nos podría pasar es que los documentos desaparezcan. Lo peor… me los tengo que llevar fuera del país, pero no tengo forma de hacerlo.
Empezó a llorar. Su madre le había dicho que estudiar periodismo era muy lindo, un gran ejercicio para la mente. Un adorno. A los hombres les gustan las mujeres cultivadas para que críen a sus hijos. Pero a medida que pasaban los años y no se casaba, empezaron los cuestionamientos. ¿Por qué no te buscas un marido de buena familia? ¿Acaso moriremos sin tener nietos? Lógicamente, vetaron a Julián. Por molestarlos, les aclaraba que para darles nieto no necesitaba marido, ni siquiera novio. Pero quizá si les hubiera hecho caso no estaría en el problema que enfrentaba. Un departamento en Las Condes, full equipo. Esa debía ser su vida.
Mira, Bernarda. Tengo un auto con documentos de la Armada, no me revisarán. Y me conozco la región de memoria. Te voy a llevar a Bolivia.